Pepe nos dejó su último acto revolucionario.

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Con el cuerpo, el alma y el sentir removido volvimos de la despedida a Pepe.

Un pueblo que se congregó a reconocer una vida. Una vida que entendió que no solamente podía, sino que debía hacer todo lo que pudiera para cambiar, mejorar el mundo, y no para él, sino para todas las personas.

Un luchador que vivió en su cuerpo el odio del poder en la reclusión, la tortura, pero también en el desprecio y ninguneo.

Esta despedida nos hace rememorar muchas cosas, por ejemplo, el día en que Pepe se convirtió en presidente del Uruguay. Aquello que parecía imposible, aquel que había entrado a la política a romper las estructuras, a salirse de los pacatos y pitucos modales para darle contenido, palabra y profundidad a los cambios. En aquellos momentos con una latinoamérica en la que vibraba la esperanza de los cambios, los pueblos se festejaban y se animaban a soñar juntos. Pepe supo poner escucha e impulsar aquellos cambios que los colectivos reclamaban y estaban prontos a avanzar, la agenda de derechos, la distribución de la riqueza y los ingresos avanzó firme siendo ejemplo para el mundo, la propiedad pública y colectiva.

Hoy nos da la oportunidad de reencontrarnos con la fuerza de esa esperanza, la fuerza del mandato de cambiarlo todo, de reconocernos, encontrarnos, organizarnos y retomar el rumbo.

El pueblo hoy protagonista, las empleadas de comercios saliendo de sus lugares de trabajo con los ojos enrojecidos, el personal doméstico, las personas que viven en la calle, las personas en responsabilidades políticas, todos en un encuentro horizontal en homenaje.

Pepe nos regaló su vida para que la invistiéramos de esperanza y de aquellas características que deseamos para la persona que nos represente, encontremos esas formas en nosotras, nosotros mismos y construyamos la política que nos permita ser a cada uno, una de nosotras las creadoras de ese futuro que deseamos donde haya espacio y vida para todas y todos.

Pepe, muchas gracias!

 

 

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