Congo: la eterna explotación occidental

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Por Lucía Sigales Noguera(*)

 

En el último artículo que escribí sobre África, hablé sobre la esperanzadora Burkina Faso, una lucecita soberana en medio del continente más pobre del mundo, a pesar de sus vastos recursos naturales. Ahora quiero escribir sobre la República Democrática del Congo (RDC), que de democrática no tiene nada, no es soberana y sus líderes se venden por migajas a las colonias imperiales occidentales, habilitando la destrucción del Estado, a pesar de valiosos intentos históricos de liberación nacional y nacionalización de sus recursos, para que su renta sea para su pueblo.

Para situarnos en la proporcionalidad significativa de recursos, la RDC concentra alrededor del 71% de la producción mundial de cobalto y el 35% de coltán. Este mineral es la principal razón de porqué las fuerzas imperiales siguen tratando de desestabilizar al país. Pero los minerales no son el origen del problema: es el colonialismo y el capitalismo, bajo la financiación continua de sicarios y políticos corruptos que atentan contra su pueblo.

 

Un poco de historia

La explotación del Congo por parte de extranjeros comenzó en el siglo XVI, cuando el territorio se convirtió en una importante fuente de esclavos para el Brasil colonial. Tras la abolición de la trata transatlántica de esclavos en el siglo XIX, el Congo fue saqueado en busca de caucho y marfil. El rey Leopoldo II de Bélgica reclamó el Congo como su feudo personal e impuso un duro régimen laboral que costó la vida de entre cinco y ocho millones de personas desde 1890 a 1910, dejando un tendal de personas mutiladas y discapacitadas. Cuando se expusieron las atrocidades, la protesta internacional, tanto de los humanitarios como de los imperialistas que esperaban apropiarse del Congo, obligó a Leopoldo II a ceder el territorio a la burguesía belga en 1908. La explotación continuó, aunque las manos amputadas y el asesinato en masa ya no eran una característica prominente.

Mientras los vientos de cambio soplaban sobre el continente africano en las décadas de 1950 y 1960, los revolucionarios anticoloniales obligaban a las potencias imperialistas a conceder la independencia política. El Congo, rico en minerales estratégicos y con fronteras con otros nueve territorios en África Central, Meridional y Oriental, era un objetivo codiciado.

En aquel tiempo las redes panafricanas se convirtieron en una fuente crucial de solidaridad y colaboración. Por ejemplo, fue gracias a estas conexiones que, en 1960, Antoine Gizenga, líder del Partido de Solidaridad Africana (PSA) y viceprimer ministro de Lumumba, tuvo un encuentro casual con Andrée Blouin. Nacida en la República Centroafricana, Blouin era una destacada lideresa panafricana que, junto con Sékou Touré, trabajaba con el Partido Democrático de Guinea y jugó un papel clave en la organización de las mujeres en Guinea. Gizenga y Lumumba enviaron a Blouin a movilizar a las mujeres, y en un mes había inscrito a 45.000 adherentes en el Movimiento Femenino de Solidaridad Africana en las regiones occidental y central del Congo. Gracias a estos esfuerzos, las mujeres congoleñas, que ya habían comenzado a autoorganizarse en asociaciones sociales y económicas urbanas durante la década de 1930, asumieron un papel aún más destacado en el movimiento de descolonización de la región y en el Movimiento Nacional Congoleño (MNC).

La gran revolucionaria e intelectual, Andrée Blouin (1921-1986)

Compañera de lucha de Patrice Lumumba y coautora de su discurso de independencia en junio de 1960, ella misma contaba que su participación política comenzó con la muerte por malaria de su hijo René, de dos años, a quien le negaron la quinina que podría haberle salvado la vida en un hospital colonial francés, ya que el medicamento estaba reservado exclusivamente para europeos.

En su autobiografía “Mi país, África” (1983), escribió sobre el colonialismo y la monstruosidad de la normalidad colonial: “Al fin comprendí que no se trataba de mi destino individual, sino de un sistema malvado cuyos tentáculos penetraban cada aspecto de la vida africana”. Cuando Blouin publicó su autobiografía en 1983, en una época oscura para el panafricanismo y el Tercer Mundo, ya los sueños de emancipación se habían fracturado por golpes de Estado (contra Lumumba en 1961 y Nkrumah en 1966). La crisis de la deuda, cuyo pago asfixiaba a casi todos los países africanos, a la que hay que sumarle el fortalecimiento de burguesías nacionales más interesadas en colaborar con mineras extranjeras que en desarrollar economías propias. La autobiografía de Blouin, publicada el mismo año del ascenso de Thomas Sankara en Alto Volta (que después lo renombraría Burkina Faso: “tierra de los hombres íntegros”), líder revolucionario de Burkina Faso, reavivó el interés por ese legado histórico que lo unía con Blouin, quien colocó la emancipación de las mujeres en el corazón de su revolución.

El 8 de marzo de 1987, Thomas Sankara, se dirigió a una manifestación de miles de mujeres en la capital de su país, Uagadugú, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Al instar a la transformación colectiva de la sociedad, Sankara situó la lucha por la igualdad de género en el centro de su proyecto socialista en la antigua colonia francesa. Sankara consideraba la emancipación de las mujeres no solo como una necesidad ética, sino también intrínseca al éxito de la revolución de Burkina Faso, en su discurso dijo: “Y, sin embargo, la autenticidad y el futuro de nuestra revolución dependen de las mujeres. Nada definitivo ni duradero podrá lograrse en nuestro país mientras una parte crucial de nosotros se mantenga en esta condición de subyugación, una condición impuesta por diversos sistemas de explotación”.

El golpe de Estado en el Congo y la represión llevada a cabo por Joseph Désiré Mobutu, en 1960, a cargo de los belgas y en connivencia con la CIA, significó el derrocamiento del primer régimen elegido democráticamente en el continente africano. Unos meses después, Lumumba fue arrestado y asesinado. Detrás del golpe y asesinato de Lumumba estuvo Estados Unidos, preocupado por perder su principal fuente de uranio, y Bélgica, preocupada por perder sus empresas mineras. Después del golpe, la familia Blouin se fue a vivir a Argelia, recibiendo el asilo del presidente Ahmed Ben Bella. Luego se mudaron a París y Andrée continuó escribiendo artículos y reuniéndose con la diáspora africana.

Bélgica, junto con otras potencias coloniales y los gobiernos coloniales blancos, apoyó movimientos separatistas que garantizarían que la riqueza mineral congoleña permaneciera en manos occidentales. En la década siguiente, la CIA ayudó a instalar líderes políticos sumisos y entrenó a un ejército mercenario que sofocó la insurgencia lumumbista en el este. Pilotos mercenarios bombardearon vías férreas, puentes y zonas pobladas, mientras que soldados mercenarios y congoleños violaron, robaron y asesinaron a la población civil. Estados Unidos brindó su apoyo al dictador militar, ayudándolo a establecer un ejército sofisticado y bien equipado que transformó al Congo en una potencia militar regional. Durante las tres décadas siguientes, su dictadura corrupta y brutal causó estragos, a la vez que enriqueció a Mobutu, su familia y sus allegados.

Considerando a Mobutu como su policía regional, Estados Unidos hizo la vista gorda ante sus atrocidades hasta que terminó la Guerra Fría y Washington rompió sus vínculos.

Fue recién tras el genocidio de 1994 en la vecina Ruanda, que los autores del genocidio, con la ayuda de Francia huyeron al Congo, desde donde lanzaron ataques y planearon su retorno al poder. Ruanda y Uganda, a su vez, respaldaron a las fuerzas rebeldes que expulsaron a Mobutu del poder en 1997 y tomaron el control del asediado estado.

El trabajo revolucionario y el deseo de Blouin, se vieron negados y aplastados por traiciones en su propio movimiento, corruptos que se vendieron a las colonias imperiales occidentales. Blouin murió en París el 9 de abril de 1986, a la edad de 65 años. Con tantos enemigos que una vez fueron sus compañeros de armas, trataron su muerte con indiferencia.

Recuperar la memoria de Andrée Blouin es redescubrir el papel de una mujer guerrera e internacionalista que supo oponerse al desmantelamiento del proceso revolucionario.

 

Triste actualidad congoleña.

La más reciente oleada de guerras en el Congo, iniciada en 1996, continúa asolando el país. Los conflictos han atraído a ejércitos extranjeros y a sus aliados locales, quienes se han disputado el futuro político y la riqueza mineral de la nación. La población civil, cuyo número de muertos ha superado los 5,5 millones, ha sido la más perjudicada. El desplazamiento y el colapso económico han provocado hambre, enfermedades y desnutrición. Las mujeres y los niños se han visto especialmente afectados. Más de doscientas mil mujeres y niñas han sido violadas y maltratadas, mientras que decenas de miles de niños han sido secuestrados y obligados a trabajar como combatientes, mineros, cocineros, porteadores y esclavos sexuales.

Los acuerdos de paz impuestos externamente, diseñados por las élites políticas y económicas, han dado lugar a nuevos gobiernos que han perpetuado muchas de estas prácticas abusivas y no han abordado las profundas desigualdades estructurales. Quedan pendientes la distribución de tierras y recursos, la impunidad de los grupos armados y sus aliados externos, y la ausencia de un gobierno responsable, un Estado de derecho y un sector de seguridad que pueda proteger a la población civil.

La mayoría de los países de los Grandes Lagos y otros de África Oriental, Central y Meridional han participado, apoyando a diversas facciones y saqueando la riqueza mineral del país. Ruanda, en particular, ha respaldado a numerosas fuerzas rebeldes y ha utilizado los recursos del Congo para reconstruir su economía tras el genocidio. Las fuerzas de paz de la ONU no han protegido a la población civil y, con frecuencia, han participado en los abusos y el saqueo, según diferentes denuncias (ejemplo “El escándalo del Congo” 2005), además de no resolver el problema con las intervenciones de los últimos 65 años (desde julio de 1960). Fuerzas en las que ha participado Uruguay con los cascos azules.

Los movimientos prodemocracia, los miembros de la oposición política interna y la sociedad civil en general, no participaron en las negociaciones ni fueron incluidos en los nuevos gobiernos, que a menudo se instauraron tras elecciones plagadas de corrupción y violencia.

La RDC es uno de los países más ricos del mundo por sus recursos, pero tiene una de las poblaciones más pobres. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calcula que la RDC tiene reservas minerales sin explotar valoradas en 24 billones de dólares, y cuenta con la mitad de los recursos hídricos de África, la mitad de la cubierta forestal africana y 80 millones de hectáreas de tierra cultivable con capacidad para alimentar a todo el continente. En 2022, se exportaron dos metales -cobre y cobalto- por un total combinado de 25.000 millones de dólares, lo que equivale a más de un tercio del PIB del Congo de ese año (OEC, 2022).

A pesar de la enorme riqueza en recursos naturales, la población de la RDC lucha por sobrevivir. Ese mismo año, el Banco Mundial develó que alrededor del 74,6% de la población de la RDC vive con menos de 2,15 dólares al día, y aproximadamente uno de cada seis congoleños vive en la extrema pobreza (2024). La brecha entre la riqueza nacional del país y la extrema pobreza que sufre la mayoría, es abrumadora.

Varios de los componentes más importantes de la infraestructura mundial moderna dependen de minerales y metales extraídos en la RDC (coltán, cobalto, cobre, diamantes, oro, tungsteno y uranio). Por ejemplo, los componentes básicos de la economía global digitalizada se extraen de lugares como la RDC a muy bajo costo. Los grupos de milicianos aseguran la mano de obra mediante la fuerza, lo que se traduce en salarios nulos o bajos para las personas que trabajan en la minería y en las zonas mineras industriales. Debido a estas condiciones laborales, la tasa de explotación de quienes producen el iPhone -símbolo omnipresente del producto final de los minerales- es 25 veces superior a la tasa de explotación de los trabajadores textiles en la Inglaterra del siglo XIX.

El precio de las materias primas digitales se ve aún más abaratado debido a los escasos ingresos obtenidos por el Estado congoleño. Tomando el ejemplo de una multinacional clave en la extracción de recursos de la RDC, Glencore anunció ganancias ajustadas al mercado de 3.500 millones de dólares estadounidenses para 2023. Es el “subsidio” de los salarios reducidos (facilitados en parte por el trabajo coaccionado y forzado) y la disminución de los ingresos del Estado lo que proporciona a esta empresa ingresos tan altos. Sin la sangre, el sudor y la miseria de los “mil millones de abajo” de la población congoleña y las materias primas que producen, las empresas del Norte Global no podrían obtener ganancias tan elevadas.

 

Reflexión final

Justo cuando estoy leyendo otra autobiografía de la revolucionaria palestina Leila Khaled, es cuando hago la conexión sin querer con Andreé Blouin. Ambas mujeres, ambas revolucionarias, con pasados tormentosos y rehaciéndose continuamente para combatir las falacias occidentales impuestas en la historia de sus pueblos.

En plena Tercera Guerra Mundial, entre videos de asedios internacionales, mientras continua el genocidio palestino, creo que pensar en estas mujeres y su vida me reconforta un poco, es como si a través de sus luchas una puede adentrarse en esos pueblos marginados, asediados y torturados durante siglos por occidente.

Veo en ellas otra mirada, y en ellas me distraigo un poco de tanto dolor, de tanta indiferencia, aunque ellas mismas hablen sobre eso, tránsito a través de ellas, de su dignidad, para tocar estos temas y en ellas me refugio.

 

(*) Lucía Sigales Noguera es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y miembro del Capítulo Uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)

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