Sobre Trump, el Estado profundo y la paciencia del Kremlin

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De la mano de la CIA y el MI6 británico, las aventuras militares de Ucrania en el territorio profundo de Rusia podrían arrastrar hacia un conflicto nuclear

Por Carlos Fazio (*)

Dibujo por Adán Iglesias Toledo (**)

La guerra proxy de las administraciones Biden y Trump contra Rusia en Ucrania, que desde 2014 ha contado con la colaboración activa de la OTAN y el suministro de inteligencia, armas y recursos millonarios a Kiev, ha entrado en una fase de signo incierto a corto plazo. Aunque analistas castrenses predicen que una ofensiva rusa en todas direcciones sobre la línea de contacto podría culminar con una victoria del Kremlin para el verano o principios de otoño, el recrudecimiento de sabotajes de corte terrorista, incluida la voladura de puentes al paso de trenes de pasajeros, así como ataques asimétricos con drones contra objetivos militares en Rusia, por parte de Ucrania, podría dilatar el desenlace. 

Como reseñamos en una entrega anterior para Mate Amargo (“La Operación Spiderweb de Ucrania violó la Doctrina de Disuasión Nuclear rusa”), el 1º de junio, víspera de la segunda reunión de negociadores rusos y ucranianos en Estambul, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) reivindicó ataques con enjambres de drones FPV (de pilotaje con visión remota) contra cinco aeródromos militares rusos, superando el umbral de una respuesta nuclear del Kremlin, lo que provocó la urgente conversación telefónica, el miércoles 4, entre Vladimir Putin y Trump, quien confirmó que Rusia respondería a esos ataques con “firmeza”. 

La Operación Telaraña del SBU implicó el ataque con drones contra infraestructura y capacidades militares críticas relacionadas con la disuasión estratégica de Rusia. En particular, habrían sido alcanzados una decena de bombarderos Tu-95, Tu-22 y Tu-160, y un avión de alerta temprana A-50, un golpe táctico simbólico de Kiev, amplificado como “espectacular” a nivel propagandístico por los medios hegemónicos occidentales. (Junto con los submarinos atómicos y las lanzaderas y silos en tierra, los bombarderos estratégicos forman la tríada nuclear rusa.) 

Según Scott Ritter, ex agente de inteligencia del cuerpo de marines de EU, la envergadura de la operación sería el equivalente a que un actor hostil lanzara ataques con drones contra los bombarderos B-52H de la Fuerza Aérea de EU estacionados en la Base Minot en Dakota del Norte y en la Base Barks dale en Luisiana, y los bombarderos B-2 estacionados en la Base Whiteman en Missouri. 

Para Ritter, el SBU no podría haber realizado los ataques sin la aprobación y la asistencia operativa de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido, la CIA y el MI6, que han entrenado a las fuerzas especiales ucranianas en guerrilla y guerra no convencional, y habrían participado en las fases de planificación y ejecución de ataques anteriores contra el puente de Crimea y la base aérea Engels, que fueron los detonantes para la emisión de las modificaciones de la doctrina nuclear rusa en 2024. 

El experto geopolítico brasileño Pepe Escobar coincidió con Ritter en que se trató de una operación de EU y RU, en especial del MI6. Lo que refrendó, después, el ministro del Exterior ruso, Serguéi Lavrov. Lo que no está claro, dijo Escobar, es si Trump estuvo al mando. Si Trump lo sabía, constituiría una declaración de guerra a Rusia. La otra variable conduce a poderosos grupos del Estado profundo (deep state), el gobierno clandestino integrado por una burocracia transpresidencial, jerarcas del Pentágono, la CIA, Wall Street y corporaciones, que siguen operando aun desde el entorno cercano a Trump, como el secretario de Estado, Marco Rubio; el recientemente destituido ex asesor de seguridad nacional, Mike Waltz, ahora embajador en la ONU, y el enviado especial para Ucrania, general retirado Keith Kelogg, y uno de cuyos representantes más belicistas es Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Sur. 

A su vez, el economista y analista geopolítico Jeffrey Sachs aseveró que EU seguramente sabía con antelación de los ataques porque se trató de una operación “obviamente apoyada por la CIA y el MI6”. Escobar y Sachs parten del hecho de que el Tratado START vigente estipula que los bombarderos estratégicos deben ser visibles para los medios técnicos nacionales de verificación, como los satélites (de allí que estaban estacionados sobre las pistas), para permitir la supervisión de las dos partes (EU y Rusia). Ergo, Washington sabía la ubicación de la flota aérea estratégica rusa y sus bases. 

Como observó el exembajador británico Alastair Crooke, citando a Clausewitz, el objetivo de la fuerza militar es imponer un resultado: es decir, que un adversario haga finalmente lo que se quiere de él. Por lo tanto, en lo que respecta a las aventuras o provocaciones militares, es necesario tener las ideas claras desde el principio. Deben tener un objetivo político alcanzable y con perspectivas de realización. Entonces, ¿cuál era el objetivo detrás de esos ataques no convencionales ucranianos?

El momento elegido para la Operación Telaraña y los sabotajes terroristas contra infraestructuras rusas críticas, fue claramente diseñado como un ejercicio de relaciones públicas (o truco propagandístico) para intentar transmitir la impresión de que Ucrania y sus aliados son capaces de continuar la guerra (de allí la exageración grosera de los medios occidentales) y reforzar posiciones de Kiev en la reunión rusa-ucraniana en Estambul; forzar una respuesta dura del Kremlin, eventualmente nuclear, junto con la retirada de Moscú de la mesa de negociación (lo que no ocurrió hasta el presente); agotar los sistemas de defensa antiaérea que cubren las regiones de retaguardia de Rusia, y sabotear deliberadamente el proceso de acercamiento entre Trump y Putin. No obstante, los ataques no modificaron el paradigma estratégico-militar general del conflicto, a favor de Rusia en el frente de guerra.

Otro objetivo, ese sí estratégico y atribuible al Estado profundo, pudo ser imponer a Trump la incómoda realidad de no tener, como presidente, el control de la política exterior estadunidense. Como advirtió el general Mike Flynn, citado por Crooke, “el deep state está actuando fuera del control de los líderes electos de nuestra nación… Esas personas de nuestro Estado profundo están comprometidas en un esfuerzo deliberado por provocar a Rusia a un enfrentamiento importante con Occidente, incluidos los Estados Unidos”. Tal situación envía el mensaje de que Trump no tiene el control y no se puede confiar en él ni en sus aliados europeos, en particular, Reino Unido.

Hasta ahora, Rusia ha respondido de manera metódica al terrorismo, sabotajes y provocaciones de Ucrania y la OTAN con una mezcla de paciencia y determinación. Y muchos han interpretado esa postura como debilidad, algo que puede haber influido en la decisión de Ucrania y sus facilitadores occidentales de llevar a cabo esa operación, que vulnera la Doctrina de Disuasión Nuclear rusa que, entre otros lineamientos, prevé el uso del arsenal nuclear en caso de “acciones de un adversario que afecten infraestructura estatal o militar críticamente importante de la Federación Rusa, cuya desactivación perturbaría las acciones de respuesta de las fuerzas nucleares”. 

Si bien el espectro de la tercera guerra mundial puede parecer exagerado, Trump, quien a golpes de realidad ha descubierto poco a poco el arte de la negociación político-diplomática –y que por su pragmatismo da por perdida la guerra en Ucrania, pero no quiere asumir sus costos–, expresó el 6 de junio su esperanza de que el conflicto no se convierta en nuclear, y reconoció que Zelensky dio la razón a Putin para “bombardear (a Ucrania) hasta el infierno”. Siguieron varios días de ataques masivos combinados rusos sobre objetivos militares en el territorio ucranio, incluida Kiev, su capital, aunque no con la contundencia que Trump y Escobar esperaban. 

El Kremlin, que activó los sistemas de comunicaciones reservados para la guerra nuclear, sigue reservándose sus mejores armas, mientras evalúa cómo derrotar la nihilista (Emmanuel Todd dixit) guerra sin fin del Estado imperial (acicateada por el deep state con apoyo de la OTAN y la Comisión Europea en Bruselas vía los halcones con esteroides Mark Rutte y Ursula von der Leyen), sin desencadenar una tercera conflagración contra el Occidente colectivo.

No obstante, cabe recordar que, en mayo pasado, Rusia y China advirtieron del riesgo creciente de un conflicto nuclear. Y enfatizaron: “Los Estados poseedores de armas nucleares, que tienen una responsabilidad especial en la seguridad internacional y la estabilidad estratégica mundial, deben abandonar la mentalidad de la Guerra Fría y los ‘juegos de suma cero’ y resolver las contradicciones mediante un diálogo equitativo y consultas mutuamente respetuosas, fomentar la confianza para evitar peligrosos errores de cálculo y abstenerse de acciones que creen riesgos estratégicos”.

(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones.

(**) Profesor Adán Iglesias Toledo, Dibujante Gráfico Cubano, Caricaturista Editorial y Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC, la UPEC y la REDH (Capitulo Cuba). Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero. Posee en su haber múltiples exposiciones individuales y colectivas, talleres nacionales e internacionales y ha sido premiado por más de 40 veces en su país y otros países.

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