Por Lucía Sigales Noguera(*)
Prof. Adán Iglesias Toledo(**)
Es necesario retomar la discusión sobre el poder del lenguaje, en momentos como los actuales, de retóricas políticas, simbólicas, lo dicho y los silencios en un contexto global de violencia.
Inevitable no traer a Noam Chomsky a la tarea, para describir lo que significa: “el lenguaje es el resultado de la acción combinada de estructuras de la mente inicialmente dadas, de procesos de maduración y de interacción con el entorno”.
El lenguaje es un componente innato de la mente/cerebro que alcanza el conocimiento cuando se le somete a la experiencia lingüística. Por ejemplo, dos personas pueden compartir exactamente el mismo conocimiento pero diferir en su uso a través de la herramienta del lenguaje. La habilidad para utilizar ese lenguaje puede mejorar o empeorar la comprensión de lo dicho o lo escrito sin que se produzca ningún cambio en el conocimiento, en la mayoría de los casos esto ocurre intencionalmente. Se genera una lesión, de manera selectiva, en una persona o en una sociedad, de allí la importancia de poder descifrar el poder detrás de cada enunciado.
Chomsky cree que existe un alto grado de analfabetismo y analfabetismo funcional, fomentado por los medios de comunicación y su constante necesidad de comprimir los conceptos. Reducirlos, licuarlos, vaciarlos, buscando imponer el pensamiento convencional y bloquear la indagación profunda, el análisis crítico. Por el contrario, Chomsky rescata figuras como Paulo Freire y el desarrollo de su pedagogía liberadora, que apunta a la formación de seres humanos pensantes, comprometidos con su devenir. El desarrollo de las naciones se alcanza con una educación que haga libre al educando, al reafirmar su identidad gracias al pensamiento. La reflexión permite a las personas ubicarse en el mundo, entender su rol, su participación en el entramado de las diversas relaciones con sus semejantes.
Chomsky sostiene que el sistema político, y su retórica, se ha servido de todos los elementos a su disposición (conceptos, términos, etc.) para ir manipulando paulatinamente las mentes de la sociedad estadounidense y -en extensión- la opinión mundial. El objetivo es, claramente, mantener la concentración de la riqueza y el poder: al público no se le puede decir quiénes son los que verdaderamente mandan en la nación, a ellos se les debe hacer sentir y pensar que el gobierno está al servicio de los intereses del hombre común y corriente.
En las democracias capitalistas se puede elegir todo menos el lugar donde debería residir el poder. El lenguaje, pero sobre todo el meta lenguaje de estos tiempos que corren, se encarga de que podamos hablar de todo: casos de justicia, democracia, ley, comunidad, oligarquía, política, gobierno, etc…pero sin apartarnos de una referencia teórica pre-establecida y auto-impuesta que podríamos sintetizar como el “mundo occidental”.
En una democracia, en principio, gobierna el pueblo. ¿Quiénes nos representan? Los elegidos por el pueblo. Pero el poder para la toma de decisiones en el capitalismo, en cuanto a los aspectos centrales de la vida de un país, reside en las grandes corporaciones extranjeras y en la necesidad de que sus intereses primen por sobre todas las urgencias de una sociedad. Cuando los gobiernos llegan al poder, elegidos por el pueblo, se dan de frente con esta realidad, aunque muchos ya la conocen de ante mano también, prestándose a la pantomima de la soberanidad, si se me permite el neologismo. Se recurre, entonces, al lenguaje rimbombante, repleto de lugares comunes, que juega con la exacerbación de las características culturales locales (dominantes, por cierto), para doblarse y desdoblarse en la justificación de porque no se hizo lo que se prometió o se dibuja una frase que tanto pueda ser asertiva como desvinculante. Hasta que llega una nueva campaña y se vuelve al lenguaje, pero a otro que no se acuerde de lo que pasó y que hable de un futuro venturoso, medio vago y generalote, sin entrar en mucho detalle que comprometa…todo se vuelve distractivo, ex profeso, para que nos perdamos en la batalla comunicativa.
Es necesario prestar atención a lo que se dice, a lo que se repite y también lo que no se dice. Todo eso es lenguaje, que tanto puede sostener como cuestionar la dominación. El lenguaje construye pensamiento, el pensamiento construye accionar y lo transforma en conocimiento colectivo.
Óscar Bottinelli, hace poco, decía que con el Pepe se terminaba una generación de políticos. Yo me pregunto, ¿cuál es la generación de políticos que queda?, ¿qué generación nos gobierna?, ¿quiénes son los que vienen a gobernar a todos y no solo a la barra?, ¿qué barra?.
El silencio, que es postura, de nuestros referentes políticos actuales frente a los genocidios de Palestina, Sudán y el Congo, es doloroso. Tampoco se habla de los problemas que más urgen a la gente, ni de los graves problemas que afectaron la credibilidad internacional de nuestro país en el gobierno pasado, la LUC, la nefasta transformación educativa, etc. Ahora vuelve a aparecer Marset. Todo light, bien digerido o demasiado pretencioso como para ser creíble. No se habla de latinoamericanismo, dejaron de hablar de patria grande. De Venezuela ya ni se habla, aunque su realidad haya cambiado o el imperio haya decidido hablar más de Irán. De la Colombia de Petro, en la que tanto intervino Pepe para alcanzar un proceso de Paz, tampoco.
Y hay ejemplos buenos a seguir, como el de la Presidenta de México Claudia Sheinbaum, que se dirige a su pueblo mediante conferencias espectaculares, con un lenguaje claro, determinado, que reafirma a la izquierda, que se diferencia de la derecha que en sus palabras es “la que recorta presupuesto, la que está del lado del nazismo, de la discriminación, del odio a los inmigrantes, la que financia las guerras”. Se dirige a su pueblo con amor y dignidad, porque sabe que su gente entiende, toma posición y así engrandece a toda latinoamérica con nuestra historia compartida.
El silencio es parte de la conversación, como en la música, el silencio en la música se escribe (oxímoron). Es por eso que cuando el poderoso hace silencio, algo comunica, ¿cuál es el significado de ese silencio? Algo se está diciendo con el silencio, con esa ausencia. Los pueblos, escuchamos ese silencio, nos damos cuenta del uso del poder por el poder mismo, ese silencio nos llega y nos hace ruido.
Sé que hay un montón de políticos y políticas con la mayor voluntad, pero se nota un vacío colectivo entre ellos y frente a nuestra sociedad entera, con un lenguaje netamente utilitarista. Progresismo es lo que repiten, de traje y corbata, ellos y nosotros, todos somos hijos de trabajadores pero ya no se habla más de izquierda. Me llama la atención, porque los uruguayos tenemos y entendemos muy bien el lenguaje en todas sus expresiones, siento que minimizan nuestros saberes y comprensiones populares. Vayamos a un ejemplo: el concepto de interseccionalidad, muy planteado por los feminismos y diversos movimientos sociales. Esta palabra “interseccionalidad” sirve para identificar con mayor precisión las injusticias que resultan de la combinación de distintos ejes de desigualdad, desplegando conceptos como raza, discriminación, alienación, cuerpos, territorio, género, infancias, vejeces, entre otros, y que sirve como guía para transitar por todas estas particularidades modificando la noción de que una sola persona se pueda comprender por un solo factor. Cuando aparece la “interseccionalidad” en las voces del poder, en declaraciones institucionales, en campañas comerciales y documentos oficiales, aparece como consigna, como simple pluralidad de perfiles o como una suma sin conflicto de etiquetas personales. La confusión entre interseccionalidad y las narrativas institucionales sobre “inclusión” se debe, en parte, a la negativa de muchos espacios políticos a revisar su funcionamiento interno, alejado de lo que realmente manifiestan los colectivos sociales. Estas estrategias de visibilidad simbólica permiten mantener intactos los privilegios de clase media, alta, blanca y occidental pretendiendo proyectar una imagen de apertura. El vacío de contenido in situ, emite entonces un silencio, se apropian del lenguaje para transformarlo en ausencia, consolidando los privilegios que la propia interseccionalidad cuestiona.
En política, la mayoría de los conceptos, a pesar de haber formado parte de un discurso específico, en un periodo histórico determinado, son plausibles de ser re-semantizados. Incluso al grado de perder su sentido original y la mayoría de las veces usados para encubrir intereses que nunca van a ser explicitados y menos en un discurso público, el lenguaje es la máscara con la que cubren el engaño.
Como sociedad toda, de un país que se encuentra en la periferia de la toma de decisiones, debemos estar atentos a todo lo que se dice, a las “verdades” que se repiten incesantemente, a los eufemismos, a los tips y los coachings…para comprender cómo se manifiesta el poder y el lenguaje que utiliza para tales fines. Porque es allí, en la construcción de sentido, en donde cimentan el verdadero poder, la legitimidad con la que sostienen la dominación.
(*) Lucía Sigales Noguera es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y miembro del Capítulo Uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH).
(**) Prof. Adán Iglesias Toledo, Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC. Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero.