Por José Ernesto Novaez Guerrero (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
En un texto publicado en este mismo medio el año pasado, a raíz de la invasión ucraniana de la región rusa de Kursk, afirmábamos que esta acción marcaba el punto de giro definitivo de ese conflicto. Las razones, que se fueron haciendo más evidentes en la medida en que la posición de Kiev en la región hacía aguas, tienen mucho que ver con la asimetría esencial que ha signado la totalidad de esta guerra.
En Kursk, Ucrania dilapidó lo mejor de sus reservas de hombres y equipamiento, logrando una efímera victoria mediática y el control temporal de una pequeña porción de suelo ruso, con valor simbólico, pero carente totalmente de valor estratégico. Al desgastar lo mejor de sus escasas reservas en una operación de titulares, Kiev perdió la iniciativa a escala global en el conflicto y debilitó críticamente la línea del frente en el Donbáss, lo cual fue hábilmente aprovechado por los estrategas rusos, para hacer caer algunos de los más importantes y, hasta entonces, inexpugnables bastiones ucranianos en la región.
Adicionalmente, participaron en el conflicto tropas norcoreanas, combatiendo en territorio ruso contra el ejército ucraniano. Esto, que fue públicamente reconocido por el propio presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, eleva de facto la asociación estratégica entre ambos países a niveles sin precedentes.
Forzados por la Casa Blanca, cuyo actual inquilino prometió acabar en 24 horas con el conflicto, la parte ucraniana aceptó encontrarse en una primera ronda de negociaciones con la contraparte rusa. El primer encuentro ocurrió en Estambul en mayo de este año, dejando como saldo el acuerdo de intercambio de 2000 prisioneros de guerra por cada bando y poco más. Rusia, que sabe estar ganando este enfrentamiento contra la OTAN, tiene una serie de reclamos sustentados por la realidad del terreno y que implica el reconocimiento por parte de Ucrania y sus aliados occidentales de los territorios de mayoría rusa que ya son, de facto, parte de la Federación.
El alto mando ucraniano, por su parte, probablemente siente que no tiene nada que ganar en un acuerdo de esta naturaleza, lo cual explica su reluctancia a este diálogo. Su posición es sumamente compleja. Por un lado, un grupo de países europeos parecen empecinados en continuar y escalar el conflicto. Para ello prometen ayudas económicas e, incluso, algunos de ellos han valorado seriamente la posibilidad de proporcionar a Ucrania armas con mayor alcance que el actual, tornando la situación potencialmente más peligrosa. Sin embargo, la cruda realidad es que Europa no tiene las capacidades ni financieras ni militares para proveer de armas a Kiev con la inmediatez que esta necesita. El inmenso frente del Donbáss y la costosa guerra de desgaste en curso, demanda capacidades productivas superiores a las de la industria europea. A esto se añade que el equipamiento militar europeo, en general, ha tenido un peor desempeño en las específicas condiciones de la guerra en Ucrania que el norteamericano y el ruso.
Por el otro lado, el gobierno de Donald Trump quiere cerrar rápidamente un conflicto que, a diferencia de su predecesor Joe Biden, ya no considera una prioridad estratégica para Estados Unidos. Su objetivo es obtener un acuerdo ventajoso con Ucrania, que le permita controlar buena parte de los recursos estratégicos del país, por demás sumamente endeudado con Washington. Para esto, es indispensable una solución estable del conflicto. Y la realpolitik dominante en los pasillos de la Casa Blanca es consciente de que la única vía hacia este fin pasa porque Rusia, claro vencedor, imponga sus condiciones y obtenga lo que se ha propuesto.
La élite política actual en Ucrania, con Zelensky a la cabeza, siente como la tierra comienza a escurrirse debajo de sus pies. Ya vivieron las consecuencias directas de un paso atrás de Washington. Luego de la desastrosa reunión en la Casa Blanca, que llevó a un choque verbal entre Zelensky, Trump y el vicepresidente Vance, la administración Trump tomó la decisión de suspender toda la información de inteligencia que se compartía con Ucrania dejando a las tropas de este país completamente ciegas en el frente de batalla, algo que dio una ventaja crucial a Rusia.
Pero no son solo las presiones militares, con un frente a punto de desmoronarse, un ejército exhausto y serios problemas de reclutamiento, que han dejado videos dantescos de civiles siendo secuestrados en las calles de varias ciudades ucranianas o en centros comerciales para ser enviados a las unidades de reclutamiento, es también el tiempo político lo que comienza a agotarse. La población ucraniana resiente el prolongado sacrificio de la guerra, con escasez de bienes y cortes eléctricos en el invierno, con el ascenso de los sectores de ultraderecha filofascista o directamente fascista, que han apoyado y sostienen con la represión al gobierno de Zelensky, sumado a la corrupción evidente en todo el aparato gubernamental, tan escandalosa que ha sido reconocida con alarma incluso por los propios aliados europeos. Y a todo esto se añade el sostenido cambio de discurso en la gran prensa hegemónica respecto al líder de Kiev. De héroe y salvador del mundo libre ha pasado a dictador, mal estratega, ingrato, etc.
Como otras figuras en el pasado, Zelensky aprenderá el triste destino de aquellos que aceptan ser títeres de intereses foráneos en la pugna geopolítica. Su legado para Ucrania será una guerra que se pudo haber evitado, el sacrificio de todo un pueblo para que la OTAN pudiera librar una guerra proxy contra Rusia y un país desmembrado y endeudado, que será fácil presa de los chacales.
Con brutal naturalidad, el primer ministro polaco Donald Tusk, exponía lo que está en la mente de muchos “aliados” europeos de Ucrania. En una rueda de prensa, declaró: “No hay nada malo en decir honestamente que queremos ganar mucho dinero con la restauración de Ucrania. Queremos ayudar, pero también queremos sacar beneficio de ello”.
El cinismo europeo, la otra cara de la moneda del cinismo estadounidense, nos recuerda una descarnada realidad: Ucrania no ha sido otra cosa que un negocio. Un pulso militar para medir las capacidades de Rusia, sobre un terreno sin costo simbólico para Europa, que proporciona además la excusa perfecta para seguir invirtiendo masivamente en el lucrativo complejo industrial-militar, con una clase política corrupta, fácilmente vendible y comprable y donde, una vez concluido el conflicto, las deudas, los créditos, las necesidades de reconstrucción, permitirán saquearlo impunemente. El castigo para el pueblo ucraniano está lejos de concluir.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.
(**) Profesor Adán Iglesias Toledo, Dibujante Gráfico Cubano, Caricaturista Editorial y Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC, la UPEC y la REDH (Capitulo Cuba). Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero. Posee en su haber múltiples exposiciones individuales y colectivas, talleres e intervenciones nacionales e internacionales y ha sido premiado por más de 40 veces en su país y otros países