Vale por un chorizo y un refresco

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Por Rolando W. Sasso(*)

Con los números arriba de la mesa surgen casi naturalmente las conclusiones, sin la presión de los candidatos ansiosos por contar con resultados concretos. Puede verse entonces el papel que juega el clientelismo a la hora de enfrentarse el vecino con la urna que abre su boca para tragarse el sobre con su voto. Y surge la pregunta ¿Cuánto vale un voto?

Muy otro habría sido el resultado de no mediar un incentivo económico para inclinar la voluntad del ciudadano. Porque una cosa es ganar los votos hablando, escuchando al vecino, presentando el programa, discutiendo hasta reventar y otra cosa es ganarlos untando la mano a los votantes.

Tengo recuerdos de las elecciones generales de 1966, del domingo 27 de noviembre, donde se eligió el gobierno nacional, a los integrantes del Poder Legislativo y también a los 19 gobiernos municipales. Ganó ampliamente el Partido Colorado siendo electo presidente el Gral. Óscar Diego Gestido.

Se hablaba (y yo con mi corta edad así lo entendía) de votar a cambio de un trabajo o un ascenso en una institución del Estado; o tal vez por una tarjeta de algún diputado que presentándose en el Palacio Legislativo pudiera atender al correligionario y eventualmente otorgar un puesto de trabajo para el hijo del postulante.

Eso creaba lazos de pertenencia de tipo casi feudal (faltaba apenas que se pagara en bonos los servicios prestados) que se respetaban como cosa sagrada.

Ahora el clientelismo funciona casi igual: el postulante se presenta en el club ante el referente (diputado, secretario o senador) para trabajar en horas de militancia repartiendo volantes o listas, pintando muros o colgando carteles con la foto del conductor del partido en el barrio, ciudad o pueblo. Si gana el candidato propuesto por la maquinaria electoral el postulante tendrá grandes chances de obtener un carguito.

También la transacción puede hacerse por unas chapas para arreglar el techo del rancho que se llueve o pintar algunas paredes, o ¿por qué no?, por un número en el sorteo de una vivienda con la bolilla enfriada para ganar al tacto.

En otras ocasiones el beneficiario se lleva una bolsa de horas extras en cierta intendencia que el dirigente reparte a discreción como los punteros argentinos. No hay nada nuevo bajo el sol.

A unos les toca el cofre con monedas de oro, a otros un chorizo y un refresco “pa los gurises” según el monto de lo que va quedando en el barco pirata. Al que se arrastra mejor puede tocarle un suculento plato en compensación, a otros no tanto, pero todos deben obediencia al candidato que no se limita al voto familiar debido, sino que a menudo abarca otros tiempos pos electorales y otras tareas. Del clientelismo a la corrupción media un solo paso.

Y aquí surge nuevamente la pregunta: ¿cuánto vale un voto? Y la respuesta acorde: qué diferentes hubieran sido los resultados del escrutinio de no haber mediado la intervención descarada del clientelismo.

 (*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T

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