Por Lucía Sigales Noguera(*)
Los Millenials hemos vivido en carne propia, desde nuestras infancias hasta la actualidad, los cambios tecnológicos constantes, con una velocidad extrema de la que algunos fuimos casi analfabetos por no tener computadoras en casa. Acceder a una de ellas cada tanto en la escuela pública, era raro, no entendíamos nada y si teníamos algún amigo con compu en la casa jugábamos jueguitos de Circos y Buscaminas.
Luego en la adolescencia tuvimos que aprender a los porrazos a escribir en Word y todo el paquete Office, porque empezaba a existir la materia Informática en el liceo y había que salvarla sí o sí. Algunos hicimos cursos porque luego de terminar el liceo, y para conseguir un laburo, el manejo de Office era excluyente. Entre ellos estaba Excel, ¡qué complicado! Algunos apenas salvábamos matemáticas y aún así necesitábamos llenar celdas con números, estirarlas para arriba o hacia los costados y luego ejecutarlas como gráficas lineales o las famosas “tortas”. Entre medio aprendimos Power Point porque ya las carteleras de cartulina para alguna presentación en clase sería como desplegar un papiro. Ya no servía de nada calcar mapas, ni tampoco escribir en cursiva a mano. Lo que nos costó usar la calculadora científica y ¡qué caras eran!. Íbamos contentos a las librerías a comprar materiales y alguna de esas lapiceras caras que las cuidábamos un montón o los lápices de colores buenos que servían para esfumar mapas de geografía.
De repente algunos termínamos el liceo a los ponchazos sin estar muy seguros del bachillerato que elegimos. En ese momento estábamos contentos con el Plan Ceibal porque ya en las escuelas los niños podrían acceder, sin importar el contexto social, a una computadora, ya no habrían niños analfabetos de la informática y podrían todos salvar los exámenes en el liceo.
Entre medio aparecían mejores celulares, con tapitas, ring tong más musicales y con pantallas de colores. Habíamos dejado atrás el walkman y el discman, empezábamos a escuchar música por mp3 bajadas en los cibers del barrio. Todo un acontecimiento tener para elegir la música que siempre deseábamos y que solo podíamos grabar mientras escuchábamos la radio. Así también aparecieron los DVDs, pero desaparecieron muy rápido con las nuevas plataformas de películas pirateadas por internet. ¡Qué lío el derecho de autor! ¡Qué lío tuvimos en facultad con los kioscos que fotocopiaban libros enteros! Apenas íbamos la biblioteca de facultad y menos a la Nacional, por lo menos los que estudiamos en Derecho.
Ahora escribo estas líneas desde mi Smart Phone, en un block de notas que lo agarro mientras tengo algún hueco entre trabajo y crianza. Hacerte un tiempo para recordar los grandes pasos de la tecnología y las carreras interminables por alcanzar esos pasos virtuales. Si ya el mundo era globalizado, ahora lo es mega inter-personal-globalizado. Nuestros cuerpos y ojos, manos tipeando, ya casi volviéndonos lentos al escribir a mano pero muy rápidos para postear, sacar fotos y leer por arriba los posteos de otros.
El gran desafío de esta era, aunque parece que siempre lo haya sido, es determinar las fuentes. ¿Quién escribe lo que escribe? ¿Bajo qué contexto lo hace? ¿Cómo se formó esa persona que expone algo tan interesante o tan espeluznante? ¿Está comprobado científicamente lo que estoy viendo? Y así vamos leyendo y parándonos en cada párrafo para checkear lo que se está viendo. Ni que hablar de Wikipedia que en cada frase te pone un link en azul, que te tienta en abrirlo para que luego sigas abriendo más links para re chequear biografías y más fechas y más contexto. Es agotador, el cuerpo, la vista y las manos parecen cansarse y la mente parece querer más y más pero…¿el cuerpo? El cuerpo no responde a tanta demanda virtual. ¿Cómo es posible que un cuerpo que nació parido con sangre y dolor pueda soportar ahora tanta exigencia de la red? ¿Cómo es posible que cada parte de nuestro organismo se vea empujado hacia saberes virtuales que otros cuerpos paridos de la misma forma han subido a la red?
“¡Ya está!” parece decirnos la mente de repente, “¡detente!” parece decirnos nuestro estómago cuando sentimos que se cierra viendo en vivo y en directo un genocidio, el genocidio del pueblo palestino. Seguimos scroleando pero con angustia, nos meten de repente influencers que te quieren enseñar a respirar mejor, y otra vez lo mismo, como en un mundo tan generalizado, nos perdemos entre tanta gente que ni conocemos pero están o no están ahí en la red.
¿Cómo enseñarle a nuestros hijos que todo esto hay que filtrarlo?, como los filtros de compras que te quieren vender y simplificar búsquedas para tu producto, pero no, hablamos de filtros de fuentes. ¿Cómo explicarle a tus niños y adolescentes cuando es el momento oportuno para hacer juntos ese filtro que se necesita para procesar toda esta información y hacer síntesis?, ¿cómo sentarnos a conversar sobre el bombardeo de noticias, falsas, verdaderas o simbólicas? ¿Dónde quedan sus mentes, sus cuerpos? ¿Qué tipo de sinapsis estamos tratando de generar?, ¿qué tipo de emociones estamos teniendo en nuestras manos y viéndolos a ellos ejecutar? ¿Podrán ellos lograr con estos discursos gratuitos, en sus pantallas, ser deliberativos y con sentido crítico? ¿Cómo forjamos esa nueva conciencia en nuestras infancias? Preguntas y más preguntas que nosotros los padres nos hacemos constantemente, entre charlas y acompañarlos en lo que ven y miran, tiempos de exposición, salidas a jugar con algunos amiguitos y la escuela.
No quiero comparar con los diarios ni televisiones de antes, que además siempre estuvieron comprados por familias y sus grandes monopolios de comunicación. Solo pienso en esa pantalla enfrente a la vista de mis niñas, sin querer que se vuelvan solitarias en ese mundo sorprendente, ocioso, tal vez fantástico y a la vez violento en que se pueden y se verán sometidas. Sus mentes y sus cuerpitos, paridos con sangre y dolor, enajenados ahora por la brutalidad del sistema alienador en sus pequeñas manos.
Dicen que seremos la última generaciones en ver las luciérnagas, tanto brillo, tantas señales, ciudades que crecen más, harán que estos bichos de luz en la oscuridad desaparezcan. Nuestros niños luciérnagas quizá resistan a esta oscura y solitaria existencia, para ello ¡qué necesaria la comunidad!, ¡qué necesaria la charla!, ¡qué necesario el tiempo robado a las pantallas y el trabajo!.
Quisiera que nunca se extinguieran las luciérnagas, quisiera que no se apagaran las lucecitas de nuestros niños. ¿En qué bravura virtual los hemos adentrado?
No pararemos de preguntar, no pararemos de cuestionar, no nos dejaremos endulzar por las mieles del progreso…un progreso capitalista, pensado para la ganancia de unos pocos. Y desde ese lugar, la duda, enfrentaremos la normalidad, las verdades absolutas, la necesidad de producir sin sentido, de trabajar sin sentido, de enfermarnos y enfermar sin sentido, de criar o no criar sin sentido.
Nos asusta la distracción, el touch y la recompensa inmediata de las pantallas. Seguimos en búsqueda de una salida, que quede instalada la semilla de la emancipación en cada uno de ellos, seguimos en la pelea continua de ir envejeciendo en un mundo que quiere extinguir nuestra luz y llevarse consigo las luciérnagas.
(*) Lucía Sigales Noguera es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y Técnica en Gerencia Turística por la Universidad ORT