Por Carlos Fazio (*)
El ensayo de prueba en condiciones reales de guerra del nuevo sistema hipersónico balístico de alcance intermedio ruso Oreshnik, parece haber tenido un eficaz efecto disuasivo en la coyuntura, haciendo implosionar, de paso, la vieja doctrina de George Kennan (1946) contra la exUnión Soviética −y ahora Rusia−, así como el plan de la Rand Corporation presentado al Congreso en 2019 (luego modificado parcialmente), que alentó la guerra de desgaste “por delegación” de EU y la OTAN contra la Federación Rusa en Ucrania, cuyos objetivos perseguían el mismo fin: dividir a la sociedad rusa y crear las condiciones para hacer colapsar internamente al régimen del presidente Vladimir Putin. Con ello estalló, también, la narrativa elaborada por las usinas de propaganda del Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el MI6 británico, que durante casi tres años difundieron en el Occidente colectivo la idea de un Putin igual a Hitler, repudiado por el pueblo ruso y al frente de un país débil sin capacidad técnico-militar para soportar una guerra de desgaste de los 32 países de la OTAN.
Al respecto, el 17 de noviembre The New York Times publicó un editorial firmado por Megan Stack, excorresponsal en China y Rusia, donde recordó cuando el secretario de Defensa de EU, Lloyd Austin, dijo a los periodistas dos meses después del inicio de la Operación Militar Especial rusa, que Washington convertiría en arma el “patriotismo” de los ucranios y quemaría sus vidas en una guerra prolongada que probablemente no se iba a poder ganar, para “debilitar” el poder de resistencia de Putin y provocarle una “”derrota estratégica” sin tener que enfrentarse directamente con él. “Creo −dijo Stack−, que es correcto calificar (el conflicto en) Ucrania como una guerra por delegación” (sic). En su soberbia, tras considerar a Rusia como una “estación de servicio con un ejército”, EU y la OTAN creyeron que bastaría con sancionar, aislar, armar una guerra proxy en Ucrania y desatar la rusofobia, para que el país colapsara y Putin cayera.
Casi tres años después, EU logró la destrucción de la economía y la soberanía europea y destruyó la alianza energética mutuamente beneficiosa Alemania-Rusia (recordar MacKinder/Brezinski), obligando a Europa a comprar su gas natural; forzó a los países de la OTAN a invertir 2% de su PIB en armamento estadunidense y aumentó el número de vasallos con Suecia y Finlandia, pero perdió militarmente la guerra. Por eso, EU, el Occidente colectivo y sus medios están en fase de duelo y negación, y en el delirio de su derrota han buscado provocar una guerra nuclear de aniquilamiento mutuo. Pero Putin no mordió el anzuelo. Y ahora, por sus avances tecnológico-militares, Rusia ha restablecido la paridad estratégica con EU, derrotando los planes hegemónicos de Washington de coaccionar a Moscú para que haga una serie de concesiones unilaterales mediante el chantaje nuclear.
La importancia militar del nuevo misil hipersónico ruso (pura fuerza kinética, sin carga nuclear esta vez), es que contiene Vehículos de Reentrada de Objetivo Múltiple Independiente, diseñados para alcanzar muchos objetivos a la vez y evadir los sistemas de defensa antimisiles. En la coyuntura, al impacto estratégico y psicológico de su uso, se añade el político, ya que el Oreshnik podrá ser utilizado para dar forma a los términos de un futuro tratado de paz con Ucrania y la posterior reconstrucción de la arquitectura de seguridad europea que EU destruyó.
El 29 de noviembre, el presidente nominal de Ucrania, Vladímir Zelenski, dijo estar dispuesto a ceder territorio a Rusia de “manera temporal” para acabar con la “fase caliente de la guerra”, con el objetivo de recuperar en el futuro esas zonas “por la vía diplomática”. Insistió que era “esencial” alcanzar un alto el fuego para “garantizar” que el ejército ruso no se haga con el control de más territorios. El 2 de diciembre volvió a abogar por “métodos diplomáticos” para resolver el conflicto y admitió que el ejército de Ucrania tiene dificultades para recuperar Crimea en el campo de batalla. Su postura fue compartida por el exsecretario general de la OTAN, Jens Stolenberg, quien sugirió la “cesión temporal de territorios” por parte de Ucrania en aras de conseguir un alto al fuego.
Ante la evidente falta de perspectivas para causar una derrota estratégica a Rusia en el frente militar, la OTAN se está decantando por “congelar” la guerra proxy en Ucrania, e intentará restablecer la capacidad combativa del ejército ucranio para llevar a Kiev a las negociaciones desde una posición de fuerza. Lo que coincide con la postura del general retirado Keith Kellogg, nombrado por Trump enviado especial para Ucrania y Rusia, quien prevé congelar el conflicto creando una zona desmilitarizada a lo largo de la Línea de Contacto, que sería patrullada por fuerzas de la OTAN; inaceptable para Moscú por razones de Estado y geopolíticas.
El presidente Putin enumeró en julio las condiciones para (re)comenzar las negociaciones, que contemplan la retirada completa de las tropas de Kiev de los nuevos territorios rusos (las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y las provincias de Zaporozhie y Jersón, incorporadas a Rusia después de consultas populares en 2022) así como su reconocimiento, junto con Crimea y Sebastopol, como sujetos de la Federación de Rusia. Paralelamente, deben garantizarse la neutralidad y la no alineación, así como la desnuclearización, la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania, y levantarse todas las sanciones contra Rusia.
En ese contexto, no parece probable que el Kremlin acepte la nueva postura de la OTAN y la que adopten Trump y el general Kellogg. Tampoco resulta creíble que Kellogg pueda “mediar” entre Ucrania y Rusia, dado que como admitió la señora Stack, EU es parte de una guerra “por delegación”. O como la llamó el canciller ruso, Serguéi Lavrov, una “guerra híbrida” de Washington contra Moscú. Además, Rusia controla hoy la guerra, no EU. Y la lógica indica que la gana Moscú o se pasa a una fase de guerra nuclear −así sea limitada−, incitada por Washington.
En su entrevista con Tucker Carslon, Lavrov señaló que Rusia no quiere escalar la tensión, pero que es un “error” considerar que no tiene “líneas rojas” y está dispuesta a “ceder” constantemente. De allí que el 21 de noviembre, dijo, Rusia envió una “señal” (el misil Oreshnik) y “espera” que Washington, Londres y Bruselas evalúen la situación correctamente. De lo contrario, agregó, Moscú está dispuesta a enviar “mensajes adicionales”. A su vez, el 10 de diciembre, el presidente Putin dijo que una cantidad suficiente de misiles Oreshnik reduce al mínimo la necesidad de utilizar armas nucleares.
Sin embargo, el rápido desenlace del cambio de régimen en Siria, parece indicar una jugada propia del plan de la Rand Corporation, dirigido a forzar a Rusia a “extenderse” imprudentemente para desequilibrarla y luego destruirla.
El colapso de Siria y la dinastía Assad
En menos de 13 días, una coalición de grupos terroristas yihadistas respaldados por Estados Unidos, Israel y Turquía tomó el control de Siria. La ofensiva, que comenzó el 27 de noviembre, culminó con la apresurada dimisión del presidente sirio Bashar al-Assad y su asilo en Rusia.
Envuelta en una maraña de intereses geopolíticos y geoestratégicos que involucra a dos potencias globales (EU y Rusia); tres potencias regionales (Israel, Turquía e Irán); varias monarquías petroleras (Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes) y a distintas facciones político-religiosas locales (kurdos, chiíes, suníes y cristianos), no está clara, aún, cómo evolucionará la situación en Siria, aunque a corto y mediano plazo es predecible un proceso de balcanización signado por una violencia fratricida caótica, incluida la perspectiva de un nuevo califato y una renovada guerra civil.
En la coyuntura, como parte de una estrategia dirigida a remodelar todo Medio Oriente, los grandes vencedores son Estados Unidos e Israel, que de manera coordinada −en el marco de la guerra híbrida proxy de Washington contra Rusia en Ucrania y las matanzas genocidas del ejército de Tel Aviv en Palestina ocupada−, patrocinaron y reactivaron bandas mercenarias de distinto pelaje y a facciones terroristas de yihadistas islámicos derivadas de Al Qaeda: el Estado Islámico (ISIS) y el Frente Jabhar al Nusra (Partidarios del Frente para la Victoria del Pueblo de Siria), hoy Hayat Tahrir al-Sham (Organización para la Liberación del Levante [HTS, por sus siglas en inglés], organización extremista proscrita internacionalmente por la ONU y EU, cuyo cabecilla es Abu Mohammad Al Jolani.
En 2018, durante la presidencia de Donald Trump, el Departamento de Estado ofreció una recompensa de 10 millones de dólares por Al Jolani, cuyo verdadero nombre es Ahmed Hussein al-Shar’a, nacido en Riad, Arabia Saudita, ahora blanqueado por la administración Biden y la cadena CNN como “rebelde moderado”. Y según reconfirmó el 11 de noviembre The Washington Post, el grupo islamista HTS dirigido por Al Jolani, fue apoyado en la ciudad de Idlib, donde había formado un Gobierno de Salvación Sirio, por 20 operadores ucranianos experimentados en el uso de vehículos aéreos no tripulados y unos 50 drones FPV.
A primera vista, la victoria de la HTS parece un golpe casi letal contra el Eje de la Resistencia (Hamas en Gaza, Hezbolá en Líbano y las milicias yemenitas, iraquíes y sirias), lo que implica un duro golpe a Irán: Siria será ahora la base operativa para el despliegue de ataques contra Teherán y Hezbolá, con el objetivo de que Israel recupere su papel como portaviones terrestre de EU en Medio Oriente.
No es un dato baladí, que James Jeffrey, antiguo embajador de EU y ex representante especial del primer gobierno de Trump, describiera al HTS como “un activo” para la estrategia de “cambio de régimen” de Washington y la CIA en Siria, que tuvo como base la ciudad siria de Idlib, donde fue financiado por la Organización Nacional de Inteligencia turca y armado por Qatar, con el apoyo de la OTAN y de manera encubierta por Tel Aviv. Tampoco, que la base militar dirigida por el Pentágono en Al Tanf, en el sur de Siria, sirviera para entrenar a “opositores moderados” contra el mandatario ahora exiliado en Rusia, cuando, en realidad, eran extremistas yihadistas o kurdos los que estaba armando.
La larga mano de la CIA, Israel y Turquía
En medio de la ofensiva yihadista y con la falsa excusa de atacar al ISIS, EU está bombardeando el desierto central de Siria, con el objetivo de intensificar el control de algunos de los campos petrolíferos y las rutas de transporte estratégicamente importantes de Siria. El acceso a los gasoductos y corredores que transportarán gas desde Qatar al Mediterráneo, le permitirá a EU controlar luego los mercados europeos. El gas será suministrado por un títere de EU, operado por empresas petroleras occidentales, vendido en dólares estadunidenses, lo que será utilizado para mantener un dominio absoluto sobre la política energética europea. Al mismo tiempo, todos los demás competidores serán sancionados, saboteados o completamente excluidos.
En el año 2000 Qatar propuso construir un gasoducto de 1.500 kilómetros y valorado en 10.000 millones de dólares a través de Arabia saudí, Jordania, Siria y Turquía. Qatar, que alberga dos enormes bases militares estadunidenses y el cuartel general del Comando Central del Pentágono para Oriente Medio, comparte con Irán el campo de gas South Pars/North Dome, el depósito de gas natural más rico del mundo. El gasoducto Qatar-Turquía daría a los reinos suníes del Golfo Pérsico un dominio decisivo sobre los mercados mundiales de gas natural y fortalecería a Qatar, el aliado más cercano de Estados Unidos en el mundo árabe. Esa es la razón por la que Siria desempeña un papel tan importante en los planes geopolíticos de EU para controlar recursos cruciales para preservar el dominio del dólar y contener el explosivo crecimiento económico de China.
Contra lo que parece en la coyuntura, el colapso final del régimen de Al Assad no se produjo después de una guerra relámpago de13 días, sino que, como parte del programa clasificado de la CIA “Timber Sycamore” (de entrenamiento y suministro de armas a mercenarios de Al-Qaeda, apoyado por servicios de inteligencia árabes), se dio después de una larga guerra de desgaste con eje en el “terrorismo por delegación” (2011 a 2020), apoyado por los aliados europeos de la OTAN, que se vio frenada por la intervención de Rusia, Irán y Hezbolá. Brett McGurk, coordinador para Medio Oriente del Consejo de Seguridad Nacional de EU, llamó más tarde a Idlib “el mayor refugio seguro de Al Qaeda desde el 11 de septiembre de 2001”.
Además del accionar de fuerzas militares de EU en el norte de Siria, la guerra por otros medios también implicó que Israel y Turquía ocuparan ilegalmente territorio sirio en el este y el sur, lo que permitió el robo de las exportaciones de petróleo y trigo de Siria. Incluso, durante su presidencia, Trump se jactó de manera abierta de “robar el petróleo de Siria”. Otro de los objetivos primordiales de EU es excluir la influencia de Irán en Siria y evitar que su territorio se utilice para suministrar armas al grupo militante Hezbolá en Líbano.
Israel y Turquía han establecido vínculos con los grupos de Al Qaeda y están bien posicionados para proyectar poder y forjar sus respectivas esferas de influencia en territorio sirio. En la coyuntura, Israel, que también estaba decidida a frustrar el oleoducto islámico que enriquecería a Irán y Siria −contribuyendo así a la supervivencia de Hezbolá y Hamas−, en una maniobra evidente para fijar una nueva frontera, invadió otra gran cantidad de territorio sirio, tomando el control de las ciudades de Quneitra, Al-Qahtaniyah y Al-Hamidiyah, y también ha avanzado en la zona del Golán, ocupando el monte Hermón sirio y ahora sus tanques están situados a sólo 30 kilómetros de Damasco, la capital siria. También ha desmilitarizando aún más a Siria, bombardeando todos los almacenes militares a su alcance, las posiciones de defensa antiaérea y los equipos de transporte. Con ello, Israel busca restablecer su antiguo poder disuasivo regional y recuperar su papel como subimperialismo al servicio del Estado profundo (deep state) estadunidense en Medio Oriente.
En la nueva coyuntura, los Acuerdos de Abraham, auspiciados por la administración Trump y suscrito por Israel, los Emiratos Árabes y Bahrein en 2020, forman parte de la estrategia de Tel Aviv para normalizar sus relaciones diplomáticas y comerciales con sus vecinos islámicos (principalmente Arabia saudí, que suspendió su proceso de adhesión ante el genocidio en Gaza). El principal objetivo del acuerdo es crear un corredor económico que favorezca el transporte rápido de productos manufacturados y la integración económica de la región, como principal vector de su primacía sobre el resto del mundo.
El otro vencedor, Turquía, hace sus propias negociaciones y su juego dual. Es parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y, además, un país socio de los BRICS, por lo que ahora choca directamente con tres de sus principales miembros: Rusia, China e Irán. El nuevo giro de Ankara puede incluso acabar provocando que sea rechazada por los BRICS y que China no le conceda un estatus comercial favorable. Por otra parte, Turquía tiene una posición estratégica en la zona petrolera. En el límite entre Siria e Irak, desde 2012, controla y es parte de la explotación de los yacimientos petrolíferos sirios, pero en beneficio propio y de la OTAN.
Rusia: ¿cogida de sorpresa?
Sin duda, en el corto plazo, Rusia e Irán salieron perdiendo. Al parecer, Rusia habría anunciado que abandonará su base aérea en Khmeimim y la naval en Tartus, única en el Mediterráneo. Es decir, Rusia perdería de un plumazo su influencia en Oriente Medio y su conexión militar clave hacia África, donde había conseguido gran apoyo. Pero podría tener opciones de remplazo, con diferentes grados de viabilidad, en el norte de África (Argelia y/o Egipto, ambos miembros del BRICS o en Libia); en el noreste africano (Sudán) o incluso en el Golfo Pérsico, donde, por cierto, una base militar podría formar parte de la asociación estratégica integral Rusia-Irán, que firmarán oficialmente el 25 de enero en Moscú, Putin y su homólogo iraní, el presidente Masoud Pezeshkian. Por lo tanto, podría ser mejor para Rusia reducir sus pérdidas, dejar Siria en manos de otros y evitar las complicaciones logísticas militares que Turquía y la Siria post-Assad podrían crear si se niegan a permitir que las Fuerzas Aeroespaciales rusas transiten por su espacio aéreo y amenazan con derribar sus aviones.
Como señaló Pepe Escobar, es extremadamente ingenuo suponer que con todos los activos de inteligencia desplegados en Siria −bases, satélites, inteligencia terrestre−, a Moscú le haya pillado por sorpresa la actividad de grupos de salafistas yihadistas durante meses en el Gran Idlib, donde lograron reunir un ejército de decenas de miles de hombres, con una división de tanques. Así que es bastante plausible, que, de manera pragmática, el Kremlin no tardó en hacer cuentas de lo que perdería, especialmente en términos de recursos humanos, si caía en la trampa de apoyar a un Assad ya debilitado, en otra sangrienta y prolongada guerra terrestre (la “extensión” de Rusia contemplada en el plan de la Rand Corporation). Igual, Irán.
Ahora, toda la tragedia siria −incluido un posible califato de todo Sham liderado por el yihadista reformado Abu Mohammad al Julani− cae bajo la plena responsabilidad de gestión del combo OTAN/Tel Aviv/Ankara.
(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones