Por José Ernesto Novaez Guerrero (*)
Cuba ha vivido jornadas muy difíciles en los últimos días. El deterioro de la generación eléctrica en la isla, con plantas envejecidas y carencia crítica de piezas de repuesto, sumado a la escasez de combustibles, ha llevado a que se desconectara el Sistema Electroenergético Nacional. Durante varios días los cubanos hemos tenido que lidiar con la ausencia total de fluido eléctrico y todos los trastornos asociados. Inevitablemente, el malestar de la situación ha generado protestas sociales en varias ciudades del país, en su mayor parte pacíficas, aunque algunas violentas.
Desde los grandes medios cartelizados de Occidente, tradicionalmente hostiles a la Revolución cubana, se ha dado una cobertura a la situación mayormente irresponsable, con claros sesgos ideológicos contrarios al proyecto socialista cubano, lo cual impide extraer de estos análisis elementos para una comprensión objetiva de las causas fundamentales que han llevado a la isla a la situación actual. Máxime cuando se insiste en verla al margen del panorama socioeconómico en el cual el país se desenvuelve.
Mirar a Cuba en contexto regional ayuda a entender, en primer lugar, que la crisis energética de la isla no es un panorama extraordinario, sino desgraciadamente bastante común en la región. Construir y sostener un sistema energético moderno y confiable resulta un reto extraordinario para economías en desarrollo. La dinámica de las sociedades contemporáneas impone una alta demanda energética sobre las capacidades de generación de los países, al irse incorporando infinitud de dispositivos eléctricos y, al mismo tiempo, el aumento de la temperatura media global, las sequías y otros trastornos climáticos imponen un estrés adicional a las redes, que muchas veces acaban peligrosamente sobrecargadas.
Así, por ejemplo, en mayo de este año 2024 en México, las altas temperaturas y el aumento consiguiente de la demanda, llevaron a que 16 de los 32 estados que integran el país registraran apagones. En Costa Rica, la sequía redujo drásticamente las capacidades de generación del país, que depende en un 70 por ciento de la generación hidroeléctrica, obligando al racionamiento del consumo eléctrico. Similar situación ha golpeado a Colombia, cuyos embalses se mantienen 16 puntos por debajo de la media histórica. En Ecuador la sequía y la obsolescencia de la generación han llevado a cortes de hasta 10 horas diarias. Venezuela viene enfrentando también apagones en diversos estados del país, producto de las sanciones norteamericanas, los sabotajes internos y el deterioro de la infraestructura energética. En la cercana isla de Puerto Rico, estado libre asociado de los Estados Unidos, los apagones son una realidad frecuente, dándose situaciones como la del pasado 13 de junio, donde una desconexión dejó sin servicio a más de 300 mil clientes.
Sin dudas uno de los peores panoramas en materia de generación en la región actualmente lo tiene Cuba. La isla enfrenta las mismas situaciones climáticas y de deterioro de las infraestructuras que son comunes a los países del área, pero con el significativo agravante de que desde hace más de sesenta años la nación debe bregar con un bloqueo económico, comercial y financiero, recrudecido por Donald Trump en la pandemia y que el gobierno de Joe Biden ha dejado intocado en sus disposiciones más agresivas, incluyendo la permanencia de la isla en la infame lista de Países Patrocinadores del Terrorismo, lo cual dificulta cualquier intento de acceder a financiamientos que ayuden a sortear la crisis.
Para tener una idea de la dimensión del costo material, el humano es más difícil de calibrar, basta echar un ojo al reciente informe elaborado por Cuba para la votación por la Asamblea General de la ONU el próximo 30 de octubre de la resolución 78/7 titulada “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. Solo entre el 1ro de marzo de 2023 y 29 de febrero de 2024, los daños y prejuicios materiales provocados por el bloqueo ascienden a más de cinco mil millones de dólares, unos 189 millones de daño más que la cifra presentada en el informe anterior. De no existir el bloqueo, el PIB de Cuba, a precios corrientes, pudo haber crecido alrededor de un 8 por ciento en 2023. En más de seis décadas, los daños acumulados ascienden a 1 billón 499 mil 710 millones de dólares.
Específicamente en el sector de la energía y minas, el informe presentado por la isla detalla que las afectaciones acumuladas en el período ascienden a no menos de 388 millones 239 mil 830 dólares. Desde 2019, el gobierno de Estados Unidos inició la persecución de los buques y navieras que transportan combustible a la isla. Solo en ese año, fueron sancionadas 53 embarcaciones y 27 compañías.
Empresas como la italiana Termomeccanica, adquirida por la norteamericana Trillium y la firma Accelleron, se negaron a suministrar al país piezas y partes indispensables para el mantenimiento de las centrales termoeléctricas. Como resultado de esto, sumado a la falta de recursos financieros, se han alargado los ciclos de mantenimiento, incumpliendo muchas veces con estos. Actualmente, 13 de las 15 unidades de generación se encuentran fuera del ciclo de mantenimiento.
Entender entonces la crisis electroenergética en Cuba, implica, en justicia, dimensionar cuánto golpea el bloqueo norteamericano a todo el tejido económico, productivo y social de la isla. Sin exculpar responsabilidades políticas que puedan existir a lo interno, ningún análisis serio puede obviar o desconocer como primer factor de la crisis actual, el asedio contra la isla. La narrativa de la gran prensa corporativa y cómplice de Occidente busca presentar como prueba del fracaso del socialismo lo que es, ante todo, responsabilidad del imperialismo.
No es la primera vez que las y los nacidos en esta isla nos vemos en una situación compleja. Conviene recordar, tal vez, una anécdota que expresa uno de los sentidos profundos del proceso revolucionario cubano desde sus inicios en el siglo XIX. En un momento de desesperación en 1871, durante la Guerra de los Diez Años, cuando escaseaba el parque para la guerra, alimentos, medicinas y la presión aumentaba sobre las tropas que operaban en el Camagüey, varios oficiales se acercaron al Mayor General Ignacio Agramonte, increpándolo sobre con qué contaba para continuar la lucha, en condiciones tan desesperadas, a lo cual Agramonte respondió tajantemente: ¡Con la vergüenza!
Esa vergüenza ayuda a entender algunas de las páginas más extraordinarias de la historia de Cuba. En momentos difíciles como los que vivimos y otros que vendrán, si bien es cierto que hay muchos y muchas que han perdido la vergüenza, es también cierto que hay millones de hombres y mujeres que la conservan intacta, por Cuba y para Cuba.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.