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@mateamargouy

Carlos Pereira Das Neves

“Y la champaña que descorchan hoy
Guarden los corchos para un bote hacer
Que viene el río del hambre y la sed
Y ya no hay goles que den de morfar”
Maradó – Los Piojos

Y ya no habrá goles, o videos, o entrevistas, o hijos, o historias, o cuestionamientos, que den de morfar. Se murió algo más que una persona, se murió también una construcción popular, como D10S y como referencia de que se puede tener un golpe de suerte para salir de la pobreza heredada. Y que con esa suerte uno puede elegir vivir de rentas o apoyar a la izquierda nacional, continental, o ambas cosas a la vez y toda la contrariedad de la vida encima, más la que nosotros en determinado momento de nuestras vidas -y gracias a nuestra propia madurez alcanzada, impuesta o trabajada- decidamos cargarle en su mochila.

Todos los Diegos

El futbolista y la persona, el delantero y el padre, el famoso y el gurí de villa. Pero en esa dialéctica cotidiana también jugó el mundo, jugamos nosotros, incluso en el día de su muerte. Y no porque la muerte no pueda ser politizada, sino porque es suya, aunque también se la disputemos los que seguimos usándolo así más no sea para aprovechar su contradictoriedad y publicitar nuestro mensaje.

El emisor y el receptor, el mensaje. A mi me sirve siempre, incluso cuando se trata de Vargas Llosa, de quien nunca leí -ni pienso leer- nada. Porque, ya que venimos al caso, importa también el cómo. Importa también el cuándo, si en el momento en el que nadie le enseñó como vivir sin odiar o disfrutar sin abusar, o un 25 de noviembre de 2020. Importa también el qué, el dónde, el quiénes, ¿o ya no nos sirve más que somos lo que somos y lo que nos rodea? Nunca como justificativo y ahí estaremos de acuerdo, pero tampoco nunca como condena irrevocable de un tiempo en el que nuestra sociedad todavía no destruía sus anclajes y si impulsaba sus miserias. La misma que ahora, que tanto te permite un crecimiento de la conciencia para unos cuántos con posibilidades como -a la vez- te regala un gobierno ultra conservador sostenido por una mayoría necesitada de diferenciarse en malos términos.

¿Cuál es la contradicción que debe ser juzgada?, ¿la anónima o la pública?, ¿la de los hijos de las posibilidades o la de los hijos de la miseria?. ¿Cuál es la hipocresía que importa?, ¿la tuya o la mía? Quizás la respuesta la tengo el Diego, en una parte de su nombre: ego.

Deporte no viene de deportar

Pero a Maradona lo deportamos, o se deportó él antes, buscando un mejor pasar para su familia y para sí mismo. Es difícil juzgar las decisiones sin juzgar las herramientas, como es difícil decir si fue el mejor del mundo por haber alcanzado grandes logros deportivos jugando con gente que no brillaba, como es difícil decir si en realidad jugó con gente que no brillaba o esa gente entendió que colectivamente iban a brillar explotando su mejor cualidad: el Diego.

El deporte es un acto colectivo, sin importar los resultados, el dinero en juego, nuestros gustos o aptitudes, y la necesidad de encontrar uno o varios culpables a la mierda de sistema que hemos construido. Es un acto colectivo en sí mismo y en lo que significa, porque Maradona cargó con muchas responsabilidades además de intentar administrar su fortuna, sus amistades, sus problemas de consumo y lo exageradamente público que fue su vivir en fama. Cargó con la esperanza de todos los que hasta hoy piensan que pateando la pelota pueden cambiar su mundo, cargó con la justicia que todos los futbolistas necesitaban en su voz de denuncia contra la corrupción de la FIFA y su mundo, cargó con la revancha de todo un pueblo que vio sus jóvenes morir de frío -y de imperialismo- mal preparados, mal alimentados, mal nacidos, en una guerra librada por burgueses de escritorio en contra de uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipado del mundo.

Si, el fútbol es un negocio, como la medicina alternativa. Ahí están los capitalistas viendo como lucrar con cada iniciativa que pueda volverse masiva y hasta son capaces de volver masiva la individualidad. Pero es un deporte, es colectivo, es un conjunto de responsabilidades en busca de un objetivo, es un conjunto de relaciones sociales que tanto pasan desapercibidas sin son débiles o te desarrollan un movimiento como la Democracia Corinthiana, en plena Dictadura, en un país con un ejército sanguinario como lo es Brasil.

La exitoína

La que para Eduardo Galeano era más devastadora que la cocaína, porque -entre otras cosas- no sale en ningún análisis de sangre. No vi, capaz que pasó y no me enteré, a ninguno de los futbolistas que jugaron con Maradona, ni disfrutar lo que el disfrutó ni sufrir lo que el sufrió. Ni ser motivo de nuestros análisis, porque están allí, en ese lugar adonde no llega el foco. Quizás con un poco de miedo, ¿quién no lo tendría?, quizás disfrutando las mieles de nunca haber tenido un micrófono, un error o una causa por la cual salir a hablar, a dar la cara. Un acto tan irracional como heroico, tan individual como colectivo, tan necesario para quienes se sintieron acompañados por un hombre que usó su popularidad para dar un mensaje como relativizado por quienes ahora usan la popularidad de su muerte para -también- dar un mensaje. ¡C’est la vie!

Y casi llego al final de lo que tengo para decir, sin hablar de la moral. ¿Para qué? Con todo lo dicho. Sería apresurarme a descalificar el apresurado análisis que estoy cuestionando, en el buen sentido del término, aunque el “buen” pertenezca a la escala de valores que en este momento estoy usufructuando.

No hay necesidad de hacer trinchera, de elegir trinchera, de comparar trinchera. Se puede disfrutar del arte que ese hombre nos dejó, en la cancha y afuera, porque no pasó desapercibido ni se quedó calculando la mejor de las salidas. Hizo lo que sabía hacer, si creyera en dios diría que hizo lo que estaba predestinado a hacer, agarró la pelota y encaró, desparramó a sus poderosos rivales con muchas ganas y mucha picardía, la que la mayor parte del tiempo nos gustaría tener.

Y la tocó con la mano también, con una y con las dos, porque eso es lo que hacen los que hacen, tocar la realidad con las dos manos hasta mancharse.

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