Algunas miradas sobre el Mayo Francés

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Por Colectivo Histórico «Las Chirusas»

A lo largo del tiempo, el Mayo Francés ha sido objeto de innumerables interpretaciones y de persistentes discusiones. Si bien el año 1968 estuvo cargado de sucesos, muchos de ellos interconectados, consecuencia de las transformaciones que se habían sucedido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, lo ocurrido fue -en buena medida- un intento de acabar con ese mundo e improvisar la construcción de uno nuevo.

Algunas miradas sostienen que el Mayo Francés concentra las características de un ciclo en que se manifiesta un movimiento de fondo basado en una doble crítica y en un triple cuestionamiento. Por un lado, la crítica a la enajenación y al fetichismo que genera el sistema de explotación capitalista y una crítica a las injusticias sociales y a la desigualdades profundas en las cuales se basa el mismo sistema. Por otra parte, el ciclo internacional abierto con el Mayo Francés está vinculado a un triple cuestionamiento, a un “cuestionamiento de los mecanismos de explotación capitalista partiendo del orden fabril, un cuestionamiento de la sangrienta dominación imperialista empezando por una oposición el intervencionismo norteamericano en Vietnam, un cuestionamiento de los mismos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero que abogan a favor del reformismo y la conciliación de clases, empezando por el aparato stalinista.”

Otros autores reconocen que, por debajo de las protestas de Mayo del 68’ subyacía una revolución silenciosa que buscaba un profundo cambio de valores. Los jóvenes nacidos después de la Segunda Guerra y con una “vida de abundancia económica, reivindicarán en la esfera pública una mayor participación social y, en el ámbito privado, aspirarán a la autorrealización personal.” Se reconoce como premisa básica que el cambio de paradigma cultural empieza con las protestas de Mayo del 68’ y llegaría a su fin con la crisis financiera internacional del año 2008, que sería una “contrarrevolución” en valores. Por lo que primera vez, desde hacía cincuenta años, en la mayoría de países occidentales el porcentaje de jóvenes con valores modernos superaba al de los posmodernos.

Para Gilles Lipovetsky el movimiento no tiene un objetivo global, político y social, es una revolución sin proyecto histórico, un levantamiento cool sin muerte, una «revolución» sin revolución, un movimiento de comunicación a la vez que enfrentamiento social. Por eso “mayo, más allá de la violencia de las noches calientes, reproducen no tanto el esquema de las revoluciones modernas fuertemente articuladas en torno a posturas ideológicas, como prefiguran la revolución posmoderna de las comunicaciones.” Es por ello que sostiene que el 68’ fue el catalizador del individualismo narcisista triunfante en los años 80’.

Para Adorno, el pecado de los estudiantes es el idealismo y la ingenuidad en sus pretensiones de cambiar el mundo. Sostiene que las iniciativas estaban condenadas al fracaso de antemano porque no se daba la situación objetiva para que las protestas consiguiesen transformar la sociedad, ni tan siquiera la universidad. Levantar barricadas no asusta a quien tiene el monopolio de la violencia legítima, es decir, a la policía y al Estado. “Contra quienes manejan las bombas son ridículas las barricadas; de ahí que se juegue a las barricadas, y que los amos toleren temporariamente a quienes se entregan a ello.”

Las palabras (panfletos, discursos, eslóganes y grafittis) fueron importantes en el 68’. Para el historiador francés Morazé: “¿Revolución? El Mayo del 68 fue solamente una de tantas palabras, y lo fue, sobre todo, porque la gente estaba harta de ser gobernada… en el lenguaje de Bossuet [el teólogo del siglo XVII]” En el 68’, algunos asumieron que huir de los formalismos de la expresión podía ser un acto político. Otros debatían sobre teoría política en un lenguaje inaccesible.

Para otros el espíritu de Mayo se enfrenta a todas las discriminaciones. El historiador Pascal Ory describe este tiempo “como el acontecimiento que hizo que se pasara de una izquierda generalista obrera a una nueva izquierda especializada en la lucha contra los valores de la sociedad” , es decir de una izquierda generalista a unos izquierdismos especializados.

Para el filósofo Francisco Fernández Buey “no fue la gran fiesta lúdica, como se viene diciendo casi siempre, sino el gran susto. O aún mejor: una gran protesta estudiantil que se acabó convirtiendo en un gran susto para la gran mayoría.” Lo que comenzó como quejas en las universidades se convirtió en un movimiento de protesta generalizado en las barricadas de París y siguió con ocupaciones de fábricas y huelgas obreras que asustó a la mayoría de la sociedad francesa del momento.

Ramón González Férriz, en su libro La revolución divertida, centra su atención en “las revoluciones de los años sesenta, y de como algunos de sus participantes siguen ocupando el escenario central de la vida pública después de ver cómo sus ideas eran parcialmente derrotadas.” Por lo que admite el fracaso de intentar reformar los sistemas que regían la sociedad a pesar de la paradoja que muchos de sus participantes tuvieron carreras fulgurantes y una influencia como ningún perdedor ha tenido.

Eric Hobsbawm encuentra que la moderación y calma en las negociaciones salariales anteriores a 1968 fue un cambio más significativo que el descontento estudiantil, aunque estos proporcionasen a los medios de comunicación un material más dramático.

El alzamiento estudiantil fue un fenómeno ajeno a la economía y a la política que movilizó “a un sector minoritario concreto de la población, hasta entonces apenas reconocido como un grupo especial dentro de la vida pública, y -dado que muchos de sus miembros todavía estaban cursando estudios- ajeno en gran parte a la economía, salvo como compradores de grabaciones de rock: la juventud (de clase media).”

Bernard Cassen, comentando el libro de Regis Debray Modeste contribution aux cérémonies officielles du dixième anniversaire, admite que este no se ajusta a la idea generalizada que suscita fervor y emoción por la conmemoración de mayo del 68’ y que con gran coraje se aparta de la mayoría para marcar que los sucesos abrieron una nueva vía al desarrollo del capitalismo y la democracia, de ahí que mayo pueda entenderse como una revolución cultural del capitalismo. “Régis Debray no duda en atacar toda la mitología de mayo para argumentar su tesis central: ‘Mayo concede brillantemente los deseos del capital, incluso si eso significa violar sus tabúes e incurrir en su ira’.”

Para Raymond Aron es una situación que no llega a ser una revolución porque no había nadie (y menos que nadie, los estudiantes) que estuviera preparado para asumir el poder. Esta indefinición de la alternativa es lo que empuja a argumentar sobre la inexistencia de la revolución porque no considera una alternativa real a los planteamientos de corte anarcosindicalista formulados. Insiste en que el rechazo de la sociedad de consumo no define un objetivo, sino que “expresa una revuelta emocional y moral que no puede traducirse en un programa político” Inclusive los propios protagonistas no suelen delimitar claramente sus intenciones, en una entrevista en los ochenta, un incómodo Daniel Cohn-Bendit, comenta el lenguaje del 68’, a propósito de unas

imágenes suyas hablando en una asamblea de Mayo y explica: “Nuestras ideas eran justas, pero

nuestro discurso era falso, era una lengua de madera. Es decir, las frases estereotipadas del marxismo que pronunciábamos no eran más que una fachada; el sentido latente es el deseo y la expresión individual, la verdad oculta, el sentido oculto de Mayo […] Hay que olvidar y negar la lengua real de los sesenta, porque lo que queríamos decir sólo podemos expresarlo ahora, con el nuevo lenguaje de los ochenta.”

Los movimientos de 1968 confirmaron y reforzaron el patrón de posguerra que revelaban la dificultad de involucrar a la mayoría de trabajadores en ambiciosos proyectos políticos o sociales, los cuales se basaban en ideologías que atraían solo a las élites y a los militantes mucho más que al público en general o a la clase obrera. Para muchos asalariados, sus intereses personales y familiares inmediatos tenían prioridad sobre temas políticos y sociales más amplios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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