La militancia y los espejos empañados

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Por Ricardo Pose

En los años sesenta y setenta, las visiones que cuestionaban a la sociedad dominante no solo centraban sus críticas en el orden político establecido o impuesto, en las relaciones de producción y en la condición de nación sometida o imperial. También la crítica abarcaba a la cultura imperante en general.

Nacían movimientos anti colonialistas, revolucionarios contra el capitalismo y el imperio, las vertientes pro socialistas; pero también el movimiento hippie, la revolución sexual y el joven mayo francés.

Y aunque organizativamente se expresaban en grupos que parecían no tener espacios comunes o puntos de coincidencias, integrar una organización que se planteaba tomar el Poder combatiendo el viejo orden establecido, también entendía por el mismo el cambio en lo cultural. Había mucho Marx pero también Gramsci, mucho Lenín pero también Foucault, mucho Mariateguí pero también mucho Che Guevara y su “hombre nuevo”. Había una práctica política que se miraba y hacía mirarse el “rostro en el espejo”. Para los más jóvenes el relato y la militancia cuestionaban al poder político, al empresarial, pero también el poder dentro del seno familiar.

El voto que el alma pronuncia

Ya lo hemos sostenido más de una vez y por cierto el hallazgo no es nuestro. La recuperación de los Estados de Derecho luego de los golpes militares “amansaron” el relato no solo en el carné de presentación (muchos pasaron de definirse luchadores sociales a militantes políticos) sino también en sus mensajes a terceros, del discurso a las grandes masas o a la conciencia de la gente (que por otro lado siempre me pareció una definición bastante soberbia) se pasó a hablar del mensaje al electorado, o posible elector y jugado a la necesidad de la construcción de las grandes mayorías en un país envejecido etareamente como Uruguay, a evitar las frases “espantaviejitas”.

Aunque la derecha politica uruguaya le siga reclamando autocrítica a muchos grupos políticos de izquierda, mucho de sus dirigentes la han realizado reseteando semánticamente algunas de sus originarias convicciones.

Adquirieron ademas nuevas designaciones agiornándose al diccionario universitario y pequeño burgués que empezó a hacer punta en buena parte de la izquierda. La gurisada hija del pobrerio en las periferias de Montevideo pasaron a vivir como si se hubiesen mudado en zonas de contexto critico, tal cual lo definían los informes del BID y con la aceptación de esa terminología se podía recibir unos dólares. El pobrerio hambriento y amontonado que florecía como los viejos cantegriles de Aparicio Saravia por la misma anterior razón, sobrevivían en asentamientos irregulares y la esquelética humanidad que tira de un carro juntando basura pasó a denominarse un clasificador.

Esta romanticización de la pobreza venía acompañada por supuesto de la corrección política y de modales para asegurar el camino que permita acceder a las “trincheras legislativas” desde donde se puede pelear sin generar demasiados sobresaltos a los contrincantes; aunque estos defiendan los intereses de los pequeños y selectos grupos de poder.

Espejo empañado

Salvo los feminismos y las disidencias, la izquierda ha quitado de su prédica política la crítica aguda y ácida sobre los patrones culturales de la sociedad moderna.

Un tibio cuestionamiento al individualismo y al hiper consumo que no genere el rechazo de los posibles nuevos votantes, o rechine después de todo a los militantes que apuestan a mejorar la vida de la gente desde confortables hábitat en los distinguidos barrios del este montevideano.

En esa lógica, si luego el pobrerío encuentra en las palabras de la ultra derecha un sonido familiar, la culpa es del pobrerío.

Desempañar el espejo permite volver a observar que la sociedad sigue siendo profundamente injusta luego de 15 años de gobiernos frenteamplistas, no solo por el capitalismo campante, sino porque su lógica se reproduce en el seno de la sociedad, en las actitudes de cada uno de sus mujeres y hombres. El individualismo denunciado como una entelequia casi intelectual se expresa cada segundo que pasa por actitudes mucho mas complejas que ser indiferente hacia el otro y evitar o combatir las soluciones colectivas. Su signo más relevante es cuando coloca en los demás las responsabilidades de todos los desastres que le ocurre a la humanidad. Se expresa en los meritocráticos (carneros o alcahuetes en lenguaje clásico) en el ámbito laboral, pero también en lo que hacen carrera dentro de las organizaciones políticas, los que sugieren recambios pero ocupan todos los espacios y responsabilidades posibles, o se inventan una tarea allí donde nunca fue indispensable.Son los primeros en el reparto y los últimos en los esfuerzos.

También se expresa en una suerte de nuevo sindicalismo que llegó por ósmosis, que pone a los sindicatos a defender ciertos logros, aunque estos atenten contra la vieja cultura del trabajo reivindicada, impulsada y defendida por los primeros sindicatos anarquistas.

El pago y defensa del “presentismo”, una compensación económica por presentarse a trabajar, lo que hubiera herido el orgullo de los “friyeros” del Cerro. La disputa por realizar la mayor cantidad de horas extras, cuando la lucha por las ocho horas laborales apuntaban además de las ocho horas necesarias para descansar y las otro ocho horas para la familia y la recreación, la posibilidad de lograr un puesto de trabajo más. Es la hegemonía de una práctica sindical economicista que ha dejado de ver en los sindicatos la herramienta para que los trabajadores disputen espacios de gobernanza y control en la dirección de las empresas.

Es el abandono del combate al consumo de alcohol, sustancias y a la ludopatía en las filas trabajadoras. Es realizar las urgentes tareas de asistencialismo entre los mas jodidos (debí escribir vulnerables), sin denunciar las razones que son las causas de sus miserables vidas.

Es no contar en la lista de tareas entre los grupos sociales priorizados por y para la praxis política, los presos, los familiares de éstos, los enfermos mentales, los menores en el INAU y en el INISA y sus familias, los destruidos humanamente por el sistema.

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