Por Ricardo Pose (*)
Con el procesamiento del terrorista de Estado Jorge “Pajarito” Silveira, luego de años de batallas judiciales dentro y fuera del país, parte de esa necesidad humana de la justicia parece quedar colmada.
Sin embargo la historia y vida de Pedro, “el caudillo”, “tacho”, “Lindoro”, entre los sobrenombres como apodos y nombres de guerra, sigue viva en la memoria de quienes aún realizan homenajes a su legado de compromiso con la causa de los más desposeídos.
El expediente judicial que se archivará el día que sus asesinos cumplan su condena, registra la saña con que en 1975 lo mataron para luego hacer parecer que fue un suicidio, y algún historiador desatento, podrá llegar a la conclusión que Pedro fue víctima de la maldad y el odio.
Y si bien el odio fue la expresión del trato hacia los detenidos, a Pedro, como a tantos otros, no lo asesinaron por odio, lo asesinaron por revolucionario.
Diría el Ñato Huidobro que a este guerrillero que parecía “resurgir de las guerrillas saravistas de 1904”, a este rubio del departamento de Treinta y Tres, las clases dominantes uruguayas no le podían perdonar ser ejemplo de presentes y futuras ya no rebeldías, sino portador de un mensaje de la necesidad de una trasformación profunda de la sociedad.
Algunos sostienen que peleaban en defensa de la democracia, pues cualquier democracia es preferible a una dictadura cívica militar.
Pero tampoco ofrendaron su vida por aquella democracia autoritaria, no solo en lo político, sino autoritaria, una suerte de dictablanda que no generaba condiciones de vida digna para las enormes mayorías del pueblo uruguayo.

(Carta de Victor Fonseca, compañero del BPS donde trabajaba Pedro Lerena, en el 30 aniversario de su muerte)
El tupamaro
¿Qué era ser tupamaro en aquel Uruguay de los años sesenta?
¿Qué significó apostar por la vía armada en un país macro cefálico y con un centro urbano de funcionamiento de su sistema político y económico, en contra incluso de las advertencias del Che?
¿Por qué Pedro, un casi paisano del interior del país para los ojos de los montevideanos, se involucró junto a otros en un recorrido que parecía tener los caminos cerrados?
La izquierda uruguaya, sus partidos tradicionales, el comunista y el socialista, los troscos, los anarcos, los nuevos agrupamientos nacidos en torno a la polémica chino-soviética, acumulaban en el marco de horizontes, que apenas si daban respuesta a la coyuntura de un Uruguay que estaba rápidamente dejando para las clases medias (la del auto propio y la casa en el balneario), la Suiza de America.
Esa que nunca había sido para los trabajadores rurales y los pobres de las orillas de Montevideo, o para los que vivían hacinados en conventillos o en los barrios proletarios.
La clase obrera industrial se robustecía e iba ganando en unidad, pero es bueno recordar que cuando nace el Congreso del Pueblo, esta nueva izquierda que se autodefinirá con nombre indígena, ya se expresaba en la lucha de los peludos de la caña de azúcar.
Entre ellos, “el caudillo” Lerena.
La opción por la lucha armada no era un nuevo martirologio personal, ni solamente representaba un nuevo método de acumulación política, en el seno de una izquierda que esperaba una uruguaya insurrección del Crucero Aurora.
De las sugerencias que si abrazaron del Che fue su concepto de Hombre Nuevo, y vaya si dicen quienes conocieron a Pedro que cumplía con esas cualidades, que luego el Inge Manera resumiría conceptualmente en los Valores Ideológicos Básicos (VIB).
“A una mujer no se le pega ni con una flor”, espetaba el “Caudillo” en aquél Uruguay y en aquella izquierda donde el coraje se confundía con actitudes de “macho”.
Su actitud contraria a su sobrenombre de “Caudillo”, era portadora de una humildad alejada del dirigentismo y comandantismo que una organización política militar, abona en algunas mentalidades.
Muchos compañeros y compañeras de varias tiendas políticas, agradecen hasta el día de hoy el Silencio con que Pedro enfrentó a sus torturadores, y permitió salvar vidas, y a algunos de hasta una detención.
Otro de los recuerdos imborrables entre los que lo conocieron, era su capacidad para explicar en un lenguaje sencillo su visión política, en el seno también de una izquierda que tenía mucha más boca que oreja.

Compartimos con ustedes, la carta que un compañero de trabajo escribió sobre el “Caudillo”, como la mejor semblanza hecha por alguien que aún en la discrepancia de los caminos recorridos, reconoce las virtudes de un revolucionario sin bulla ni pamento, al decir del mejor texto del arrabal tanguero, que también era de sus pasiones.
(*) Ricardo Pose es periodista, integrante de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU). Colabora con distintos medios de prensa de Uruguay, columnista en Radio Gráfica de Argentina, corresponsal de Mate Amargo en Venezuela, Coordinador de la sección web en teleSUR y autor del blog “El tábano”