La tecnología al servicio de la dominación

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José Ernesto Novaez Guerrero (*)

En El hombre unidimensional, Herbert Marcuse advierte contra la concepción ingenua que considera la tecnología como un elemento neutral. Cada modo de producción genera la tecnología que necesita para mantener y reproducir su dominio. En el capitalismo, por tanto, la tecnología está al servicio de la hegemonía. Potencia la extracción de plusvalía en la producción, pero también de esa otra que Ludovico Silva denominaba como plusvalía ideológica, que es la reproducción simbólica constante del sistema en la conciencia de los individuos.

La crítica al capitalismo pasa entonces también por una crítica a las herramientas, técnicas, relaciones, que este sistema ha generado a lo largo de la historia. No para negarlas de plano, sino para transformarlas desde el conocimiento profundo y ponerlas al servicio de nuevos intereses. Parte de esta crítica pasa por comprender los usos y peligros de las tecnologías en el presente, como herramientas de la dominación sistémica. Ver los monstruos que la modernidad capitalista está incubando e intuir algunos de sus riesgos para el futuro.

Una de las tecnologías más notorias de los últimos tiempos, sobre todo a raíz del lanzamiento de varias herramientas, ha sido la Inteligencia Artificial (IA). Aunque no es una tecnología nueva y muchos de sus desarrollos claves ya tienen varias décadas, lo cierto es que en los últimos tiempos una serie de aplicaciones y plataformas han puesto las IA de última generación a disposición de un público masivo. Desde chats interactivos hasta herramientas para generar imágenes sobre la base de algunas premisas predefinidas, herramientas de replicación de voz, de vídeo, de imagen y un largo etcétera de posibilidades.

Este emerger de una nueva conciencia pública en torno a las IA, ha levantado numerosas polémicas sobre sus peligros y potenciales usos. La pregunta que parece estar de base en muchos de estos análisis es: ¿hasta dónde puede llegar el uso de esta tecnología si no definimos y consensuamos, como especie, claros límites éticos para uso? Al igual que ocurrió en el pasado con adelantos anteriores, como la tecnología nuclear, el principal peligro, en un mundo donde se agudizan nuevamente la contradicciones entre los grandes poderes, viene desde el punto de vista militar y político.

Un buen ejemplo de a dónde puede llegar la IA aplicada sin límites éticos de ninguna naturaleza nos lo proporciona el accionar de Israel en la Franja de Gaza. Según una documentada investigación de los medios +972 Magazine y Local Call desde el inicio de la ofensiva contra el enclave costero palestino las FDI vienen usando una herramienta de IA para definir los blancos de su ataque. Esta herramienta, denominada “Lavender” procesa ingentes cantidades de datos para definir objetivos de Hamas a atacar en el enclave, desde altos rangos hasta simples militantes de la organización. Solo en la etapa inicial de la guerra, la herramienta definió 37 mil potenciales blancos de ataque en la Franja.

Para atacar estos blancos, las FDI usaron lo que se denomina como “bombas tontas”. Artefactos de alto poder explosivo, pero que carecen de sistema guiado, lo cual los hace más baratos y más devastadores. De hecho, los oficiales de las FDI establecieron que entre 10 y 15 bajas colaterales era un número aceptable para acabar con la vida de un solo militante de Hamas. Esto explica la estremecedora cantidad de muertos, buena parte de ellos niños y mujeres, que ha dejado el genocidio israelí en Gaza.

Una herramienta complementaria se denomina “The Gospel” y es usada para definir edificios usados o susceptibles de ser usados por la organización palestina en el enclave. Es esta IA la que ha definido como blancos a hospitales, escuelas, edificios de apartamentos, mezquitas, etc.

Pero no solo la IA puede ser usada como una herramienta al servicio del genocidio, también pueden ser útiles para el avance del horror político de la ultraderecha. En sociedades cada vez más volcadas a lo virtual, una tendencia reforzada por la pandemia, la manipulación de estos escenarios deviene clave para generar una percepción alterada de la realidad que favorezca a individuos o corrientes políticas.

Para lograr esto, el discurso de derecha y ultraderecha cuenta con dos ventajas fundamentales. La primera, y decisiva, es que dichas redes sociales son, en su mayor parte, propiedad de grandes empresas occidentales. Por tanto, el algoritmo base de su funcionamiento está diseñado para modular y contener el discurso de la izquierda, el gran adversario, pero falla a la hora de regular los contenidos de derecha y de ultraderecha. Esto les da, por default, una posición privilegiada a la hora de divulgar sus contenidos en las diversas plataformas.

La segunda ventaja es que, mientras amplios sectores de la izquierda aún están consensuando posiciones en torno a cómo y cuánto usar las redes, la derecha ha desarrollado gigantescas granjas de bots diseñadas para potenciar y compartir sus contenidos, linchar a sus adversarios políticos, lanzar bulos, etc. Y aunque ciertos candidatos de la izquierda supuesta o real también se han valido de estas herramientas, lo cierto es que en este campo, la hegemonía y los principales recursos pertenecen a la derecha.

Esta masiva apuesta por alterar la realidad virtual para alterar la percepción de la realidad misma, forma ya parte del repertorio político contemporáneo. En América Latina tenemos dos excelentes ejemplos en la gestión mediática y de redes de Nayib Bukele y Javier Milei, quienes recientemente sostuvieron un fraternal encuentro.

Ambos han invertido mucho dinero en sostener granjas de bots que potencian la menor de sus publicaciones, que defiendan su gestión gubernamental al margen de los resultados y contradicciones de esta y que magnifican cualquier discurso o intervención que hagan, presentándolo como una especie de verdad revelada que debe llegar a todos los confines del orbe.

La operación con Milei es aún más remarcable. No solo no tiene resultados económicos concretos o de otra naturaleza que mostrar en su mandato hasta ahora, sino que ha deteriorado aceleradamente la calidad de vida del pueblo argentino, sus discursos en foros nacionales o internacionales carecen de presupuestos teóricos de peso y novedad y la persona del presidente es propensa al absurdo y al ridículo, desde emocionarse como un niño al ver a Donald Trump hasta el show de presentación de su libro en el Luna Park, en el cual, además, cantó.

Milei demuestra cómo las redes, combinadas con la crisis económica, pueden lanzar a un impresentable reaccionario de ultraderecha al máximo escaño de la nación y sostener su imagen en el entorno virtual contra viento y marea. Él mismo se reconoce como un producto de las redes.

Los peligros del uso descontrolado de la tecnología son evidentes, desde una herramienta fría de generación de objetivos para alimentar la maquinaria de muerte, hasta herramientas para alterar la percepción política y convertir en presidenciables a candidatos que no cumplen con ninguno de los mínimos esperables para ocupar el primer cargo en una nación moderna.

La ciencia ficción nos ha dejado numerosos ejemplos del futuro que nos espera de no acotar adecuadamente estas herramientas y muchas otras que la modernidad capitalista ha producido o puede producir. Las distopías, sobre todo, son llamados de alerta de hacia dónde puede avanzar la especie en el camino de su deshumanización y embrutecimiento. Desde el Un mundo feliz, de Huxley, pasando por el Farenheit 451, de Bradbury o el 1984, de Orwell. También el, desde el más burdo Terminator, hasta la más elaborada Matrix. En lugar de la pesimista y estática observación de estos futuros posibles, debemos pensar en un cambio radical como especie. Cambio que implica al sistema, pero que es también de concepciones ingenuas que sustentan la dominación.

La tecnología nos hará más libres si, y solo si, está al servicio de hombres y mujeres emancipados.

(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.

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