¿Es Chile el modelo económico y social al que aspiramos los uruguayos?

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@mateamargouy

Por Ec. Daniel Olesker

(Publicado en La República 15/7/2019)

Hace ya mucho tiempo que en el debate de política económica el modelo chileno es visualizado como un ejemplo a imitar por parte de los sectores liberales de nuestra economía y de nuestra academia.

El tema resurgió ahora con fuerza porque en la campaña de las elecciones internas, el ahora candidato del Partido Colorado Ernesto Talvi lo ha puesto como una referencia y un ejemplo en el que Uruguay debería reflejarse.

La frase casi única con la que ha fundamentado este ejemplo ha sido que: mientras en Uruguay sólo el 15% de los productos exportados entran a los países con arancel 0, en Chile ese porcentaje es más del 70%. Esta idea de la apertura externa irrestricta y de promover como política exterior los acuerdos de libre comercio es vieja, existe desde el nacimiento de la economía capitalista. Y tuvo su empuje muy relevante desde comienzos de los 70 del siglo pasado con el desarrollo de los trabajos de Milton Friedman y la Universidad de Chicago justamente donde estudió el ahora candidato presidencial. Y en Uruguay fue la idea rectora del Plan Nacional de Desarrollo de Juan María Bordaberry tomado como tal por la dictadura cívico–militar y fue el sustento de la propuesta continuadora de Luis Lacalle con su irrestricta apertura de la década de los 90.

Y más allá de los efectos sobre la estructura productiva y exportadora en Chile, a la que volveré al final de la nota, quiero primero desarrollar los efectos globales de esta propuesta, en particular sobre lo que debe ser sí o sí el eje de un modelo de desarrollo: la calidad de vida de los ciudadanos.

Para ello, conté con la valiosa ayuda de mis compañeros y amigos chilenos que me facilitaron datos y me dieron los links para llegar a las estadísticas que el propio INE chileno y otros organismos han elaborado.

La economía y los ingresos del trabajo

Chile ha tenido un crecimiento económico desde la vuelta a la democracia relativamente constante (con años de menos dinamismo y caída del PBI en 2009) lo que ha hecho una economía cuyo PBI a precios constantes es hoy más del triple del que era en 1991, más del doble (130% de incremento) del que era en 1996 y 30% mayor al año 2010, posterior a la caída del PBI de 2009.

Sin embargo, tomando las series empalmadas que el propio INE de Chile realiza, por ejemplo, en el período 1996 a 2018 el salario real creció 66%, es decir, la mitad de lo que creció la economía, lo cual muestra un impacto negativo sobre la distribución de los ingresos, como veremos en detalle más adelante.

Recordemos que, en el caso uruguayo, desde 2005, el PBI creció en el orden de 80% y el salario real más de 60%, es decir, en cifras muy alineadas.

Pero a esta situación de bajo traslado a salarios de las ganancias del crecimiento se agregan algunos datos más específicos que quisiera compartir.

La encuesta CASEN publicó cifras del ingreso promedio derivado del trabajo por decil de ingresos, es decir, el 10% de menores ingresos, el siguiente 10% y así sucesivamente.

Los datos nos dicen que el 20% de las personas reciben ingresos menores o iguales a un salario mínimo y casi el 50% ingresos inferiores a dos salarios mínimos. (el Salario mínimo hoy equivale a 301.000 pesos chilenos, unos 421 dólares).

Es decir, es claro que la «prosperidad económica» no tuvo su correlato en el ingreso por trabajo de la mayoría de los chilenos.

Pobreza y distribución del Ingreso

En estas condiciones económicas de crecimiento potente, las personas en situación de pobreza son 1.528.284, que representan el 8,6 por ciento de la población, cifra del orden de la que tenemos en Uruguay. En cambio, dentro de dicho coeficiente de pobreza, la pobreza externa (es decir los que no cubren la canasta básica de alimentos) son el 2% o sea 412.839 personas. (en Uruguay este valor es de 0,5%).

Pero lo más evidente del impacto de este modelo aperturista se encuentra en el proceso de distribución del ingreso que no acompañó para nada la baja de la pobreza.

En primer lugar, el coeficiente de Gini de Chile se corresponde con los datos proporcionados con la Encuesta Casen 2017, bajo la cual dicho coeficiente asume un valor de 0,50, lo que ubica a Chile en los valores más altos de América Latina (Uruguay tiene 0,38) a pesar de haber sido de los países de mayor tasa de crecimiento en las últimas décadas.

La propia encuesta da otros datos de distribución del ingreso. Por ejemplo, el 10% más rico tiene un ingreso promedio de 39 veces el 10% más pobre (en Uruguay es 20 veces) y esa relación era 30 veces o sea menos en 2010. O sea, 30% de crecimiento y aumento de la desigualdad Y más aún ese 10% gana 2,7 veces más que el promedio del 40% de menores ingresos.

Para tener algún dato adicional la encuesta de 2013 en un estudio comparativo de países mostraba que el 0,1% de los chilenos más adinerados perciben entre el 17,6 % y el 19,9 % de los ingresos totales del país, y el 0,01 % percibe entre el 10,1 % y 11,5 % de los ingresos totales. De los veinte países considerados en el estudio, estas últimas cifras son sólo superadas por Estados Unidos. Comparativamente, los porcentajes de ingresos percibidos en cada caso en Suecia son, respectivamente, sólo el 3,4 % y el 1,4 % del total. De hecho, mientras que los ingresos a repartir en Chile son sólo la mitad que los del país nórdico, el 1 % de la población chilena percibe ingresos proporcionales casi 3,5 veces más grandes que los del porcentaje más adinerado de los suecos.

Otro dato importante se refiere al IVA en Chile. Todos sabemos que es un impuesto regresivo que no colabora con la distribución del Ingreso. Sin embargo, se puede amortiguar ese efecto con una tasa diferencial menor o exoneraciones para bienes de primera necesidad que, en términos porcentuales, consumen más los sectores de menores de ingresos, como es en Uruguay con tasa 0 y 10% en varios rubros como leche, pan, harina, fideos, medicamentos, etc. En cambio, en Chile la tasa es única, con muy contadas e irrelevantes excepciones de 19%. Esto me trae al recuerdo cuando por allá por el 99/2000 el expresidente Batlle en una comparecencia en ADM anunció que iba a «bajar» el IVA de 23 a 18% y enseguida dijo que lo haría unificando todo en una única tasa. Es decir, dijo que el IVA mínimo de la canasta básica lo iba a aumentar. Fue tal la reacción que no lo hizo, a pesar de los consejos de sus asesores de aquel momento.

O sea, el crecimiento económico de Chile ha permitido reducir la pobreza, pero no ha significado una disminución de la desigualdad y, en particular, la distribución del ingreso ha empeorado.

Salud y Educación

Otra muestra de esta desvinculación entre crecimiento económico y distribución se encuentra en el acceso a los servicios sociales de salud y educación.

En el caso de la salud tenemos un sistema que implica grandes desigualdades de acceso y que conlleva cargas financieras para trabajadores que pueden llegar a más del 11% de su ingreso para cubrir su salud. Y en el caso del financiamiento del sector público el gasto en salud es de 4,9% del PBI muy lejos de la meta propuesta por OPS de un mínimo de 6% del PBI: (en el caso de Uruguay la cifra es del orden del 6,5%).

Pero además de la cuestión económica, el sistema tiene grandes desigualdades de acceso, y diferencias significativas de cobertura.

En el caso de la educación el gasto público es de 5,2% sobre el PBI también lejos de la meta de UNESCO del 6% y también grandes desigualdades de acceso y en especial un sistema de educación superior fragmentado y cuyo ingreso depende de los ingresos de las familias y de su capacidad de endeudamiento, aun cuando algunas de estas condiciones han cambiado con la ley aprobada en el final del mandado de Bachelet. En 2011 Chile tenía la segunda matrícula más cara del mundo después de EEUU.

La matriz exportadora

Este proceso de apertura ha reafirmado la matriz primaria de exportación. Si bien el concepto de primarización está en debate y en Chile se discutía impulsar una segunda fase exportadora superando la minería y la agricultura e incluyendo otros encadenamientos que se generan como el transporte, la logística, etc., la realidad muestra que la matriz exportadora sigue teniendo muy bajo valor agregado. 50% de las exportaciones dependen del cobre (mineral, en bruto o refinado) y su manufactura ha caído y han cerrado muchas empresas, exportándose cada vez más concentrado. Acompañan esta exportación frutas y verduras y productos del mar. Mientras las principales importaciones además del petróleo son productos manufacturados (camiones, automóviles, equipos de radiodifusión entre otros).

Es decir, un esquema centro-periferia, sólo que ahora con un cambio de destinos y orígenes que es la inclusión de China como el principal. Y ello, como era de prever, acentuó la heterogeneidad estructural de la economía, con sectores de avanzada tecnológica, volcados al mercado internacional y sectores atrasados en condiciones de vulnerabilidad y centrados en el mercado interno.

Al mismo tiempo esto se ligó con el proceso de privatización y desnacionalización del cobre que generó un efecto importante de transferencia de ingresos a las transnacionales. En momentos de precios altos por sus mayores ganancias y en las caídas de precios, por la venta a bajo costo a sus empresas en el exterior que lo refinan y manufacturan.

En síntesis, la apertura irrestricta del modelo chileno concentró la riqueza, los trabajadores no acompañaron con sus mejoras dicho crecimiento y la economía se mantuvo en su fase primaria exportadora.

No es el modelo de desarrollo que queremos.

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