La barbarie capitalista contra el sistema internacional de los derechos humanos- Primera parte

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@mateamargouy

Juan Hernández Zubizarreta*

El texto adjunto responde a la ponencia inaugural del V Seminario Internacional de Derechos Humanos y Empresas en la Universidad Federal de Juiz de Fora (Brasil), el 13 y 14 de septiembre 2018

La globalización neoliberal se construye sobre una asimetría política, económica y jurídica consustancial al capitalismo contemporáneo. La tesis central de esta intervención se sustenta en el fortalecimiento de los sistemas de acumulación del capital, frente a la retórica generalizada de la protección de los derechos humanos.

Algunas ideas fuerza sobre el capitalismo actual: de los derechos humanos a la necropolítica

El capitalismo evidencia serias limitaciones para iniciar una nueva fase expansiva de crecimiento económico que genere un círculo virtuoso de productividad, rentabilidad, inversión, empleo y consumo. En este sentido, la propia OCDE pronostica un lánguido desempeño económico global hasta 2060 (OCDE, 2014), lo que refuerza la idea de que cada vez es más complicado reproducir el flujo del ingente excedente generado por un sistema financiarizado, sobrecomplejizado y desregulado, además en un marco de austeridad y grandes desigualdades estructurales.

Por otro lado, a los problemas del sistema económico para reproducirse se le une un segundo elemento generador de incertidumbre, que no es sino el gravísimo colapso ecológico en ciernes. Se trata, en palabras de Tanuro (2015), de una catástrofe silenciosa provocada por el cambio climático y por el agotamiento de las tres fuentes de energía fósil sobre las que se ha asentado el patrón de desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial: el petróleo, el gas y el carbón. Es decir, no hay planeta que pueda “aguantar” las fantasías de la globalización.

En definitiva, nos encontramos con una trilogía diabólica que atraviesa la crisis del modelo capitalista: estancamiento, deuda y desigualdad. Dicho en palabras muy simples, “la tarta no puede seguir creciendo y si se quiere seguir manteniendo la tasa codiciosa de acumulación por parte del capital, eso exige endurecer las prácticas contra los pueblos y personas”.

En este sentido, la guerra de los ricos contra los pobres ha sido declarada de manera unilateral y sin el objetivo de obtener una victoria a corto o medio plazo, es una guerra que se instala en un ciclo de larga duración. No podemos olvidar que la desigualdad no es un fenómeno aleatorio, es el resultado de una violencia estructural y simbólica –que enlaza con la pedagogía de la sumisión- que permite que las clases dominantes obtengan una ingente acumulación de riqueza, que les aísla de cualquier preocupación sobre el devenir de los pueblos y de la tierra.

Por tanto, el capitalismo es estructuralmente muy violento y pretende acaparar “mucho” en muy “poco tiempo”. Y ahí, las personas se convierten en una mercancía más, y por tanto, susceptibles de ser desechadas, lo que implica situar a la mercantilización de la vida en el vértice de la jerarquía normativa.

Explotación, expulsión y necropolítica

El mecanismo clásico del capital para apropiarse de la plusvalía sigue siendo la explotación de la mano de obra que se produce en el mercado formal y en el informal, y que mantiene la división sexual del trabajo, las cadenas globales de cuidados y el trabajo reproductivo realizado gratuitamente por las mujeres y que, ahora en gran medida, ejecutan las mujeres inmigrantes. El desempleo, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, de las pensiones, etc. son efectos permanentes del modelo neoliberal que sitúa la precariedad en el centro de las relaciones laborales. Además, esta explotación viene acompañada de fenómenos emergentes, como la trabajadora o trabajador pobre, un fenómeno que es habitual en América Latina y en África, pero menos conocido en Europa.

El patriarcado profundiza en la dinámica descrita. El Estado de Bienestar ha reducido las muy precarias políticas públicas de atención al trabajo reproductivo y al cuidado de las personas. Y esa quiebra recae una vez más sobre las mujeres. Además, como apunta Silvia Federicci, el patriarcado capitalista ofrece a los hombres el cuerpo de las mujeres como sustituto de la desposesión y la pérdida de poder que el modelo genera. Según esta autora, en el periodo de acumulación originaria, el capitalismo ofrecía a los hombres los cuerpos de las mujeres como contraprestación por la pérdida de la tierra y forzó a las mujeres a ocuparse de los trabajos del hogar, es decir, a reproducir la fuerza de trabajo como mandato “natural” no asalariado. Los feminicidios de Juárez, de Ciudad de México… se mueven en esta lógica.

Además, el capitalismo utiliza la expulsión como forma de mantener la tasa de ganancia del capital. Es lo que Harvey llama la desposesión o la acumulación por desposesión. Las empresas transnacionales usurpan los recursos naturales y la tierra como objeto de negocio y de mercantilización, es otra forma de obtener la plusvalía y mantener la acumulación de capital. Los pueblos y las personas son expulsados de sus casas y de sus tierras para generar beneficios en la agroindustria, en la minería, en las petroleras, en las eléctricas, en el turismo, etc. La adquisición de tierras a gran escala por parte de las corporaciones transnacionales destruye las economías locales y redefine vastas extensiones de tierra como lugares para la extracción y el negocio, lo que provoca espacios desnacionalizados que expulsan a sus habitantes.

Achille Mbembe considera que “la extracción y el pillaje de recursos naturales por las máquinas de guerra van parejos a las tentativas brutales de inmovilizar y neutralizar espacialmente categorías completas de personas o, paradójicamente, liberarlas para forzarlas a diseminarse en amplias zonas que rebasan los límites de un Estado territorial”.

La raíz colonial de las políticas económicas promueve el extractivismo y la acumulación de tierras, y fomenta, también, -en suelo europeo- la mercantilización de la vida que provoca la expulsión del mercado de trabajo, la pobreza y exclusión social, los desahucios y la pobreza energética. La expulsión por desposesión también tiene rostro europeo; es una lógica corporativa global que se expande a lo largo del planeta con diferentes intensidades y efectos.

El modelo económico capitalista está generando millones de personas que tienen que huir de sus casas y tierras por la imposibilidad física de subsistir. Son personas pobres y no tienen dónde ir. El cambio climático afecta especialmente a las mujeres porque, por lo general, son ellas quienes se ocupan de cultivar la tierra. De acuerdo a datos de Naciones Unidas (2008) las mujeres y los niños y niñas tienen 14 veces más posibilidades de morir durante una emergencia o desastre que los hombres.

Es decir, nos encontramos con personas y pueblos que sufren desplazamientos forzados que en ocasiones son de carácter temporal y provocados por terremotos, inundaciones, ciclones, etc.; aquellos otros que emigran porque el deterioro ambiental destruye sus modos de vida cotidianos y los desplazados y desplazadas por la destrucción total de su “hábitat tradicional” por la degradación progresiva de los recursos naturales.

No obstante, en relación a las personas desplazadas por causas generadas por el cambio climático, se corre el riesgo de diluir la responsabilidad de las mismas, -“son problemas del clima”- por eso conviene tener muy claro que resulta muy difícil separar las diferentes causas -guerras, cambio climático, modelo de desarrollo extractivista y agroindustrial, prácticas de empresas transnacionales y gobiernos cómplices, acaparamientos de tierras, especulación alimentaria, etc.- que provocan los desplazamientos medioambientales. Las modificaciones climáticas no son ajenas a un capitalismo que extrema la presión sobre los ecosistemas, el agua, la tierra y la apropiación de recursos naturales, energía, minerales… lo que provoca daños irreparables sobre las personas.

El cambio climático también se vincula con la seguridad y los ejércitos y no con las personas. Se priorizan las bases militares, las zonas de alta actividad económica y las vías marítimas, pero como afirma Buxton (2017), “Se habla poco de la necesidad de proteger a la gente vulnerable y no se habla de la justicia climática o de reestructurar nuestra economía para prevenir el cambio climático

La necropolítica es la tercera vía decidida por el modelo capitalista, que ya no solamente explota y expulsa, sino que deja morir a la gente. Como afirma Achille Mbembe (2011) “los dirigentes de facto ejercen su autoridad mediante el uso de la violencia y se arrogan el derecho decidir sobre la vida de los gobernados”. La violencia se revela como un fin en sí misma y se utiliza para discernir quién tiene importancia y quién no, quién es fácilmente sustituible y quién no.

En el Mediterráneo se está abandonando a las personas y en el desierto del Sahara, también. No podemos creer que los sistemas militares y de control de fronteras, no detecten las naves o embarcaciones que navegan clandestinamente. Y eso se llama necropolítica, dejar morir por falta de atención a quienes tienen hambre, o por falta de socorro a quienes se ahogan en el mar. Pensamos que en el Mediterráneo se están acuñando verdaderos crímenes contra la humanidad. Se abandona a quienes huyen de la guerra en territorios supuestamente de paz como es el Mediterráneo, y eso se acerca mucho a una nueva tipificación de lo que podríamos denominar “crímenes de paz”.

Por otra parte, se están produciendo verdaderos crímenes internacionales en una alianza perversa entre la economía criminal y la economía legal, entre la economía mafiosa que lava su dinero en la economía legal. Y se asesina a líderes y lideresas de los movimientos ecologistas, feministas, LGTBI, campesinos e indígenas, por liderar respuestas en defensa de su tierra, en contra de los grandes proyectos hidroeléctricos -300 activistas asesinadas en 2017-, pero también se elimina a gente, simplemente porque son personas que al sistema económico le sobran. Las personas que no puedan consumir o producir le estorban al sistema capitalista y se convierten en desechos humanos, tal y como afirma Bauman.

Sin duda alguna, los ricos han declarado la guerra a los pobres, y ésta pasa a formar parte de la propia esencia del modelo capitalista y patriarcal