Monarquía o República

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Resulta cuando menos peculiar, para quienes han sido educados en los valores republicanos, hablar en tiempo presente de la monarquía. Peculiar, anómalo y extravagante. 
 
La monarquía como forma de estado, la relacionamos al pasado, a la historia de las viejas naciones, de la vieja Europa especialmente, forjadas por guerras continuas o por casamientos concertados.
 
No podemos asumir sin reserva, que en pleno siglo XXI, cualquier representación de los pueblos la decida el vínculo sanguíneo de unos pocos predestinados. Pero aquí estamos, en un viejo país de esa vieja Europa, con coronas que cambian de testa y con impunidades y privilegios que también se transmiten en el “todo incluido”. A mayor gloria de su graciosa majestad y con el amparo sin reticencias de la santa madre iglesia, que recoge sus beneficios puntualmente, en aplicación del “hoy por ti, mañana por mí”.
 
En el pasado, los monarcas eran incontestables por sus súbditos, y no precisamente por convicción en muchos casos. Así también eran incontestables los casos más flagrantes de incompetencia, deficiencia física o mental u otras originalidades, popularmente atribuidas a fenómenos sobrenaturales o “hechizos”.
 
Jerónimo de Moragas,  médico humanista de probada sabiduría, escribe en relación a Carlos II lo siguiente: «Aviso a los psicotécnicos: Carlos de Europa, el gran emperador, de haber sido sometido a una revisión psicométrica hubiera sido desechado por inútil, por corto de entendederas, por inepto para los idiomas, por negado para las matemáticas. Y además por sus ataques epilépticos. Un verdadero desperdicio. Menos mal que era de buena casa y ya encontrarían manera los suyos de disimularlo». 
 
Hoy en día ya no son incontestables. Digamos que existe una civilizada hipocresía que afirma que es lícito el derecho al pataleo. Digamos que un día sí y otro también, ese derecho al pataleo se reprime con el uso de la persuasión nada sobrenatural de la porra.
 
Aquí estamos. Con una prensa que en su faceta “seria” se llama periódico y en su faceta amable se llama revista del corazón, aplicando ambos el mismo nivel de análisis y profundidad. 
 
Las mejores y más “prestigiosas” firmas, tanto de derechas como de intelectos consagrados de incierta ubicación política, buscan su sitio en columnas, editoriales, crónicas, etc. y destripan el idioma para encontrar las más encendidas loas los “monárquicos de toda la vida”, y  las más peregrinas justificaciones los que afirman “yo soy republicano, pero apoyo la monarquía”.
 
La iglesia, en un ejercicio de maquillaje concertado, no bendice institucionalmente el acto de coronación como en otras ocasiones, pero el primer estado que recibirá la visita oficial del monarca será el Vaticano.
 
Pero las monarquías son dinastías y es así que quien era príncipe hasta hace pocos días, hoy es rey. Pero ¡ay!  el rey anterior, Juan Carlos I, recibió su cetro del dictador más sanguinario de la historia moderna de este país. 

El tirano que agonizó con la tranquilidad y los fastos proporcionados por un ejército de adulones y buitres, dejó atada y bien atada su sucesión. Bien es cierto que se saltó un escalón en la cadena dinástica, que “correspondía” a Juan de Borbón, padre de Juan Carlos. Pero Juan Carlos fue preparado, educado para llevar a buen puerto los designios encargados, por lo tanto se arregla el paso, dejando relativamente satisfechos a monárquicos de casta y a los de nuevo cuño. 
 
En 1973, a petición de Franco, Juan Carlos negoció ante el rey de Arabia Saudí el suministro de petróleo a España, en plena crisis energética.  Carrero Blanco, en aquel momento al frente del gobierno, gestionó y autorizó el cobro por parte del entonces príncipe, de un céntimo por cada barril de crudo que llegará al país. Tanto Adolfo Suárez como Felipe González respetaron esta comisión económica, por lo que podemos afirmar que cobró comisiones, por lo menos, entre 1973 y 1996. Nos falta información sobre si esas comisiones tributaron a Hacienda, pero explica en parte el origen del importante patrimonio atribuido a Juan Carlos (según la revista Forbes, se calcula en 2.000 millones de euros). Vistos los resultados, hay motivos más que convincentes para cumplir con aplicación las funciones para los que fuera investido.
 
Y en una monarquía parlamentaria, los gestos democráticos ayudan a neutralizar asperezas y aplacar las críticas de los reticentes antimonárquicos. Así que, en su primer acto trascendente, echa mano del micrófono y toma todas las pantallas, para hacer un llamamiento a la normalidad y ordenar la vuelta a los cuarteles de los militares sublevados el 23 de febrero de 1981, soliviantados éstos y otros cómplices necesarios, ante tantos actos de recuperación de libertades y derechos civiles. De esta forma, el rey fue el defensor de la democracia, el héroe de la gesta por la defensa de las instituciones amenazadas por las fuerzas oscuras, que en un acto inconcebible para la civilizada Europa, pretendían una vuelta al pasado inmediato. Gesto importante que sigue aportándole a él y a su casta, réditos de credibilidad y aprecio. Rico y amado.
 
La transición española, a cuyo prestigio seguimos sacándole brillo, como vemos  se apoya en la restauración de la monarquía como elemento de cohesión y  factor de estabilidad institucional. Después de negociar a varias bandas, con la oligarquía económica, los militares y la Iglesia y con la oposición, entonces débil y dividida, el resultado es una transición controlada. ¿Por quién? ¿Por una clase social que siempre ha considerado a este país como su coto privado quizás? Rotundamente, sí.
 
Luego viene el despegue económico, basado en el ladrillo y la especulación financiera desenfrenada. No pasa mucho tiempo y esta democracia manifiesta también los efectos de la corrupción: todos quieren pillar tajada. Y la monarquía no se escapa de esta debacle, la corrupción no sólo corroe a los estamentos político-económicos sino que entra en la propia institución monárquica. Su hija y su yerno ocupan las portadas por apropiación de varios millones utilizando los privilegios de su condición. Simultáneamente, Juan Carlos comete algunos deslices que se hacen públicos y empieza a perder el favor de parte de la población. 
 
¿Por qué la renuncia del rey ahora? ¿A que responde? No es sólo debido a su estado de salud.
 
La crisis es brutal y no decae, las perspectivas de futuro pasan por volver a ser un país de servicios (sol y turismo) y no volverán a trabajar una gran cantidad de parados actuales. España se ha convertido en el país más desigual de la comunidad europea. Se ha perdido la confianza en el sistema político (bipartidismo), en la banca(responsable y luego subvencionada a cargo de todos los españoles), en los responsables públicos. Los casos de corrupción no paran de crecer y con la colaboración de un valido rencoroso con sus pares por no haberlo protegido, éste empieza a tirar de la manta y los nombres de lo más selecto de la política adornan las noticias diarias. El tema se torna insoportable y la corona ya no es tan pura para salvar la situación. 

Y la guinda la ponen las elecciones europeas con un toque de atención, los partidos gobernante y principal de la oposición, PP y PSOE, perdieron 5 millones de votos y la izquierda manifestó una subida interesante, sobretodo un movimiento heredero del 15M, en el cual se han depositado las esperanzas de 1.200.000 decepcionados del poder político. ¡Alarma! El bipartidismo, soporte del status quo peligra, la monarquía está podrida, de la iglesia ni hablemos, es el momento de “cambiar para que nada cambie”.
 
Hay que mover ficha. Llegó el momento de la abdicación.
 
El heredero ha mantenido una distancia prudente con los casos de corrupción, incluso con su hermana y cuñado, que han sido apartados de los actos protocolares. 
 
Tenemos nuevo rey. Con un discurso plano y sin sorpresas, asume su nuevo papel.
 
En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las formas de sentirse español. (Felipe VI- 19/06/2014).
 
¿Cabe toda la juventud? ¿O sólo el 40% que aún tiene puesto (precario) de trabajo? ¿Caben los pensionistas y jubilados? ¿Caben los millones de parados sin solución de futuro? Y está claro que, concertinas mediante, tampoco caben los miles de subsaharianos, sirios, norteafricanos y otros humillados de la tierra.
 
En estos momentos tenemos en la calle de forma abierta, la reclamación de referéndum para elegir el modelo de estado que quiere la ciudadanía (o una parte de ella). 

¿Tendremos República? Muy difícil, pero detrás de esta demanda está la necesidad de regeneración, de cambios de estilo de gobierno, de búsqueda de más equidad, de una democracia más amplia y un reparto mas justo del peso de la crisis.

La nueva reforma fiscal sigue ahondando la presión en las clases medias, trabajadores y pensionistas. Y Felipe a lo suyo, mirando.
 
Datos: Las clases trabajadoras aportan el 90% de lo recaudado por el Estado; el 8% lo aportan la pequeña y mediana empresa; el 2% restante lo aportan los más ricos, poseedores del 80% del Producto Interior Bruto.
 
¿Realmente necesitamos una institución que además de disfrutar de innumerables privilegios, supone un gasto importante para las arcas del estado (alrededor de 8 millones de euros al año), mientras la población soporta enormes recortes sociales?  
 
Se pide más y mejor democracia, la modernización y equidad en la aplicación de la justicia, castigo para los defraudadores, y una larga lista de agravios a los trabajadores, a los derechos de la mujer, etc. 
 
En el momento de finalizar estas líneas nos enteramos que el juez instructor del caso Noos (infanta Cristina y marido), ha decidido mantener la imputación de la hermana del nuevo rey. El fiscal declara que recurrirá (¡el fiscal!), porque cree que es injusto: cree que el juez ha instruido influido por la posición de la imputada, no por el presunto delito. O sea, estima que hay discriminación. Sin comentarios.
 
A continuación el ministro de justicia aparece en los medios declarando que la justicia es igual para todos. Por eso acaban de ampliar el aforamiento a Juan Carlos, a pesar de no cumplir ahora ninguna función. Sin comentarios.
 
Evidentemente, la justicia es más igual para unos que para otros: el número de aforados en el estado español ya llega a los 10.000. Récord en Europa. En estos días se han incorporado a este status reina y princesas.
 
Mientras, el nuevo rey adapta su gesto a la vieja corona, la nueva familia real posa en una foto bastante irreal para la mayoría de los españoles y otros más lúcidos investigan, producen y avanzan, pero claro, son otros y están en otra parte.

Por: Quatre gats. Barcelona, julio de 2014

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