Colonialismo y Neocolonialismo en América Latina

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Por Héctor Tajam (*)

“España, Inglaterra, también Portugal

Y ahora es a los yanquis que le toca actuar

Llevamos ya dos siglos trabajando al sol

No haciendo otra cosa que cambiar patrón”

(Fragmento “La senda está trazada”, Jorge Salerno)

Los imperios europeos del siglo XV, especialmente España y Portugal, nos integraron a la acumulación originaria del capital como colonias, esto es, bajo un sistema de dominación que controló y explotó un territorio ajeno, sus recursos naturales y humanos, apropiando el resultado de su trabajo. De esta manera, el colonialismo puede ser visto como una forma de imperialismo que implica la ocupación y la administración de territorios extranjeros.

Se impuso un sistema de gobierno mediante el cual la metrópoli subyugó y esclavizó a los pueblos originarios, suprimiendo sus tradiciones e imponiendo sus valores, idioma y cultura, bajo pretextos que promovían una misión civilizatoria. El resultado fue un auténtico genocidio, cuyas consecuencias se arrastran hasta hoy.

En términos económicos, el sistema colonial rediseñó el mapa del continente de acuerdo con una estrategia de extracción de metales preciosos, pero también de nuevos productos agrícolas como el café, la papa, el maíz, el cacao, el tabaco y hasta tinturas naturales. En ese aspecto, nuestro territorio al oriente del río Uruguay, fue una de las regiones últimas afectadas por la conquista, considerada entonces “tierras de ningún provecho”. En 1574 se fundó la primera ciudad, Montevideo, hoy su capital, en 1724. Nos fue asignado aportar primero el cuero, y luego la carne para las formas esclavistas de explotación de la fuerza de trabajo.

La explotación sistemática de los recursos humanos y naturales predestinó a nuestras futuras naciones a ser economías dependientes, subdesarrolladas, basadas en la explotación minera y agrícola. La independencia del sistema colonial se encontró con la revolución industrial británica a toda marcha; las naciones “independientes” se incorporaron a la periferia del sistema-mundo capitalista.

Pero debemos consignar que, aún hoy, existe una agenda pendiente anticolonial en nuestro continente. Hay 17 países con el estatus de colonias, la inmensa mayoría en el Caribe, dependientes políticamente de Estados Unidos, Francia e Inglaterra.

Es difícil trazar una línea que separe el colonialismo del neocolonialismo. A continuación de los procesos de independencia, comenzaron a operar en nuestros países los mecanismos e instrumentos de lo que se ha denominado neocolonialismo. De tal forma que la independencia no fue propiamente una descolonización, para lo cual se ajustó aquella consigna de lograr la segunda independencia. La economía de los Estados recién independizados se incorporó a un mundo ya industrializado, y liderado por las potencias que los habían colonizado.

Por ello, el neocolonialismo ha sido categorizado como la hegemonía que potencias extranjeras, y empresas transnacionales, ejercen sobre las excolonias sin ocupación del territorio ni dominio político directo, para darle continuidad a la dependencia económica y financiera. También denominado “orden basado en reglas”.

La fragmentación política, la balkanización del continente, que obstruyó de allí en adelante los esfuerzos compartidos para apropiarse de los frutos de las enormes riquezas contenidas en su territorio. Pueblos y recursos complementarios que podían construir la Patria Grande fueron especializados para sumarse al desarrollo de los opresores, de las potencias europeas. El proyecto bolivariano, la Gran Colombia, fue desarticulado por los nacionalismos que Europa siempre promovió. Nuestro caso particular es otro ejemplo. La Declaración de la Independencia se realizó con respecto al Imperio de Brasil, pero al mismo tiempo adhiriéndose a las Provincias Unidas del Rio de la Plata (hoy Argentina). La diplomacia británica logró que Uruguay no fuera parte de las Provincias Unidas, pieza central del proyecto artiguista, aunque a esa altura ya había sido perforada por el centralismo porteño de Buenos Aires.

La integración regional ocupa entonces un lugar fundamental en la lucha contra el neocolonialismo, en la búsqueda de la segunda independencia, en la lucha contra la dependencia económica heredada del colonialismo español y portugués. La potencialidad de los recursos compartidos es enorme, siempre que no sea aprovechada por las empresas transnacionales (y las denominadas translatinas), como ocurrió con el Pacto Andino y hoy ocurre con el Mercosur.

A la par de ese proceso desintegrador, se consolidó el comercio desigual con el imperio británico, y poco después con Estados Unidos. Un comercio desigual que fue fuente de déficits financieros y comerciales, por lo que originó además la sujeción económica y política a través del endeudamiento externo. La afluencia del capital británico además redefinió el territorio y las vías de transporte en función de las exportaciones de materias primas hacia la metrópoli. Aún hoy tenemos problemas para desplazarnos en forma transversal por el territorio uruguayo (la empresa de transporte ferroviario era inglesa), pues trenes y transporte carretero tienen su destino en el puerto de Montevideo. Otro gran desafío para nuestros pueblos es la integración de infraestructuras viales, de todo tipo de comunicaciones, y de la energía que mueve el transporte.

Pero hoy enfrentamos al colonialismo moderno, emparentado con el imperialismo norteamericano en tanto pieza de un proyecto de dominación a escala continental.

Podríamos decir que el neocolonialismo estructural comenzó en Uruguay a mediados del siglo XX, más precisamente en 1960 con el primer préstamo stand by (condicionado) acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en el transcurso del primer gobierno del partido nacional. Los compromisos con el FMI habían sido resistidos por el líder del partido colorado Luis Batlle Berres, precursor de un modelo proteccionista de la industria nacional, un fenómeno que se dio en diversos países de América Latina a partir de la posguerra, en ocasión del debilitamiento de los lazos de la dependencia con países desarrollados que se encontraban en plena recuperación. Ese mismo proceso ya contenía inversiones de importantes empresas extranjeras que aprovecharon una coyuntura de aumento del mercado interno. Más tarde llegará el Banco Mundial, otra institución financiera de posguerra que exige reformas económicas favorables a los países acreedores

A partir de allí, los lazos financieros con las metrópolis se intensificaron, por lo cual el instrumento de la deuda externa comenzó a amplificarse reforzando el proceso neocolonial. La extracción de ingresos por medio de este mecanismo se suma a la extracción física de materias primas y a la remisión de utilidades de las empresas extranjeras a sus casas matrices. Sin duda, estas herramientas neocoloniales, el capital financiero y la deuda externa son dos cuestiones cruciales para construir las alternativas.

La más reciente etapa de la globalización, con inicio en los años 80 del siglo pasado, se basó en un avance tecnológico impresionante que redundó en el auge de las comunicaciones, y que tuvo su contraparte ideológica y política en la hegemonía del neoliberalismo y el libre comercio. Este contexto amplió el arsenal de instrumentos del neocolonialismo y potenció otros como las inversiones extranjeras. Las grandes corporaciones internacionales siguieron actuando, pero ahora con un poder renovado en el aumento incesante de la brecha tecnológica con los países receptores de la inversión. El apoyo de las instituciones multilaterales de crédito (FMI, BM, BID) inducía a los gobiernos de turno a la aplicación de políticas “amigables” con la IED (Inversión Extranjera Directa). La dependencia histórica de la región se acentuó con el aumento de la primarización de sus exportaciones, con un indudable sesgo extractivo similar al ocurrido en las antiguas colonias.

El neocolonialismo engendró contextos de pobreza y exclusión en América Latina y el Caribe que condujeron a contingentes cada vez mayores de la población a la emigración. Esa corriente migratoria recorre la misma ruta que las riquezas expropiadas por el régimen colonial, y en forma transfigurada por los conductos financieros del neocolonialismo.

La revolución cubana fue la respuesta más radical al neocolonialismo. Cuba fue invadida, y resiste un bloqueo que se ha mantenido durante 65 años. Otros intentos de liberación fueron ahogados por dictaduras e intervenciones militares a cargo de los marines norteamericanos (Brasil, República Dominicana, Bolivia, Perú, Argentina, Granada).

En el transcurso del siglo XXI se desarrollaron opciones políticas vinculadas a la izquierda latinoamericana que llegaron al gobierno en varios países, con significados variados respecto a la continuidad del fenómeno neocolonial. El punto de partida fue la llegada de Hugo Chávez al gobierno de Venezuela, con un planteo bolivariano de claro signo anticolonial y de recuperación de la unidad continental frente al imperialismo norteamericano. Su gran forja de rechazo al ALCA en 2005 (Área de Libre Comercio de las Américas, promovida por EE.UU.), el instrumento neocolonial por excelencia, se constituyó en el inicio de la guerra global contra Venezuela dispuesta por la potencia imperial (que ya la había iniciado en 2002 con intento de golpe de estado).

Un conjunto de países (Bolivia, Ecuador y Venezuela) se planteó la construcción del Socialismo del Siglo XXI (sumándose la Revolución cubana) y conformó el ALBA (Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América), hoy integrado por 10 países, como una clara alternativa al ALCA. He aquí un rechazo a los lazos de dependencia y sumisión creados desde la colonia que puso en jaque el suministro de petróleo, gas, minerales estratégicos para las grandes potencias del norte.

Con distintos énfasis en su rechazo al Consenso de Washington, se fueron sumando gobiernos progresistas desde 2003 en adelante. Este grupo de gobiernos progresistas (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y Paraguay por corto tiempo) sin definiciones socialistas explícitas, se enmarcó en lo que podríamos denominar posneoliberalismo. El punto de partida de los principales países del grupo era un estado fuerte e intervencionista que le otorgaba a sus gobiernos una herramienta de cambio poderosa. Desde allí se diseñaron políticas distributivas, desarrollistas e inclusivas que cuestionaron al neoliberalismo en sus facetas más impopulares, pero para seguir avanzando se debían cuestionar intereses muy poderosos. El proceso se estancó y esos gobiernos fueron desplazados por partidos de derecha.

Las consecuencias más graves del neoliberalismo fueron disminuidas en gran escala, pero los mecanismos del neocolonialismo siguen vigentes: la dependencia de la exportación de commodities, la falta de recursos para inversiones públicas, la deuda pública y la influencia creciente de la inversión extranjera en el manejo de los recursos naturales.

Una segunda ola de progresismo recuperó Brasil y Uruguay, y sumó a Colombia y México. Pero los tiempos habían cambiado, y el imperialismo en su fase decadente muestra toda la agresividad contenida. México sufre los aranceles, pero mantiene sus políticas inclusivas y de inversión pública. Colombia y Brasil deben enfrentar además la embestida trumpista contra su sistema de justicia. Es una instancia mucho más difícil para cambios que afecten la maquinaria neocolonial de extracción de riquezas naturales. Por ello, la integración regional, y desde allí el multilateralismo, deben ser las fortalezas para enfrentarla.

Finalmente recapitulamos algunos componentes del “que hacer”:

  • Integración regional para construir soberanía y quebrar las asimetrías con los neocolonialistas en las relaciones comerciales y financieras.
  • Integración regional también para apoyar la multipolaridad, los BRICS+, y un Nuevo Orden Mundial en el cual levantar todos los bloqueos, a pesar del imperio.
  • Terminar con la hegemonía del dólar y su señoreaje
  • Cambio estructural para combatir la primarización y el extractivismo. Autosuficiencia alimentaria con participación de los pueblos originarios. Estado plurinacional.
  • Mecanismos de financiamiento alternativos a las condicionalidades del FMI-BM y a la extorsión de los informes de las consultoras de crédito
  • Nueva mirada soberana sobre los tratados asimétricos de libre cambio
  • Postura conjunta frente a la inversión extranjera, así como orientación soberana de la misma.
  • Inversión pública en empresas públicas en sectores estratégicos (energía, comunicaciones, agua, etc.)
  • Distribución de la riqueza para un pueblo soberano en sus decisiones, sin ser rehén de la pobreza, la desigualdad y la discriminación.

(*) Héctor Tajam, Magíster en Economía (Centro de Investigación y Docencia Económica – CIDE, México, 1981). Trabajó en la Universidad de la República, Facultad de Ciencias Económicas y Administración, como docente e investigador en el Instituto de Economía. Fue investigador del PRIES- Uruguay y asesor de varios sindicatos (FENAPES, AFUTU, etc.). Es autor de varios libros. Es columnista de Mate Amargo y en los programas radiales “EL Espejo” y “De fogón en fogón”. Fue diputado y senador de la República. Actualmente pertenece al Comité Central y al Comité Ejecutivo del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros).

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