Por Carlos Pereira das Neves (*)
Foto Portada del álbum “Oktubre”
¡Qué raro se siente hablar de rebeldía! Pero ¡qué necesario! Como la canción de los Redondos, hay una mezcla de nostalgia y reflexión en el aire. ¿Será general? No lo tengo muy claro, aunque a juzgar por lo que se declara como inevitable -más bien inquerible-, se parece más a una nostalgia que se niega a abandonarnos. Una llamita que aparece, por entre una nebulosa autómata y abrumadora, y que pide no ser olvidada a pesar de la distancia de aquellos años fermentales en que creíamos poder cambiar el mundo, por más difícil que fuera.
¡Qué poco llenan las encuestas de aprobación! ¡Qué poco dicen! Y cuánto se adorna, cuánto se habla, cuánto sirve para cualquier acomodo. Se miden estéticas, que a su vez cambian si surge un chimento, una denuncia, que nada tiene que ver con la política, pero se toma, se usa, para querer hablar de política…y todo mientras los que esperan una bien buena que dignifique un poco su vida, o por lo menos que los saque del lamento por la incambiable cotidianidad, intentan conformarse con algún argumento que pueda gritarse como un gol o desahogue como una puteada.
Y esa llamita que puede tener la forma de Palestina o de Venezuela, de la soberanía de los pueblos; que puede tener la forma de un techo, sin que para pagarlo se vaya la mitad o más de los $25.000 de sueldo; la forma de un pedazo de tierra en la que uno pueda producir para comer y además poder tener un ingreso para esos otros gastos de los que no se puede zafar, apretándose lo más que uno pueda o endeudándose para darse el “lujo” de vestirse…esa llamita resiste, se esconde para que no la juzguen de hacerle el juego a una derecha difícil de distinguir entre tanta liviana discusión, espera que regresen aquellos vientos, aquellas vergüenzas que nos mostraban las estremecedoras marchas del norte.

No se contenta con balances, con porcentajes, con grandes números que atraviesan un laberinto para decirnos que estamos bien, o que estamos bien porque estamos mejor que tal o cual gobierno pasado. No se tienta con el dardo de la culpa, porque el blanco está difuso y uno corre el riesgo de pincharse a sí mismo, de ser cierto eso de que no estamos mejor porque no queremos, porque no hemos hecho lo suficiente y el caballito simbólico del sistema termina entrando en nuestra Troya.
Hablemos de octubre, desde octubre, algo va a quedar. No va a salir en las encuestas, mejor, no sé ¿para qué sirven?, ¿para quiénes? Octubre no es un producto que venza en 5 años, que haya que renovar en 5 años. Octubre no es ni siquiera un mes, es una idea, que cuando encuentra, se aprovecha o genera las condiciones, estalla incontenible para subvertirlo todo. Porque, al final, se acumulan las razones para acreditar ese verso del flaco Zitarrosa: “el que no cambia todo, no cambia nada”.
La tentación de poder opinar del día a día es visceral, es la capacidad de poder sentir en lo más hondo -y ni que hablar en lo más superficial- cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier parte del mundo, como se despedía el Che de sus hijos en aquella carta antes de salir a seguir subvirtiendo órdenes, porque sabía que ninguna isla, por más corajuda que fuera, sería capaz de dar vuelta el tiempo como la taba. Porque nada de lo humano nos debería ser ajeno, ya lo decía Terencio en su comedia Heautontimorumenos del 163a.C.
Y es en el día a día que nos jugamos el futuro, de nuestras ideas, de nuestras convicciones, de nuestra propia existencia. Es la pura resistencia a seguir reproduciendo las formas que nos han traído hasta acá y que no nos llevaran a otro lado que no sea la desaparición de la humanidad o de nuestra humanidad, tal como la conocemos.
Hay quienes repiten la sentencia de que las ideas de izquierda están en retirada a nivel mundial, encontrando en dicha sentencia la tranquilidad de su renuncia, que la lucha pasa por estar en el poder, el de siempre, el que nos regala las migajas del presente. Ese otro poder, la lucha por ese otro poder, no del todo definido, pero bien rebelde y que no acepta lo dado, está supeditado a la táctica. Una táctica que se olvidó de la estrategia en el momento en que definió que de tanto hacer, alguna idea de hacia dónde ir, hacia qué, iba a surgir. Y no, no surge, no logra ni logrará sortear nunca los límites que nos han impuesto las grandes corporaciones para que el orden siga tal cual está. Juntos pero no entreverados.
Octubre no es un mes más, ni para los nostálgicos ni para los reflexivos, es sinónimo de Revolución rusa para acabar con el zarismo y permitir el ascenso de los bolcheviques, es sinónimo de la muerte del Che y de la Toma de Pando, sinónimo de la entrega del bien más preciado -como lo es la vida- por la posibilidad de una vida para todos.
Octubre para que no nos apaguen la llama, ni con represión ni con retórica, hasta verla convertirse nuevamente en llamarada.
(*) Carlos Pereira das Neves es escritor, columnista y co-Director de Mate Amargo. Coordinador del Colectivo Histórico “Las Chirusas” y miembro del Capítulo uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)
(1) Primer single del álbum “Oktubre” de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota