Por Ricardo Pose (*)
El mar Caribe está agitado con el avance de las flotas militares norteamericanas, y el continente se debate entre luchas de soberanía nacional en todo el tercer mundo, clama por el fin del genocidio en Gaza, se confrontan proyectos de distribución de la riqueza con los que apuntan a una concentración todavía mayor, mientras Uruguay se esfuerza por volver a sentirse la “Suiza de América”.
“Fuimos un balcón al frente, De un inquilinato en ruinas, El de América latina, Frustrada en malos amores, Cultivando algunas flores, Entre Brasil y Argentina” cantaba Alfredo Zitarrosa en Diez décimas de saludo al pueblo argentino, historiando la mirada opulenta y arrogante de una nación que se sentía parte de la “Belle Époque” francesa y no de su continente.
Pero en la misma canción Zitarrosa recuerda, sobre todo luego de la revolución cubana, que en una parte del pueblo uruguayo se empezaba a percibir con respecto a América latina: “Se llama pueblo oriental, Por razón de su destino, Pero recorre el camino, De sus hermanos amados, El de tantos humillados, El de América morena, La sangre de cuyas venas, También late en su costado”.
Al fin y al cabo esa soberbia mirada y sensación de ser un pueblo elegido (que parece haber vuelto hoy) con respecto al resto del continente, era básicamente montevideana y de las clases privilegiadas del interior del país que vivía de espaldas, no solo a América Latina sino al Uruguay profundo.
Cuando en 1958 el periodista Carlos María Gutiérrez realiza su reportaje, en la Sierra Maestra, a los revolucionarios conducidos por Fidel Castro, una parte de la izquierda uruguaya demostraba al resto de la izquierda montevideana y a toda la sociedad uruguaya que aquellos trabajadores en huelga, del arroz, del Espinillar, de la remolacha, de la caña de azúcar, tenían más similitud con los guajiros y campesinos del continente que con el pobre proletariado europeo, o el campesinado euro centrista narrado en los clásicos cuentos infantiles.

Los ojos en la pelota
Hoy, buena parte del progresismo uruguayo que se para en el umbral de la izquierda sin decidirse a entrar o salir, ha argumentado que algunos procesos en países de América Latina parecen estarse yendo de “occidente”, afirmación expresada mientras matean balconeando el continente.
El argumento, la hipótesis, la justificación para mantenerse al margen de las luchas de naciones agredidas, encuentra eco en la centro derecha política y los aplausos de los sectores de ultra derecha que, levantando banderas de soberanía nacional (un nacionalismo chauvinista claro), parecen retomar el viejo relato de la izquierda en contra de las políticas imperialistas.
Pero si se asoma la nariz a la historia de la izquierda uruguaya, si se cargan “la raíz al hombro”, notarán que más allá del movimiento de tiovivo entre occidente y oriente, existía una clara definición internacionalista, con un sentido tan universal como el cristianismo e incluso el ateísmo.
Fue la izquierda que se forjó con los inmigrantes que venían de participar de los procesos revolucionarios en Europa, la generación del triunfo de la revolución soviética, de la España Republicana, que organizaron por estos lares con sus manuales tan euro centristas, del este y oriente a las incipientes clases obreras del sur del continente latinoamericano.
Quizás le quepa en su saldo negativo a esa izquierda, seguirse peinando en “aquél espejo” de estepas y cosacos, hasta la llegada de Mariátegui, de Haya de la Torre, de Vivían Trías.
Esa izquierda uruguaya que respiraba el aire caluroso y húmedo en los sopores de la siesta, los ravioles y el futbol del domingo.
Uruguay se consagraba campeón olímpico y mundial en el 28’ y en el 30’ mientras Sandino y su pequeño ejército loco declaraban la guerra al ejército de ocupación norteamericano en Nicaragua, Farabundo Martí en El Salvador y allá más lejos de la tribuna y el grito del gol, Villa y Zapata en México.
Uruguay se alzaba con la copa en Maracaná en 1950 y fueron pocos los que al menos balconearon la revolución de los mineros bolivianos, de los campesinos en Guatemala, de los pueblos originarios en Perú.
Los “cabecitas negras” levantaban cabeza en la Argentina de Perón, pero para Uruguay aún no había llegado “La hora de los hornos”.
Luna de Barlovento
El tibio viento caribeño de la revolución cubana removió las lecturas escogidas de los manuales soviéticos y chinos (o leninistas y maoístas si lo prefieren) y fue un vendaval que despeinó el confortable escenario de la lucha de clases en el Uruguay.
Vendrían las huelgas de los gremios solidarios, la ocupación territorial del cerro por parte de los obreros de los frigoríficos, las huelgas de los bancarios y los portuarios, el nacimiento de los sindicatos de los trabajadores públicos, la marcha de los cañeros, mientras allá bien cerca estaba Fanon y la lucha de independencia en Argelia, los vietnamitas, las colonias africanas, la guerra en Corea y las luchas por su independencia en los desiertos Árabes dejaron de ser una película de aventuras, aunque las damas siguieran suspirando por Rodolfo Valentino.
Uruguayos y uruguayas, algunos por convicción y otros convencidos de darle un mejor destino a su destierro, combatieron en tierras del tercer mundo, desde las montañas nicaragüenses, salvadoreñas o venezolanas hasta la meseta angoleña.
Mariátegui en Perú, Vivían Trías En Uruguay, Mario Santucho en Argentina, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro en Cuba, Franz Fanón en Argelia, Patrice Lumumba en el Congo, Malcon X en Estados Unidos, Miguel Enríquez en Chile, Marulanda en Colombia y otros, habían demostrado que no había contradicción en llevar adelante la lucha en cada uno de sus países y el carácter continental e internacional de la misma.
Había condiciones de subdesarrollo y dependencia en el tercer mundo que justificaban la lucha, pero también una constante política expansionista de los Estados Unidos, como gendarme de la humanidad.
El enamoramiento tercermundista resurgió muchos años después pasada la dictadura cívico militar y se materializó en el primer gobierno frenteamplista cuando Uruguay o dirigentes del progresismo uruguayo compartieron buffet durante el baño de la ola progresista, con Evo Morales, Fidel Castro y Hugo Chávez.
“Trumpetas” belicistas
“Barcos, aviones, un submarino y miles de efectivos estadunidenses son desplegados en la región, esta vez con el pretexto de luchar contra el narcotráfico y grupos criminales que ponen en riesgo la seguridad de los Estados Unidos”, denuncia la cubana Casa de las Américas que calificó esta acción como una amenaza a la seguridad regional.
El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, en una entrevista, afirmó que Estados Unidos enfrentará al “régimen narcoterrorista” de Venezuela con medidas más allá de recompensas. Mencionó a Colombia y su “presidente errático” como parte de los países que deben alinearse con Washington.
El diario estadounidense ‘The New York Times’ reveló el pasado 8 de agosto que el líder de la Casa Blanca había firmado en secreto una orden dirigida al Pentágono para que implementara el uso de fuerza militar contra grupos que su Gobierno ha designado como organizaciones terroristas.
El Gobierno estadounidense ha decidido autorizar el envío de tropas y naves al sur del Caribe, en un esfuerzo por combatir a grupos criminales a los que considera responsables del flujo de estupefacientes, especialmente cocaína y fentanilo, hacia Estados Unidos.
La nueva directriz tendría especial impacto en México y Venezuela, países donde Trump ha designado a cárteles y grupos armados dentro de sus fronteras como organizaciones criminales.
América Latina zona de paz
Luiz Inácio Lula da Silva, reforzó la necesidad de armonía entre los países de América Latina y el Caribe, el 9 de abril, durante la apertura de la 9.ª Reunión de la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Al concluir su discurso, el presidente Lula reforzó que es fundamental mantener a América Latina y el Caribe como una zona de paz mediante la recuperación de sus tradiciones diplomáticas. “No queremos guerras ni genocidios. Necesitamos paz, desarrollo y libre comercio. Mantener América Latina y el Caribe como una zona de paz significa trabajar para que el uso de la fuerza no prevalezca sobre la resolución pacífica de los conflictos. El multilateralismo se debilita cada vez que guardamos silencio ante las amenazas a la soberanía de los países de la región”, concluyó Lula.
Una vez más la historia bifurca los caminos y pone a prueba las más profundas convicciones.
(*) Ricardo Pose es periodista, integrante de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU). Colabora con distintos medios de prensa de Uruguay, columnista en Radio Gráfica de Argentina, corresponsal de Mate Amargo en Venezuela, Coordinador de la sección web en teleSUR y autor del blog “El tábano”