Por Rolando W. Sasso(*)
En anteriores entregas nos referimos a temas ideológicos como: la continentalidad de la lucha o poner las propias fuerzas en acción dejando la teoría para otro momento, antes que se vuelva parálisis e impida avanzar en la lucha revolucionaria. Ahora no referiremos a la compartimentación como sistema de seguridad y protección del compañero, la célula y la organización toda. O sea, un aspecto más práctico del funcionamiento que sin embargo requirió de un fuerte convencimiento ideológico para no preguntar ni ver más de lo necesario.
La compartimentación implica la creación de ciertos límites para lograr un objetivo como ser el control de riesgos. Si a un compañero se lo trasladaba en un coche con lentes de sol y mirando el piso, no sabría la ubicación del local al que le llevaron; pero eso requiere disciplina para no ver lo que no se debe ver. No mirar las calles, el barrio, los detalles pensando en que de caer en manos de la represión el no saber implicará una seguridad para el compañero trasladado y para los habitantes del local clandestino. En suma se cortaba el hilo conductor entre el eventual interrogado por la represión y la célula en peligro.

Generalmente se establecía una hora para retornar a los locales de funcionamiento, con cierto margen de tolerancia que de no presentarse dentro de los límites establecidos se activaban alarmas que podían llegar al desalojo y abandono del local en cuestión. Ejemplo de eso fue Marquetalia, en la zona de Pajas Blancas, el día que cayeron Leonel Martínez Platero y Carlos Rodríguez Ducós junto al responsable del grupo: Julio Marenales, el 8 de octubre de 1968 y en un par de días se había reducido a cenizas el rancho de la base.
Cuando se supo de la caída se le prendió fuego a la humilde infraestructura, antes de que llegara la represión. Después supieron que los que habían caído presos no señalaron el local y se hubiera podido seguir utilizando, pero disposiciones de seguridad eran disposiciones de seguridad y no había que violarlas.
Según un documento policial de la época, los Tupamaros basaron su organización en células. Cada célula se reunía semanalmente, mediante delegados que se dividían lo político, lo militar y los servicios. De estos coordinadores dependía un Comando Ejecutivo, que se presume, consistiría en un triunvirato con atribuciones niveladas. La alimentación de la célula, su desarrollo y crecimiento, buscaba alcanzar la meta de una Unidad de Combate, apta para actuar en el momento apropiado. En Marquetalia, además, se hacía un intenso entrenamiento físico y militar. La financiación de todo este movimiento se nutrió de productos de asaltos y aportes de simpatizantes. La teoría consistía en clases de política internacional, nacional, marxismo, fundamentados en manuales y documentos traídos del exterior. La escuela de cuadros conformaba el sector militar de la organización y en ella se hablaba de los tres pilares fundamentales para la edificación de la estructura de la organización.
La compartimentación de información supone que hay un acceso limitado a determinada revelación (sólo para militantes que tienen que conocer dicha confidencia para llevar a cabo ciertas tareas).
El principio básico para la compartimentación es que si muy pocas personas conocen los detalles de una tarea o cometido, el riesgo o probabilidad de que dicha información pueda ser descompartimentada o que caiga en manos del enemigo se reduce. Es importante mantener un cercano control de la información compartimentada para no malograr los planes si la información reservada cayera en manos del enemigo. El cuidado de la información compartimentada, así como las identidades de los involucrados es de vital importancia para que documentos, planes, locales y compañeros no caigan en manos extrañas. También es importante maximizar el celo en el cuidado de lo compartimentado, para evitar caídas inútiles de militantes.
(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T