Continentalidad de la lucha

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Por Rolando W. Sasso (*)

 

Los Tupamaros uruguayos edificaron su organización desde los cimientos y con tres pilares fundamentales: la continentalidad de la lucha (todo revolucionario latinoamericano era nuestro hermano por el solo hecho de luchar a nuestro lado); la acción une, el verbalismo nos separa y la compartimentación protege al compañero. Mientras estos principios funcionaron correctamente la orga fue como una maquinita que avanzaba sin parar, pero cuando los mismos fallaron la maquinita descarriló.

Diciembre de 1963. El Consejo Nacional de Gobierno con mayoría del Partido blanco dirigía los destinos del Uruguay. 17 senadores y 54 diputados conformaban la mayoría parlamentaria que aún siéndolo se mostraba dividida por feroces rencillas. Las disputas entre los seguidores de Herrera y de la UBD (Unión Blanca Democrática) los llevarían finalmente por los senderos de la derrota. Las discusiones a través de la prensa y en los cafés de la intelectualidad eran de rompe y raja. Parecían no tener límites y los opinólogos se despachaban a gusto.

Habrá que tener en cuenta que no es lo mismo ver el mundo en que vivimos con ojos de los años 60 y 70 que verlo con una mirada de actualidad. El mundo cambió y nosotros cambiamos. No se puede entonces juzgar los hechos sucedidos hace 40 años con los lentes de hoy. El mismo objeto o acontecimiento se verá diferente ante nuestros ojos según recurramos al celular o a la libretita con la Bic.

Lo cierto es que vivimos en un mundo cargado de anécdotas (saturado podría decirse), por eso hay que actualizarlo para que no se anquilose, sino que continúe floreciendo al ritmo de lo nuevo que se anuncia.

En un mundo que estuvo dividido en dos durante la Guerra Fría, (hoy está dividido en más partes enfrentadas) es la lucha de clases la savia que reproduce la vida en todos los planos y es lo que nos obliga a recrear la historia con todas sus variantes posibles, a valorar el presente con lo mucho que ofrece de innovación y progreso y a escudriñar el futuro con todo lo nuevo que nos depara.

Dicha lucha es visible en diferentes concepciones que luchan entre sí y dentro de sí, en búsqueda constante de lo nuevo. De lo contrario un organismo vivo y dinámico generado por la acción de los hombres como las organizaciones políticas, podría retroceder hasta convertirse en algo muerto y fosilizado que pasaría inevitablemente al olvido. O en todo caso a engrosar las colecciones de algún antiguo museo.

Es el riesgo que corren muchas veces las construcciones humanas y eso es lo que no queremos que ocurra con el movimiento tupamaro que nos honra con tenernos en cuenta para el presente trabajo. Por eso escribimos de historia.

Entrando un poco más en tema tendríamos que trasladarnos a los comienzos y responder nuevamente cuál fue el motivo, cuál la necesidad de crear una “organización política con armas” en defensa de lo que entonces se consideraba la lucha popular.

Veamos entonces brevemente lo escrito por el dirigente socialista Vivian Trías (Las Piedras 1922 – 1980) en el diario El Sol, bajo el título “Tupamaros de Artigas”.

En el artículo anunciado y fechado el 9 de enero de 1965, Trías reivindicaba el vocablo indígena y recordaba que en tiempos de la corona de España decir “Tupamaro” era sinónimo de rebelde, refiriéndose al que se levantó en el Perú en defensa de los intereses de su pueblo.

De esa manera se peleó hasta que el vocablo se generalizó llegando al Rio de la Plata con el significado del que levanta la voz de los humildes y ofrece su sangre por ellos. Los Tupamaros eran despreciados por la oligarquía criolla, perseguidos y defenestrados al igual que su protector y caudillo José Artigas, pero al mismo tiempo eran eficaces con las boleadoras y con la lanza.

Como dice la voz popular: “matrero te llamarán y pondrán precio a tu vida, pero tendrás quien te siga, la patria libre será”.

La leyenda había despuntado algo antes que el diario El Sol, en diciembre de 1963, cuando se acercaban las fiestas de navidad y año nuevo. Para el pobrerío no habría festejos ni regalos, solo la misma tristeza de cada día,  hambre y miseria.

Un grupo de jóvenes que andaba por el cante de la Cachimba del Piojo haciendo trabajo social, con el cura Uberfil Monzón como referente, se propuso la idea de hacer una acción en medio de las fiestas tradicionales que generara un significado político y de lucha.

“Por medio de volantes se enunciará el alza del costo de la vida, la falta de viviendas y fuentes de trabajo, etc. Se señalarán las injusticias de un régimen que permite a unos pocos tenerlo todo, amasar enormes fortunas, mientras condena a la mayoría a la pobreza, la indigencia y el hambre. Se terminará con un llamado a la resistencia popular” (En Actas Tupamaras de Fernando Rodríguez). Había que poner manos a la obra.

La idea era asaltar un camión de la firma Manzanares el mismo 24 de diciembre y repartir la mercadería en un cantegril. Un grupo de compañeros alborotaron el rancherío gritando en la soleada mañana: “habrá reparto de mercadería”, comienza la volanteada y la gente se tomó el camión por su cuenta.

Daba gusto ver a los purretes corriendo por las calles del cantegril Aparicio Saravia llevando un pan dulce bajo un brazo y unos turrones en la mano libre. Había que apurarse a desvalijar el camión antes de que llegue la policía. El “Comando José Artigas ha salvado con éxito su prueba de fuego” y festejó a la noche con unas velas y una damajuana de vino tinto del denominado “lija”  y con música en tocadisco a pilas que con los años serían el nuevo Canto Popular.

No es posible comparar los actuales cantes (asentamientos) aún situados en el mismo sitio, con los de entonces. Ya no son los mismos, ya no significan la unión del barrio, donde se repartía el botín que un muchacho de Tacuarembó arrebataba a los ricos para compartirlo con sus vecinos, con sus hermanos, con el rubiecito, con el de motitas, con los cabecitas negras. La consigna de “en el barrio no se roba” ni se denigra al pobrerío no existe más, pero en su época aquella frase era una intuición de clase que el “Chueco” Maciel respetaba burlándose de los poderosos y alcahuetes hasta que lo crucificaron a balazos en el propio cante, que supo ser humano y solidario.

Hoy el cante es la guerra entre bandas, son los niños que se usan como carne de cañón, hoy el cante es la fuerza del pobre que a veces ni identificación tiene, que no sabe leer ni escribir, que portan la ignorancia como forma de vida y cargan una pistola para defenderse de sus iguales.

Lo del asalto al camión de Manzanares eran los comienzos de un movimiento que repicaría sus campanas al viento de América Latina con la idea de la “Continentalidad de la lucha”, uniendo fuerzas a través de todo el continente y llevando la voz de los más humildes en búsqueda de un futuro mejor para todos.

La lucha de los pueblos latinoamericanos por liberarse de las cadenas imperialistas no conoce de fronteras y tiene una continuidad desde José Artigas, José de San Martín, José Martí, Francisco de Miranda, Bernardo O`Higgins, Antonio José de Sucre y muchos otros hasta nuestros días, enfrentando simultáneamente a las primeras oligarquías criollas.

Eso fue lo que festejaron en la sede de la acción social (que más adelante se llamará Base Pinella en homenaje a su fundador) en la calle Heredia a metros de la Cachimba del Piojo. La revolución se echaba a andar aunque casi nadie lo supiera y ellos celebraban recordando a los héroes latinoamericanos.

A modo de ejemplo vale rememorar a Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima en Guatemala; a Douglas Ignacio Bravo y Luben Petkoff en Venezuela; a Manuel Marulanda, Fabio Vásquez y Camilo Torres en Colombia; a Hugo Blanco, Guillermo Lobaton, Luis de la Puente Uceda y Hector Bejar en Perú; a Wilfrido Álvarez, Juan José Rotela y Agapito Valiente en Paraguay; a Carlos Díaz y Jorge Masetti en Argentina; a Carlos Lamarca y Carlos Marighuela en Brasil, a Raúl Sendic en Uruguay como a tantos otros.

Todos ellos se pronunciaron a favor de la acción directa y el apoyo solidario a los que luchan por las libertades en distintos lugares de América Latina y del mundo. Ejemplo entre ellos fue el Comandante Ernesto “Che” Guevara que murió en Bolivia dejando su vida por la causa revolucionaria y por América liberada, su gran país y no solo por su propio pequeño país.

Los tupamaros uruguayos tomaron ejemplo de tantos luchadores y construyeron su organización con el puntal de la continentalidad de la lucha, porque América será libre entre todos o no lo será nunca. Esa idea de libertad caló hondo en la juventud de aquellos tiempos al punto de convertirse en una idea fuerza que sigue vigente hasta nuestros días. Idea fuerza que se modeló en ruedas de mate entre discusiones y planes de tareas que llevar a la práctica, porque teoría sin práctica, no vale de nada.

 

(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T

 

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