A 80 años de las Misiones Socio-Pedagógicas
Joaquín Andrade Irisity (*)
En este año 2025, se cumplen 80 años de las Misiones Socio-Pedagógicas, una experiencia pionera que marcó una identidad del magisterio y abrió caminos de encuentro entre la educación y los problemas sociales del país profundo.
Lejos de ser solo una práctica estudiantil o un ensayo didáctico, las Misiones se consolidaron como expresión pedagógica, política y cultural en movimiento, que aún hoy interpela a la educación pública.
El Origen
Las misiones Socio-Pedagógicas nacen en 1945 como iniciativa de la Asociación de Estudiantes Magisteriales de Montevideo.
Lejos de ser un proyecto impulsado desde las estructuras estatales, surgieron de manera autónoma, como respuesta al deseo de los futuros maestros por conocer y transformar la realidad rural del país.
El impulso inicial estuvo motivado por una preocupación creciente en el magisterio: la fractura entre el campo y la ciudad, expresada en profundas desigualdades sociales, educativas y culturales.
El Uruguay de posguerra vivía una fuerte centralización urbana y una idealización del progreso ligado a lo moderno, mientras que las zonas rurales quedaban relegadas al atraso, la pobreza y el aislamiento.
Frente a este escenario, los estudiantes magisteriales decidieron trasladarse durante sus vacaciones a distintos puntos del país para desarrollar actividades sociales, pedagógicas y culturales con las comunidades. Así nacieron las primeras misiones, siendo la de Caraguatá (1945) el punto de partida.

Las influencias
Misiones Socio-Pedagógicas uruguayas se nutrieron de múltiples influencias.
Internacionalmente, tomaron como referencia las misiones pedagógicas desarrolladas en España durante la Segunda República (1931-1936), orientadas a llevar educación, arte y cultura al mundo.
También se inspiraron en experiencias similares del México revolucionario, donde los maestros rurales eran agentes del cambio social.
En el plano local, las Misiones recogieron el legado de figuras como José Pedro Varela y el ideario de la escuela pública como herramienta de democratización y equidad. Pero, sobre todo, dialogaron con las preocupaciones del Congreso Nacional de Maestros sobre Escuela Rural (1944-45), que ya alertaba sobre el abandono del medio rural por parte del Estado y las carencias estructurales de su sistema educativo.
Las Misiones no fueron solo una práctica docente; fueron una forma de militancia pedagógica. Como bien señalaron sus protagonistas, el objetivo inicial de observar y aprender sobre la realidad rural pronto se transformó activo.
“Había que hacer algo mucho más efectivo”, declaraba el Informe de la Novena Misión a Quebracho (1949)
Las etapas del proceso misionero
Las Misiones Socio-Pedagógicas se organizaron en tres momentos claves: pre-misión, misión y pos-misión En la pre-misión, los grupos estudiaban la características sociales, culturales y económicas de las zonas rurales elegidas, preparaban materiales, gestionaban donaciones y planificaban actividades pedagógicas y culturales para desarrollar en el lugar.
Durante la misión, que solía realizarse en vacaciones de invierno o verano, se desplegaban acciones educativas (clases, charlas, juegos), actividades culturales (teatro, cine, música), encuestas, visitas casa por casa y trabajo con las familias.
La experiencia era intensa, transformadora y profundamente humana. Participaban estudiantes de magisterio de todos los años, pero también se sumaban estudiantes de medicina, agronomía y docentes con experiencia.
En la pos-misión, se elaboraron informes que evaluaban lo vivido, se compartían los aprendizajes y se difundían los resultados, con la esperanza de que sirvieran como insumos para las políticas educativas.
En 1956 se creó el Centro de Misiones, con apoyo institucional del Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal, lo que dio mayor continuidad y proyección al movimiento.
Entre 1945 y 1971 se realizaron más de veinte misiones en distintas zonas del país, hasta que el proceso fue interrumpido por el golpe de Estado y el quiebre de la vida democrática.
A ochenta años de aquella primera misión, su legado sigue vigente en múltiples niveles.
En primer lugar, las Misiones consolidaron un tipo de formación docente profundamente vinculado con la realidad social. Enseñaron que educar es también comprometerse con el entorno, con los desafíos del territorio, con las personas reales y concretas. Además, fueron una experiencia de construcción colectiva, de organización estudiantil, de trabajo interdisciplinario y de pedagogía de la presencia.
Una escuela vivida fuera del aula, donde se aprende la profesión no solo desde lo técnico, sino desde la ética, el diálogo y la acción.
En los últimos años, algunas generaciones magisteriales han intentado recuperar ese proyecto. En departamentos como Florida, Treinta y Tres o Cerro Largo, han sufrido nuevas misiones que retoman la experiencia histórica y la adaptan a los desafíos del presente.
También se han organizado encuentros de ex misioneros, exposiciones, muestras, documentales y reflexiones sobre lo vivido. Las Misiones siguen siendo una referencia para pensar la educación pública como práctica emancipadora, que no se agota en el aula ni se limita a repetir programas.
En tiempos de fragmentación, desigualdad y crisis del lazo social, el recuerdo y la práctica de las Misiones invitan a recuperar una pedagogía de la cercanía, del compromiso y de la transformación.
Porque como escribió un misionero en 1949, en medio de una jornada fría y nostálgica:
“.. el espíritu misionero se sobrepuso, y aquellos minutos de silencio fueron rotos por el acordeón piano” (López Fraquelli, 2009, p.9).
(*) Joaquín Andrade Irisity es estudiante avanzado del Profesorado de Historia en el IPA y de Comunicación Social en UTU, escritor y periodista en formación
Referencias
López Fraquelli, M. (2009). Misiones socio-pedagógicas… Allá por 1945. Quehacer
Educativo, (144), 6-11. Montevideo: FUM-TEP