La neurosis capitalista

0

 

 Por Carlos Pereira das Neves(*)

 

Choferes bajándose de sus vehículos buscando resolver con una pelea, en plena vía pública y a la vista de todos, algún silencioso diferendo; discusiones de barrio que rápidamente escalan a un enfrentamiento de arma blanca y terminan con un herido o un muerto; mensajes ambiguos en las redes sociales o en las comunicaciones interpersonales; insultos; recriminaciones constantes…patrones de conductas que se repiten y atentan contra nuestros vínculos, contra nuestro entorno y contra nosotros mismos.

Lo único que atinamos a decir es que “la gente está mal”. Pero ¿quién es “la gente”? Y ¿por qué es que nosotros nos vemos por fuera de ese grupo o entidad abstracta?

No reaccionamos frente al sistema, frente a la semiótica del sistema -como insiste Fernando Buen Abad en cada uno de sus artículos-. No vemos ninguna responsabilidad en el complejo entramado de mensajes que crea y reproduce ésta forma de vincularnos, que conforma el sostén vivencial, relacional, de un sistema de producción pensado para favorecer siempre a los mismos y oprimir -también- siempre a los mismos.

Así como produce y reproduce estos mensajes, estos signos, que generan este estado de violencia interpersonal constante, también propone tratamientos, de los más diversos. Desde el coaching que apela a lo más yoísta del yoísmo, que más que tratamiento lo que hace es seguir alimentando esa idea de que somos mejores que el resto porque nuestra luz/fuerza, por sí sola, es capaz de superar cualquier límite o a cualquier individuo que nos esté taponeando nuestro éxito o nuestro bienestar; a la medicación o la terapia, partiendo de la premisa que individualmente estamos mal y con el objetivo de resolver lo urgente para poder seguir funcionando, para poder seguir siendo funcional.

El sistema capitalista no se ha sostenido todo este tiempo por ser lo máximo a lo que el desarrollo humano puede aspirar, ni siquiera por una cuestión de buena gestión. Lo ha venido demostrando todo este tiempo con el aumento constante de la pobreza y el deterioro en las condiciones de vida de una amplia mayoría de la población mundial, como contra partida del obsceno aumento de la riqueza de algunos pocos; la corrupción generalizada; la destrucción del ecosistema; la deshumanización. Basta con visitar y recorrer los países que se supone son la vanguardia del progreso económico/social, estudiar su limitada participación democrática, su abrumadora brecha entre los billonarios y los que acampan en la calle o las insostenibles cifras de inversión en sus industrias tecnológicas/militares a diferencia del retaceo de dinero a los sistemas de salud, educación, vivienda, acceso o promoción de la cultura, etc.

Este sistema no se sostendría de ninguna manera si no fuera porque ha desarrollado y perfeccionado un aparato de engaño total, en el que todo lo que hacemos se transforma en información que se almacena para luego transformarse en un producto cuyo consumo nos mantiene -de alguna manera- enganchados y alimentándolo. Hasta ahí nada nuevo de lo que los críticos al sistema vienen sosteniendo desde hace décadas y siglos, el sistema no ha parado de perfeccionar sus aparatos de opresión y control.

Tampoco es nuevo que las condiciones de vida, las relaciones sociales de producción y las nuevas formas de vinculación/acceso a la información/intermediación financiera que el sistema promueve, nos está haciendo pedazos: física, emocional y psíquicamente. Un aumento constante de diagnósticos de enfermedades mentales, con sus correspondientes fármacos o psicofármacos; una apatía en aumento disfrazada de “el placer de estar solo”; cuerpos que se deserotizan, que se enferman, que se dañan a sí mismos; un excesivo depender de la racionalidad, una racionalidad moldeada y mandatada a ser feliz y productivo; mentes que no pueden parar de pensar, sobre todo en lo que ya les viene dado y resumido, y cuando paran de pensar lo hacen solo para reaccionar como bestias ante la más mínima diferencia.

Quienes hemos soñado -y lo seguimos haciendo- con un mundo distinto, nos hemos imaginado infinidad de veces un levantamiento generalizado de todos los oprimidos en contra de esas pocas personas, que en cualquier momento se van a construir una casa de veraneo en la luna para ver -con un telescopio de última generación- como revienta el mundo. Nada más lejano de eso, asistimos con estupor y pavor a los enfrentamientos entre trabajadores, entre vecinos, entre personas cuyo constante resistir a la opresión sistémica los ha transformado en un arma inconsciente, a punto de pegar, de lastimar, de matar.

Estamos enfermos si, enfermos de capitalismo. Tendremos que acompañar esos procesos de asistir nuestras problemáticas más urgentes con la necesidad de pensar ya en una alternativa a este modo de vida, a este sistema que nos propone este modo de vida.

Dejar de putear al aire, de pensar que es mala suerte, y apuntar toda la rabia, toda la neurosis, todas las enfermedades, todas las imposibilidades, contra los que nos han enfermado toda la vida para alimentar su pervertida acumulación de riqueza.

(*) Carlos Pereira das Neves, estudiante de la Lic. en Ciencias Históricas, escritor, columnista y co Director de Mate Amargo

 

Comments are closed.