A través de filtraciones a los medios y como parte de la ofensiva militar aeronaval en el Caribe, las operaciones psicológicas de la CIA manufacturan al eje Caracas-La Habana como “amenaza” a la seguridad nacional de EU
Por Carlos Fazio (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
James Monroe está presente y su “doctrina” ha sido resucitada en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que declara explícitamente que ese marco conceptual del siglo XIX será aplicado al subcontinente americano en pleno siglo XXI, inclusive con un “Corolario Trump” que marca una versión 2.0 recargada de la añeja estrategia expansionista imperial, y que, con epicentro en Venezuela, amenaza hoy a México, Colombia, Brasil y toda América Latina, y sus recursos geoestratégicos.
Fechado en noviembre, pero publicado y difundido por la Casa Blanca la noche del 4 de diciembre, el documento de 33 páginas sobre la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) define los objetivos centrales de la política exterior estadunidense y fija como meta la protección de su territorio nacional y el acceso a “geografías claves en toda la región”. (“National Security Strategy of the United States of America”. November 2025, https://t.ly/jBXp7)
La coartada de la administración Trump para encubrir sus fines neocoloniales figura bajo la mampara de la “cooperación conjunta” con los gobiernos del subcontinente americano, contra lo que con fines propagandísticos señala como “narcoterroristas”, “cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales” (una contradicción flagrante, ya que Trump acaba de indultar al ex presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien cumplía una condena de 45 años por permitir el tráfico de drogas desde su país a EU a cambio de sobornos millonarios).
Asimismo, el documento exhibe la determinación imperial neomonroista de mantener una región “libre de incursiones extranjeras hostiles” y de “competidores no hemisféricos” con capacidades para “adueñarse o estratégicamente controlar bienes vitales” mediante inversiones o a través de la “propiedad de activos clave”.
Esos planes se describen, textualmente, como parte de un “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe con su conocido postulado de “América para los americanos” (de EU), establecida por el presidente James Monroe en 1823 y que sostiene que la Casa Blanca no tolerará la “injerencia extranjera maligna” en su propio hemisferio.
En su peligrosa proyección supremacista y egocéntrica, Trump busca emular al presidente Theodore Roosevelt, quien en su discurso sobre el Estado de la Unión en 1904, después de la crisis venezolana de 1902–1903, adicionó a la Doctrina Monroe un corolario que lleva su nombre, que establecía que Estados Unidos podría intervenir en los asuntos internos de los países latinoamericanos (una justificación para ejercer el “poder de policía internacional”) si cometieran fechorías flagrantes y crónicas, y con el objetivo de mantener alejadas a las potencias europeas. Caracterizado por un neomonroísmo expansivo, el corolario Roosevelt signó el ascenso de EU a la era imperialista, a través de una política exterior conocida como la Diplomacia del Gran Garrote (o de “la zanahoria y el garrote”). En palabras de Gregorio Selser, “la Doctrina Monroe vino a convertirse en elemento de dominación cuando se le adicionó el Corolario Roosevelt”. (Ver https://annas-archive.org/search?q=Gregorio+Selser+Cronolog%C3%Ada+de+las+Intervenciones+extranjeras, Tomo III, p. 130)
Como una anticipación del nuevo monroísmo de factura trumpista, el pasado 2 de diciembre la Casa Blanca había emitido una proclamación para marcar el aniversario de la vieja estrategia neocolonial, que concluía: “Revitalizada por mi Corolario Trump, la Doctrina Monroe está viva y bien, y el liderazgo estadunidense está de regreso más fuerte que nunca”.
Al respecto, y a diferencia de sus antecesores, la administración Trump se ha planteado recortar la presencia militar en “teatros cuya importancia relativa para la seguridad nacional estadunidense ha disminuido en las últimas décadas o años”, con miras a destinar esos recursos al hemisferio occidental y abordar así lo que denomina “amenazas urgentes”.
En otro pasaje de la Estrategia de Seguridad Nacional se destaca la importancia de asegurar el “acceso continuo (de EU) a ubicaciones estratégicas clave” en el continente americano (como, por ejemplo, la recuperación del Canal de Panamá, la colonización simbólica del nombre del Golfo de México y el frustrado intento de reabrir la base de Manta en Ecuador). Tras años de lo que califica como “abandono” de la región por sucesivas administraciones de la Casa Blanca, el documento sostiene que EU “volverá a afirmar y hacer cumplir la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadunidense en el hemisferio occidental”.
“Queremos garantizar que el hemisferio occidental siga siendo razonablemente estable y esté lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos”, se lee en el documento. Es decir, pone la seguridad fronteriza como pilar fundacional, con lo que el control de los flujos migratorios asciende al rango de prioridad estratégica. (Un mensaje inequívoco con fines disciplinarios que abarca en particular, sin mencionarlo, a México).
Del texto se desprende que Estados Unidos no actuaría solo, únicamente con la fuerza de sus buques, misiles y drones. El documento señala que “enlistará” –eufemismos para un abanico de significados, desde persuadir y presionar hasta reclutar–, a gobiernos que los ayude a crear una “estabilidad tolerable” en la región, incluso más allá de sus fronteras, y trabajará para “premiar y estimular a los gobiernos de la región, a los partidos políticos y a los movimientos (políticos y sociales en esos países) para que se alineen con la estrategia y sus principios.
Asimismo, vincula producción nacional con soberanía: “Cultivar la fuerza industrial estadunidense debe convertirse en la máxima prioridad de la política económica nacional” (p. 4), en función de lo cual promueve la repatriación de cadenas de suministro, la inversión en minería crítica y la revitalización de la base industrial de defensa. Sostiene, también, que “la seguridad económica es fundamental para la seguridad nacional” (p. 13), y establece que el comercio equilibrado, la protección de propiedad intelectual, la dominancia energética (con acento en los hidrocarburos) y el liderazgo financiero forman un bloque indivisible, evidentemente fragilizado por décadas de políticas económicas ávidas por la acumulación de capital ficticio y no de creación de valor.
En ese sentido, se instruye al Consejo de Seguridad Nacional para que identifique, con apoyo de “la comunidad de inteligencia”, “puntos y recursos estratégicos en el hemisferio occidental con miras a su protección y desarrollo conjunto con los socios regionales”. Un objetivo (bipartidista) que recupera los comentarios que formulara en 2023 la entonces jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, quien enumeró –bajo el controversial y posesivo plural “tenemos”– los recursos estratégicos presentes en América Latina y el Caribe, en una lista que incluyó petróleo, litio, oro, tierras raras, minerales varios, agua y suelos, bajo la premisa de que ahora Washington debe disputárselos con otras potencias.
El giro hemisférico ante la “amenaza” china
Como señala un análisis de la página web venezolana Misión Verdad, la sección sobre el hemisferio occidental marca un punto de inflexión. Allí se presenta formalmente el Corolario Trump a la Doctrina Monroe: “Negaremos a competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro hemisferio” (p. 15). Esta formulación establece una exclusión funcional: ningún país del continente americano puede asociarse y/o hacer acuerdos comerciales con actores extrahemisféricos sin enfrentar consecuencias.
Pero el documento va más lejos en materia de contratación y desarrollo: “Los términos de nuestros acuerdos, especialmente con aquellos países que más dependen de nosotros y sobre los que, por tanto, tenemos mayor influencia, deben ser contratos de fuente única para nuestras empresas (…) Al mismo tiempo, debemos hacer todo lo posible por expulsar a empresas extranjeras que construyan infraestructura en la región” (p. 19). En particular, China, el principal adversario estratégico y sus empresas.
Estas directrices definen una nueva forma de soberanía nominal (atentatoria a la vez del derecho a la autodeterminación de los pueblos), medida por su capacidad para alinearse con la cadena de valor estadunidense. La legitimidad se construye con ofrecimientos de EU en materia de tecnología superior, estándares abiertos y ausencia de “trampas de deuda”, mientras que la asistencia extranjera, aunque aparentemente de bajo costo, lleva “costos ocultos” (p. 18).
Según la ESN, la visión de EU sobre su competencia hemisférica con China se articula con claridad estratégica, realismo funcional y una fuerte carga normativa. No se trata de un rechazo abstracto o ideológico a la influencia china, sino de una respuesta estructural a un hecho concreto: China ha logrado penetrar profundamente en el hemisferio mediante inversiones en infraestructura, energía, minería y telecomunicaciones, especialmente en países donde EU había reducido su presencia económica o impuesto sanciones y otras medidas coercitivas, como Venezuela y Cuba.
El documento describe esta dinámica sin eufemismos: “Los competidores no hemisféricos han hecho importantes incursiones en nuestro hemisferio, tanto para perjudicarnos económicamente en el presente como de manera que pueden perjudicarnos estratégicamente en el futuro” (p. 17). Esto reconoce explícitamente que China no actúa como potencia “extranjera hostil” en el sentido tradicional (militarizado), sino como competidor funcional: ofrece financiamiento rápido, infraestructura a bajo costo aparente y acuerdos sin condicionalidades políticas explícitas, una ventaja decisiva frente a los trámites lentos, regulaciones estrictas y exigencias de reformas estructurales de los organismos occidentales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, viejos instrumentos de dominación imperial a través del dólar y las cartas de intención de la época de la Guerra Fría.
Frente a ello, como señala el análisis de Misión Verdad, EU propone una estrategia híbrida de expulsión selectiva y sustitución activa:
- Impulsa una campaña de descrédito de la oferta china que transforma lo económico en lo estratégico: una mina, un puerto o una red 5G no son solo proyectos comerciales, sino nodos de riesgo si están bajo control no hemisférico (no estadunidense); los llamados “costos ocultos: en espionaje, ciberseguridad, trampas de deuda y otras maneras” (p. 18).
- Ordena acelerar los procesos de aprobación en los mecanismos de financiamiento estadunidense para que ofrezcan plazos y condiciones competitivas: “Reformaremos nuestro propio sistema para agilizar las autorizaciones y licencias, de nuevo para convertirnos en el socio preferente” (p. 18).
- Rompe con el discurso del “libre mercado”: EU ya no compite en el mercado; redefine las reglas del mercado mismo para excluir a China.
- Refuerza la narrativa en la que EU se presenta como el socio que ofrece transparencia, tecnología superior y protección contra la “subordinación”; China, según la ESN, no ofrece cooperación sino dependencia encubierta. EU, en cambio, ofrece soberanía auténtica, definida como soberanía alineada con su cadena de valor.
De esta manera, la ESN demuestra que EU no subestima el avance chino en América Latina. Al contrario: lo toma como prueba de un error histórico −la “negligencia” hemisférica− y lo convierte en fundamento de una política de reversión activa. Ahora, se disputa el control de los medios de producción de soberanía: infraestructura, energía, logística, datos, estándares técnicos.
En ese contexto, Venezuela, por su alianza explícita con China en petróleo, oro, coltán, satélites y puertos, aparece como el caso crítico: no porque sea el mayor receptor de inversión china (no lo es), sino porque su persistencia como nodo multipolar legitima la viabilidad de esa alternativa. Por eso, la estrategia estadunidense apuesta a que, al expulsar a China del hemisferio, no solo Washington recupera influencia, sino que restablece la condición de posibilidad de su hegemonía: un mundo donde la soberanía de los demás se mide por su capacidad para no interferir con los intereses de EU.
Venezuela, pues, encarna el desafío máximo para esta doctrina:
- Mantiene alianzas estratégicas con China, Rusia e Irán;
- controla recursos críticos sin entregar su gestión a capitales extranjeros o alineados;
- y ha desarrollado mecanismos de intercambio que eluden el dólar y las cadenas de valor occidentales hegemónicas.
La ESN lo reconoce: “Algunas influencias serán difíciles de revertir, dada la alineación política entre ciertos gobiernos latinoamericanos y ciertos actores extranjeros” (p. 17).
Desde el punto de vista del documento, Venezuela es un precedente no funcional para los intereses del imperialismo estadunidense: demuestra que es posible sostener una política exterior autónoma y soberana, aun bajo políticas de presión y asedio coercitivos prolongados. Junto a las sanciones económicas, comerciales y financieras; el cerco militar aeronaval en el Caribe; las operaciones clandestinas de la CIA al interior de Venezuela, y la guerra cognitiva con énfasis en la propaganda y las noticias falsas (fake news), la administración Trump busca un cambio de régimen, pero también tiene la intención de invalidar el modelo socialista bolivariano en construcción. En definitiva, se trata de mostrar que ningún país puede sostenerse fuera del “orden” de la soberanía selectiva.
Lo expuesto permite colegir que en la era Trump, la Casa Blanca está anunciando la reconquista de un espacio que asume suyo por derecho propio, sin dejar ninguna área estratégica de lado. Sin embargo, mientras Venezuela siga siendo un actor no funcional −pero persistente−, el Corolario Trump tendrá un punto ciego. Y mientras ese punto ciego exista, el subcontinente americano no será plenamente “estable” en los términos de la ESN. La estrategia estadunidense apuesta a que el futuro se construye con EU o, simplemente, no hay futuro. A contrapelo, y al igual que Cuba, Venezuela apuesta a que el futuro se construye con soberanía plena y participación popular organizada. Y en ese sentido, la nueva ESN oficializa las medidas que ya viene tomando desde hace unos meses con la militarización del Caribe.
La llamada Trump/Maduro y la propaganda bélica
En las diversas modalidades bélicas actuales (guerra no convencional, irregular o asimétrica, psicológica, cognitiva, de cuarta generación, ciberguerra, golpes blandos, etcétera), los medios de difusión masiva hegemónicos cumplen una función esencial cada vez que el imperio estadunidense se calienta para una confrontación. Su principal tarea no es informar sobre hechos reales y acontecimientos actuales, sino “fabricar el consentimiento” para las agendas preexistentes de Washington. Es decir, confundir y engañar a las audiencias mediante el control narrativo y las matrices de opinión emanadas de sus servicios de inteligencia, reforzadas ahora mediante la manipulación de algoritmos de Silicon Valley, operaciones informativas imperiales como Wikipedia y, cada vez más, a través de chatbots de IA, propiedad de multimillonarios aliados del trumpismo.
Lo anterior viene a cuento, debido a que el pasado 28 de noviembre, The New York Times publicó una nota “informativa” de Maggie Haberman y Anatoly Kurmanaev, bajo el atractivo título “Trump y Maduro hablaron por teléfono la semana pasada”, que contenía un sumario que decía: “Los mandatarios conversaron sobre una posible reunión, incluso mientras EU sigue con la amenaza de una acción militar contra Venezuela”.
Encargados de la cobertura de Donald Trump en la Casa Blanca y de la actualidad de Rusia, respectivamente, se deduce que Haberman y Kurmanaev son dos buenos y experimentados periodistas. Por eso, llamó la atención la vaguedad de la fecha: “la semana pasada”. Pero aún más, las fuentes: “diversas personas con conocimiento del asunto”, “personas que conocían del tema, a quienes se concedió el anonimato por no estar autorizadas a abordar el asunto públicamente”. Salvo la noticia de que hablaron por teléfono y de que ambos mandatarios se podrían reunir, el otro único dato ‘informativo’ de la nota era que el secretario de Estado, Marco Rubio, había participado. Pero no había ninguna fuente primaria.
Consignaron, sí, que “una portavoz de la Casa Blanca declinó hacer comentarios” y que “el gobierno venezolano no respondió a una solicitud de comentarios”. También, que “dos personas cercanas al gobierno de Venezuela confirmaron que se había hecho una llamada directa entre los dos dirigentes. (Pero) no quisieron ser identificadas porque no están autorizadas a hablar públicamente”.
El resto eran datos de contexto, incluido un refrito del propio Times, de octubre, que, también sin fuentes, aseguraba que Maduro había ofrecido a EU “una participación significativa en los yacimientos petrolíferos del país (…) en un esfuerzo por disminuir la tensión”. Pero sobre la conversación, nada sustancial.
Es evidente que alguien del entorno de Trump filtró esos escuetos datos. ¿Con qué fin? No está claro. El New York Times ganó la “primicia”. Pero, ¿fue utilizado como parte de una operación psicológica en el marco de la guerra política? En la jerga de los servicios de inteligencia, la “información” había quedado plantada y fue recogida por diversas agencias noticiosas y medios periodísticos internacionales.
Un día después la siembra dio resultados: la plataforma web argentina Infobae propiedad del multimillonario empresario de medios Daniel Hadad −señalada en su país por difundir informaciones abiertamente falsas probablemente en complicidad con sus propias “fuentes” judiciales y policiales, y con una línea editorial derechista y antipopular−, difundió desde Washington una nota de su corresponsal Román Lejtman, donde afirmaba que el “líder republicano” (Trump) le había advertido al “dictador venezolano” (Maduro), que tenía que abandonar el poder en el corto plazo o multiplicaría las acciones militares.
Sin citar ninguna fuente, el medio afirmó que Trump le dijo a Maduro que junto con él debían abandonar Venezuela “las principales figuras del régimen que se beneficiaron con los negocios ilegales (drogas, armas, petróleo) y montaron un sistema represivo que viola sistemáticamente los derechos humanos”. Supuestamente, las exigencias de Trump incluían al ministro del Interior, Diosdado Cabello, al ministro de Defensa, general Vladimir Padrino y a los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela y presidente de la Asamblea Nacional, respectivamente, “miembros clave de la nomenclatura (sic) que opera con Maduro, “jefe del Cártel de los Soles”.
En síntesis, la nota reunía todos los elementos propagandísticos de las operaciones psicológicas (PsyOp) y la guerra cognitiva de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contra Nicolás Maduro. Con un sesgo que fijaba los reflectores en un personaje: “La inclusión de (Marco) Rubio en el contacto con Maduro implica que la administración republicana ya descartó tácticas alternativas con el régimen populista”.
Un par de días después, la agencia británica Reuters (que fijó la conversación el 21 de noviembre con una duración de 15 minutos) y el diario Miami Herald (vocero oficioso de Rubio en el estado de Florida) se sumarían a la campaña de intoxicación mediática, en el marco de lo que podría denominarse el “nuevo periodismo con fuentes anónimas”.
Las flamantes “revelaciones” ponían énfasis en un presunto ultimátum de Trump al “hombre fuerte” (sic) de Venezuela: renunciar y exiliarse en un destino de su elección o enfrentar el accionar militar de EU. A su vez, Maduro habría solicitado una supuesta “amnistía legal” para él y su familia, la eliminación de todas las sanciones de EU a un centenar de funcionarios venezolanos y el fin del caso que (EU) adelanta ante la Corte Penal Internacional por la presunta “violación de derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad en Venezuela”.
En particular, la narrativa de Reuters respondía más a una construcción política que a una reconstrucción factual, orientada a proyectar una imagen de dominio estadunidense y una supuesta derrota venezolana, jurídicamente inviable, ya que EU no es parte del Estatuto de Roma y ha sancionado directamente a la CPI, por lo que esta contradicción invalida el eje central del relato.
Hasta el momento de escribir estas líneas, con su lenguaje mafioso, siempre ambiguo y críptico, Trump −quien admitió la llamada y dijo que “no salió bien ni mal”− no ha dado ningún dato concreto. A su vez, Maduro definió la conversación telefónica como “cordial y respetuosa”; dijo que fue iniciada desde la Casa Blanca hacia el Palacio de Miraflores y destacó su apego a la prudencia diplomática: “A mí no me gusta la diplomacia de micrófono. Cuando hay cosas importantes, en silencio tienen que ser, hasta que se den”. Y declinó ofrecer más detalles.
Es previsible que Maduro sepa que la cordialidad no exime los hábitos mendaces y tramposos de su contraparte, por lo que tendrá que estar en máxima alerta. Con más razón, ahora, ante el declive hegemónico del imperio, cuando a Trump le urge demostrar que sigue siendo el amo en su mar Mediterráneo: el Gran Caribe. Lo que fue ratificado, como decíamos arriba, con la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional de EU, que agrega el Corolario Trump a la Doctrina Monroe.
La trama de los “espías cubanos” dispuestos a matar a Maduro
Con reminiscencias rooseveltianas y en clave de restauración conservadora de la era Reagan, desde los sótanos de fabricación de bulos y otras argucias de la CIA, el neomonroismo trumpista con epicentro en Venezuela había sido alimentado, previamente, con una trama paralela, complementaria, dirigida a demonizar al gobierno cubano.
Según un informe del sitio web de noticias estadunidense Axios del 25 de noviembre, “altos funcionarios” del gobierno de Estados Unidos habrían revelado que Nicolás Maduro “teme ser asesinado por sus propios aliados cubanos si decide abandonar el poder en Venezuela”. De acuerdo con el medio, que atribuyó la información a los “servicios de inteligencia estadunidenses”, Maduro temía ser eliminado por sus asesores cubanos en caso de renunciar al poder, pues “La Habana controla los aparatos de seguridad y contrainteligencia del régimen venezolano”.
Dice el documento: Maduro “sabe demasiado” sobre los “acuerdos secretos entre ambos gobiernos, incluyendo transferencias financieras, redes de narcotráfico y operaciones conjuntas de inteligencia, lo que lo convierte en un riesgo para los intereses de la dictadura cubana si cae del poder (…) Parte del desafío de convencerlo para que renuncie es que sus propios manejadores cubanos podrían ejecutarlo si cede ante la presión estadunidense”.
El mismo día, citando a una “fuente cercana a los mandos chavistas”, el periódico financiero The Wall Street Journal, propiedad del multimillonario Rupert Murdoch, publicó un artículo titulado “La razón por la que Maduro no renunciará pacíficamente”. Según el análisis del WSJ, recogido entre otros medios internacionales por el noticiero France24, Infobae y el Diario de las Américas (viejo instrumento de la CIA desde inicios de la Guerra Fría), “diversos analistas” ven improbable que Maduro se abra a negociar una salida pacífica del poder, debido a las responsabilidades penales que le pueden atribuir dentro y fuera de Venezuela. Y aseguran que esas preocupaciones también la comparte “su círculo cercano, integrado por notables figuras de la cúpula militar”.
Citando al exdiplomático estadunidense en Venezuela, Brian Naranjo, el periódico señaló que los oficiales del ejército venezolano “que constituyen la base del poder chavista (…) corren el riesgo de ser procesados por un nuevo gobierno en Caracas”, por lo que “la cohesión del régimen gira en torno a la necesidad de mantener su criminalidad y salvar el pellejo”.
En cuestión de horas, los contenidos desinformativos con base en fuentes anónimas de Axios y The Wall Street Journal, circularían en portales, redes sociales y columnas de opinión como si se trataran de hechos comprobados. Y las conjeturas se convertirían en titulares rotundos tales, como, “Maduro podría ser ejecutado por espías cubanos si deja el país”, “Estados Unidos cree que Cuba estaría dispuesta a asesinar a Nicolás Maduro si intenta escapar de Venezuela”.
Como señaló la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde (“Fantasía homicida”, La Jornada, 4 de diciembre de 2025), el vicio de las “fuentes anónimas” en la guerra de EU contra Venezuela “ha convertido la mentira en un santuario cómodo y rentable”. Y en verdad, la zaga de los “espías cubanos” y otros inventos, nacidos en la penumbra de filtraciones de fuentes desconocidas, se presentaron ante la opinión pública como una pieza más del “realismo” geopolítico, cuando en realidad no había superado ni siquiera el umbral mínimo de la verificación.
Según Elizalde, el consejo editorial de The Wall Street Journal se hizo eco de la falsa narrativa de Washington, y repitió que el presidente venezolano “no es del todo dueño de su destino”, porque los aliados de La Habana condicionarían su supervivencia política. Y escribió: “Ya nadie se acuerda de que todo esto proviene del gobierno más mentiroso de la historia reciente de Estados Unidos (no fue el diario Granma, sino The Washington Post Fact Checker el que contabilizó más de 30 mil afirmaciones falsas o engañosas de Donald Trump).”
De acuerdo con la colaboradora del diario mexicano La Jornada y otros medios, “la fantasía homicida de los ‘espías cubanos’ dispuestos a matar a Maduro cumple varias funciones muy concretas. En primer lugar, demoniza a Cuba y presenta a su gobierno no sólo como ‘régimen autoritario’, sino como estructura criminal capaz de eliminar a un dirigente extranjero a sangre fría. Ya no se trata únicamente de la vieja ‘troika de la tiranía’ del exconsejero de seguridad John Bolton para referirse a Cuba, Venezuela y Nicaragua, sino de presentar a los servicios de inteligencia cubanos como un aparato de sicariato internacional”.
En segundo lugar, borra al Estado venezolano: “Si Maduro es apenas un rehén de La Habana, la sociedad venezolana, sus fuerzas armadas y sus actores políticos desaparecen del cuadro, reducidos a comparsa de una trama escrita en otra capital”. En tercer lugar, contribuye “a fabricar una sensación de inevitabilidad bélica: si La Habana estuviera dispuesta a impedir ‘por las malas’ cualquier renuncia, la diplomacia queda desautorizada desde el punto de partida y las salidas políticas se muestran como ilusiones ingenuas. La mentira, por tanto, no es un exabrupto aislado, sino parte de una campaña para consolidar la impresión de que no quedan caminos políticos y son inevitables las opciones ‘más duras’”. Ergo, de corte militar.
Como concluye Rosa Miriam Elizalde, la coda en esta ecuación es que, “tras Caracas, el siguiente objetivo natural sería La Habana”. El editorial de The Wall Street Journal se permite incluso fantasear con la posibilidad de que, una vez instalado un gobierno “democrático” en Venezuela, “el pueblo cubano se levantaría contra sus dictadores”, como si la región fuera el tablero de una misma ofensiva secuenciada.
En síntesis, la ofensiva de Trump contra Maduro revela una estrategia imperial estructurada en torno a la guerra energética −la vieja matriz geopolítica estadunidense de controlar la energía para controlar el mundo− y la obsesión por sofocar el proyecto multipolar liderado por Rusia, China y la alianza BRICS, de la que forma parte Brasil. Al apuntar a Venezuela, Trump no está atacando a un régimen aislado, sino a un pivote estratégico entre Moscú, Pekín y el hemisferio sur. Está claro, a la vez, que Trump busca también obstaculizar la transición al socialismo en Venezuela y, de paso, asfixiar más a Cuba, países que, ante la indiferencia de la mayoría de los gobiernos de Nuestra América, siguen desafiando el proceso de restauración conservadora trumpista y se erigen en vanguardia de la disputa entre Bolivarianismo vs. Monroísmo.
(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones. Miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (Capítulo México)
(**) Profesor Adán Iglesias Toledo, Dibujante Gráfico Cubano, Caricaturista Editorial y Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC, la UPEC y la REDH (Capítulo Cuba). Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero. Autor de varios logotipos y campañas publicitarias, posee en su haber múltiples exposiciones individuales y colectivas, talleres e intervenciones nacionales e internacionales, y ha sido premiado más de 40 veces en su país y otros países.


