Javier Gómez Sánchez (*)
Portada, Marina Cultelli, Oleo Pastel (**)
Los nacidos entre 1997 y 2010, rango en el que se enmarca la llamada generación Z, no conocieron un tiempo antes de internet. Tampoco tienen memoria de la vida anterior a los smartphones y las redes sociales digitales. Los celulares inteligentes formaron parte de su entorno como bebés y el de su infancia como un juguete más. Muchas veces el principal.
Esto marca una diferencia con su antecesora, la generación Millennial (nacida entre 1981 y 1996), que vivió la transición entre el mundo analógico y la digitalización de la vida cotidiana. La generación Z es la primera de nativos digitales y táctiles, por lo que su psicología y forma de interactuar con la sociedad está moldeada por esa condición.
Libres de las ataduras tecnológicas que obligaban a las generaciones precedentes a esperar la salida de periódicos y revistas, o la emisión radial o televisiva en horarios específicos, los Z están acostumbrados al consumo cultural permanente y a voluntad, con una gigantesca diversidad de posibilidades. Son capaces de consumir, procesar y sintetizar información de múltiples fuentes y formatos: un video de YouTube, un hilo de X, un meme de Instagram, un debate en Reddit, a lo que se suma la Inteligencia Artificial.

Sin embargo, una persona formada en esta generación debe luchar permanentemente por la superación de la “twitterización” del pensamiento, o sea, la exposición permanente a una superficialidad en el abordaje de los temas. Acostumbrarse a expresar y recibir ideas en 140 caracteres hace que no sea fácil ni cotidiano asimilar un texto de varias páginas, por lo que para alguien formado en la brevedad y la instantaneidad leer no ya un libro, sino un artículo completo, puede ser una demanda de atención exigente.
La vida hiperconectada genera estados inéditos de ansiedad. La «economía de la atención» los bombardea constantemente con estímulos, comparaciones y noticias catastróficas, en experiencias de consumo mayormente consistentes en un interminable reel de videos cortos en Instagram o Tik Tok.
En la década del 30 del siglo XX, el científico de origen austrohúngaro Hans Selye comenzó a utilizar el término “stress” para referirse a los trastornos fisiológicos producidos en los individuos por la tensión psicológica. En 1956, con la publicación de su libro “The Stress of Life”, el concepto se convirtió en parte del lenguaje popular.
Para estudiar las tensiones específicas de la generación Z se ha acuñado el término “FOMO” o “Fear Of Missing Out”, que en español se traduce como “Miedo a Perderse Algo”. Es la ansiedad generada por la preocupación constante de asomarse a la pantalla y percibir que otras personas estén viviendo supuestas experiencias gratificantes, placenteras o importantes de las cuales se está ausente o carente. Es producida por la exposición constante a la construcción de imagen ajena a partir de fotos, selfies y videos editados como “historias”, que transmiten la idea de una vida perfecta, y que a su vez se traduce en una exhibición compulsiva.
El FOMO lleva a la necesidad de conexión constante para verificar qué han publicado los demás, entrar en una competencia no declarada por subir reels y selfies, y la sensación de que los otros tienen una vida más digna de ser exhibida, lo que lleva a un ansia por presentarse de manera más y más “instagrameable”. La experiencia real queda subordinada a la necesidad de mostrar su realización.
Aunque no es una condición privativa de la generación Z, sí es una afectación de salud mental a la que está expuesta mucho más que otras. En agosto de 2025 la revista científica International Journal of Social Science Research and Review publicó los resultados de una investigación para determinar los rangos de edad más afectados por ansiedad producida por FOMO, utilizando una muestra de 86 individuos de menos de 18 hasta 60 años. Se determinó que la afectación es mayor entre los participantes menores de 18 y va decreciendo con la edad.
Su existencia generacional implica lidiar de manera directa con nuevas formas de dominación: el capitalismo de plataformas y vigilancia, el tecnofeudalismo y el tecnofascismo.
Si los Millennials estuvieron marcados globalmente por el Atentado a las Torres Gemelas, las guerras de Afganistán e Irak, y la retórica del terrorismo; la infancia y adolescencia de la generación Z lo estuvo por dos grandes crisis globales: el gran colapso financiero de 2008 y la pandemia de COVID-19. El primero barrió en Estados Unidos con lo que todavía existía del Sueño Americano y en Europa hundió el Estado de Bienestar, dos paradigmas que habían sido construidos por el capitalismo estadounidense y la socialdemocracia europea para hacer frente a la existencia de la Unión Soviética, el bloque de países del Este y la alternativa del socialismo.
La generación Z no solo nace en un universo de relaciones donde la tecnología ya está instalada, sino en uno donde el estado natural de las cosas es el del mundo capitalista postsoviético: la posibilidad de llegar a tener un hogar propio o que su familia viva en una casa de su propiedad es una posibilidad irrealizable, las perspectivas de tener un empleo estable son nulas, y lo que muchos han conocido como “empleo” es el trabajo precario para plataformas, o sea, la digitalización de los “McJobs” que padecieron los Millennials.
Nunca antes para una generación había sido tan accesible la universidad, pero se enfrenta a la ansiedad del “utilitarismo profesional”, debatiéndose ante su vocación y la presión por estudiar una carrera de la cual se pueda vivir. De hecho, la inutilidad de haber estudiado una licenciatura y luego ser incapaz de poder pagar la renta es una característica muy presente en sus vidas, al tiempo que los Millennials intentan escapar de esa situación alimentando el mercado de la industria universitaria de posgrados.
Bajo el peso de la interacción digital y el tiempo vivido bajo el aislamiento social impuesto por la pandemia, la generación Z tiende a prescindir del ágora y la interacción físicas como necesidad de experiencias colectivas. Esto no significa que no las disfrute, pero su vida social se encuentra principalmente en las redes y chats, lo que no solo influye en su forma de socializar, sino que hace concebir la práctica del debate de manera distinta. La asamblea física le resulta una experiencia extraña y secundaria, mientras los grupos virtuales en plataformas digitales son su mayor espacio de participación y expresión política.
Es también la generación llegada a un mundo que ha logrado avanzar en materia de derechos civiles y libertades, reconocimiento a la diversidad sexual, el bienestar animal y la no discriminación, fruto de las luchas de las generaciones precedentes. La tolerancia, el respeto a las identidades e individualidades, el rechazo a la censura, la participación en lo nuevo, la aceptación de lo diferente y la conciencia ecológica forman parte de su vida de una manera nunca antes asumida.
Pero al mismo tiempo, esta nueva generación creció viendo a los políticos abrazar la diversidad como instrumento electoral y convertirla en parte de sus agendas como un elemento decorativo e inofensivo para el capitalismo, incluso funcional. Llegan a un entorno en el que los Millennials viven aún la experiencia de la capitalización y la instrumentalización política de la posmodernidad.
El desgaste político de las izquierdas y el asentamiento de la diversidad social como parte de la vida, pueden hacer buscar un giro instintivo en otras direcciones. Una alarmante masa de jóvenes se siente atraída por los nuevos discursos de la ultraderecha, el neofascismo, el libertarianismo, lo “antiwoke”, lo “facha”, el antifeminismo y los discursos antiinmigrantes. Cuando ser feminista, LGBTIQ+, racialmente diverso o aceptarlo socialmente se volvió la norma, el papel de lo transgresor lo van ocupando el fascismo y el machismo.
Pero los valores universales están también muy presentes en ella. Gran parte de la generación Z se ha unido a las manifestaciones en todo el mundo contra el genocidio de Israel en Palestina, incluyendo experiencias que le pertenecen, como la ocupación de las universidades en varias ciudades de los Estados Unidos en una dimensión no vista desde las protestas contra la Guerra de Vietnam o las manifestaciones antiglobalización.
Serán los encargados del rumbo del mundo en las próximas décadas y en esa tarea cargarán con el saldo dejado por las generaciones precedentes. De entre ellos saldrán sin dudas muchos conservadores, pero también mucha fuerza transformadora. En su transcurso histórico estará presente, como lo ha estado para las anteriores, lo que en una misma frase señalaba y advertía Salvador Allende en su discurso ante los profesores y estudiantes de la Universidad de Guadalajara, en el auditorio que hoy lleva su nombre: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica; pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil”.
(*) Javier Gómez Sánchez (La Habana, 1983) Periodista, profesor e investigador. Máster en Ciencias Políticas en Estudios sobre Estados Unidos y Geopolítica Hemisférica por la Universidad de La Habana. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de las Artes de Cuba. Ha escrito numerosos artículos sobre comunicación política, guerra mediática y cultural, redes sociales e internet. Es autor de los libros Las Flautas de Hamelin. Una batalla en internet por la mente de los cubanos (2020), La Dictadura del Algoritmo. Guerra mediática y redes sociales en Cuba (2021), Los que curan y los que envenenan. Páginas de una pandemia mediática (2023). Realizó los documentales La Dictadura del Algoritmo (2020) y El insomnio del Hombre Nuevo (2024). Profesor de Comunicación Transmedia y Documental en la Universidad de las Artes de Cuba.
(**) Marina Cultelli: Es una de las artistas uruguayas contemporáneas más versátiles, integrante de la RedH y de su colectivo feminista Libertadoras. Es Licenciada en Artes Escénicas, Magister y fue Profesora en Facultad de Artes (UDELAR), donde integró órganos directivos además de dictar cursos en otras universidades latinoamericanas. Recibió premios nacionales e internacionales. Fue Asesora en Educación y Arte. Desarrolló trayectoria teatral y es autora de varias publicaciones individuales y colectivas. Realizó exposiciones de pintura y performances.