Conflicto EU vs. Venezuela: Despliegue aeronaval del Comando Sur llegó para quedarse

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Acicateado por Pete Hegseth y Marco Rubio, la opción de Donald Trump por el poder duro persigue fines geopolíticos ante la irrupción de China en su “patio trasero”, lo que podría derivar en una confrontación bélica de signo incierto

 Por Carlos Fazio (*)

Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)

Detrás del ruido mediático signado por las filtraciones, la desinformación y la habitual “ambigüedad estratégica” gansteril de Donald Trump, las variables sobre los pasos a seguir por el actual inquilino de la Casa Blanca en Venezuela permiten avizorar diversas hipótesis y algunas certezas.

Entre estas últimas, figura la intención de la administración Trump de derrocar al gobierno de Nicolás Maduro con base en una narrativa propagandística falsa que trasciende lo securitario y acentúa la presión militar coercitiva para un cambio de régimen, en la modalidad de una guerra no convencional, con eje en operaciones clandestinas y psicológicas, incluido el eventual uso de drones y misiles, los dos instrumentos que han revolucionado los conflictos bélicos actuales (Ucrania, Yemen, Irán, Siria).

Otra certeza es el tránsito deliberado del poder blando (soft power) al poder duro (hard power), singularizado en la etapa por las operaciones cinéticas (letales) contra civiles acusados sin pruebas de traficar drogas, tipificadas por la ONU como ejecuciones extrajudiciales, lo que tácitamente convierte al secretario de Guerra de EU, Pete Hegseth, y al almirante Frank Bradley, jefe del Comando de Operaciones Especiales y miembro de esa unidad élite de la Armada (Seal), quien el 2 de septiembre dio la orden de asesinar a dos sobrevivientes del ataque a una lancha, en criminales de guerra. Según el Manual de Guerra de la Marina de EU, abrir fuego contra sobrevivientes de una embarcación dañada constituye un  crimen prohibido bajo la ley estadunidenses y de conflictos armados.

A su vez, el despliegue del Comando Sur del Pentágono en aguas del Caribe y del Pacífico oriental, configura una proyección de poder con objetivos estratégicos inequívocos, entre ellos, debilitar la capacidad de autodeterminación de Venezuela (y Colombia); asegurar el control de un corredor marítimo clave para el comercio (con énfasis en el petróleo, principal rubro exportador venezolano), y reactualizar la Doctrina Monroe bajo una nueva forma de hegemonía imperial, ahora disfrazada de cooperación antidrogas y promoción de la “seguridad hemisférica”.

A lo que se suma la concentración de poder alcanzado en la coyuntura por Marco Rubio, en su doble función como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, señal de una estrategia centralizada y deliberadamente confrontacional contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro.

En ese contexto, al analizar el conflicto entre EU y Venezuela en términos geopolíticos, también se debe considerar que los países de América Latina y el Caribe gobernados por fuerzas de izquierda, progresistas y/o democráticas, podrían transformarse en un importante corredor marítimo para China, como alternativa a las rutas tradicionales, sobre todo para intercambiar productos con el enorme mercado europeo y del sur global que están siendo obstaculizados y sometidos a fuerte presión por parte de la administración Trump.  

Como ha señalado Sergio Rodríguez Gelfenstein, las amenazas de Washington contra Venezuela, Colombia y México tienen sustento en la posibilidad de un reordenamiento geopolítico global en el que la región podría desempeñar un papel trascendente que Trump quiere evitar a toda costa. Según consignó el analista venezolano, el establecimiento en días pasados de una ruta marítima entre China y Venezuela que reducirá el tránsito de mercancías de 70-90 días a unos 20-25 conectando el puerto chino de Tianjin con los puertos venezolanos de La Guaira y Puerto Cabello, apuntan en esa dirección. Esa iniciativa optimizará la logística, reducirá costos, facilitará el comercio y fortalecerá los lazos económicos entre ambos países

A lo anterior se suma el funcionamiento del megapuerto de Chancay, en Perú, en el que China hizo la mayor parte de la inversión y es propietaria del 60 por ciento de la instalación; la alianza que unió en febrero de 2025 a la Sociedad Portuaria de Buenaventura en el Pacífico colombiano con la empresa china Cosco Shipping (propietaria también de Chancay), conectando directamente a Colombia con Asia, y el acuerdo firmado entre China y Brasil (dos países del BRICS) para iniciar los estudios técnicos de un proyecto de ferrocarril bioceánico que conectaría el puerto de Ilhéus en el Atlántico brasilero con Chancay en el Pacífico, a fin de agilizar el transporte de productos sudamericanos a Asia.

Despliegue aeronaval de EU se extendería hasta 2028

Con ese marco geopolítico, y a partir de los hechos en el terreno, cabe citar entre las hipótesis acerca del curso que tomará el conflicto entre la Casa Blanca y el Palacio de Miraflores, la variable manejada por The Intercept, que con base en documentos oficiales del Departamento de Defensa de EU, sostiene que el despliegue militar estadunidense en el Caribe se trataría de una “acumulación logística deliberada” proyectada hasta 2028, casi coincidiendo con el final del segundo mandato de Donald Trump.

 Lo que quiere decir que el despliegue aeronaval del Comando Sur del Pentágono no consiste en una operación táctica, ni en una maniobra disuasiva pasajera. El medio publicó una investigación basada en documentos de contratación de la Agencia Logística de Defensa (DLA, por sus siglas en inglés) que no dejan lugar a dudas: “El suministro de alimentos se destinará a casi todas las ramas de las fuerzas armadas estadunidenses… decenas de miles de libras de productos de panadería están programadas para ser entregadas del 15 de noviembre de este año al 11 de noviembre de 2028”.

Entre los alimentos listados figuran panes de miel envueltos individualmente, pastelitos de vainilla, panes dulces y para hamburguesas y tortillas de harina, detalles en apariencia triviales que, sin embargo, revelan una verdad incómoda: la guerra se sostiene antes que nada con logística, como lo ha demostrado el escenario ruso-ucraniano. Y cuando se garantizan alimentos durante tres años, no se está preparando una operación: se está consolidando una.

 Desde agosto pasado, el Comando Sur ha desplegado frente a las costas de Venezuela e islas cercanas del Caribe, la mayor concentración naval desde la “crisis de los misiles” entre EU y la exUnión Soviética, con epicentro en Cuba, en plena guerra fría (1962). En el marco de lo que se ha dado en llamar Operación Lanza del Sur, el despliegue incluye el portaaviones USS Gerald Ford, con más de 75 aeronaves y cinco mil marines a bordo; 13 buques de guerra, cinco de apoyo y un submarino nuclear; tres destructores de misiles guiados, y el buque de asalto anfibio USS Iwo Jima, con la 22a. Unidad Expedicionaria de Marines, entrenada para invasiones terrestres desde el mar y que ha realizado prácticas en Trinidad y Tobago, a tan solo unos pocos kilómetros de Venezuela.

Los documentos de la DLA, reseñados por los periodistas Sam Biddle y Nick Turse, confirman que estos barcos de guerra figuran explícitamente como destinatarios de alimentos, junto con el MV Ocean Trader, un buque nodriza de operaciones especiales que “hace apariciones periódicas en puntos calientes de todo el mundo” y, por primera vez, el USS Truxtun, antes no reportado como parte del despliegue. Además, como parte de la operación ha sido reactivada la base naval de Roosevelt Roads, en Puerto Rico, que podría servir como un puente aéreo y logístico hacia Venezuela, un hecho simbólico y estratégico de primer orden.

Como señala la página web venezolana Misión Verdad, los documentos reseñados por The Intercept describen la instalación de un estado de excepción de facto a largo plazo: un régimen en el que se ejecuta una guerra no declarada, y donde después de fabricar una ficción jurídica con eje en un enemigo híbrido, difuso y transnacional: el “narcoterrorista” −una técnica ya clásica de la estrategia de cambio de régimen para legitimar la acción militar y convertir al derecho internacional en un teatro de sombras−, la soberanía de terceros Estados se viola de manera sistemática bajo el pretexto de la seguridad hemisférica, y en el cual el asesinato de civiles se vuelve estadísticamente aceptable como “daños colaterales”.

Así, el despliegue militar aeronaval del Pentágono significa una reconfiguración geopolítica del Caribe como zona de control militar directo por parte de EU. Y con su proyección hacia 2028, al término del mandato de Trump, el potencial de escalada es alto, máxime cuando el propio presidente de EU, utilizando la ambigüedad estratégica como arma, ha ordenado acciones encubiertas de la CIA al interior de Venezuela sin descartar una invasión terrestre, como parte de una guerra psicológica que pretende mantener al adversario en tensión permanente y desgastar su capacidad de respuesta.

Como parte de esa escalada, el 29 de noviembre Trump declaró “cerrado en su totalidad” el espacio aéreo sobre Venezuela y zonas circundantes, lo que constituye una medida unilateral sin fundamento jurídico internacional. La declaración de una “zona de exclusión aérea” implica necesariamente el anuncio de acciones coercitivas contra aeronaves que ingresen en la zona definida, lo cual constituye una forma de amenaza de fuerza militar. La medida de Washington, que rememora el caso libio, donde una zona de exclusión aérea precedió a los ataques quirúrgicos, bombardeos selectivos y ocupación parcial de territorios clave por la OTAN en 2011, con la consiguiente caída de Muamar el Gadafi, sugiere un colapso rápido del gobierno de Nicolás Maduro o una rendición prácticamente incondicional del chavismo, pero hay una línea divisoria fundamental: la ausencia de una fuerza proxy armada dentro de Venezuela.

Venezuela y la experiencia militar yemení y palestina

En ese contexto, existen algunos factores de riesgo geopolítico que se desprenden de conflictos bélicos recientes, que podrían estar siendo subestimados por Estados Unidos. Uno, en particular, es la experiencia de lucha y resistencia de Yemen contra de la triple agresión saudita, sionista e imperialista.

Como señala Sergio Rodríguez Gelfenstein,“si Estados Unidos extrajera un aprendizaje de ese conflicto, no debería iniciar una guerra contra Venezuela”. El académico venezolano recuerda que en 2015, cuando inició la agresión de Arabia Saudita y EU a Yemen, se enfrentaban a un grupo de beduinos en una nación caracterizada por altos niveles de pobreza, que no contaban con el más mínimo desarrollo tecnológico ni armamento para enfrentar a países infinitamente superiores en materia militar. Por lo que el estrecho de Bab el Mandeb, el océano Índico y el mar Rojo, puntos de confluencia geoestratégica, serían controlados a discreción por esos países en un par de semanas. 

Sin embargo, la realidad muestra que Arabia Saudita y sus aliados se empantanaron y el conflicto llega hasta nuestros días. Con la novedad de que desde 2019, los yemeníes lograron desarrollar un sistema de misiles hipersónicos y drones avanzados de distintos niveles y alcances, obtenidos inicialmente a partir de la ayuda tecnológica y la experiencia de Irán, pero desarrollado luego por científicos y expertos yemeníes, que lograron golpear, por ejemplo, la refinería de la empresa saudita Aramco, considerada la más grande del mundo, y demostraron que los sistemas de defensa antiaérea de fabricación estadunidense y europea, no lograron proteger a ese gigante energético.

Pocos años después, tras la operación “Diluvio de Al-Aqsa” de las organizaciones político-militares palestinas, en solidaridad con el pueblo de Gaza, Yemen bloqueó el ingreso de barcos desde el mar Rojo a Israel y, tras la intervención estadunidense, que incluyó el arribo de una flota naval integrada incluso por portaviones de desplazamiento nuclear, ese pequeño y pobre país hizo fracasar las estrategias de Joe Biden y Trump, a pesar de sufrir más de mil 500 ataques.

Según una investigación realizada por John T. Kuehn, profesor de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de EU, en Fort Leavenworth, Kansas, en el conflicto del mar Rojo el Pentágono aprendió que los portaaviones y destructores deberían estar lejos del alcance de los misiles y drones yemeníes, concluyendo que ese espacio marítimo ya no era un lugar seguro para ese tipo de navíos.

Según Rodríguez Gelfenstein, la distancia entre Caracas y Miami, Florida, al sur de EU, es de aproximadamente dos mil 200 km., un trayecto similar al que existe entre Saná, capital de Yemen, y Tel Aviv, capital de la entidad sionista, que ha sido golpeada incesantemente por los misiles y los drones yemeníes. Si bien dice no poseer información que le permita afirmar que Venezuela tenga drones que alcancen el territorio estadunidense, reflexiona que si Yemen, que no cuenta con recursos naturales diversos y suficientes, logró construir en cuatro años un vasto sistema misilístico que alcanzan entre dos mil 500 y tres mil kilómetros de distancia, Venezuela, con el apoyo de sus aliados, fundamentalmente Irán y Rusia, con sus ricas reservas de recursos minerales y energéticos podría, seguramente, en menos de un año, tener sistemas similares, incluso más desarrollados que los de Yemen, garantizando de esa manera su autodefensa y una disuasión efectiva ante cualquier intento de ataque extranjero.

Señala, asimismo, que las experiencias militares de Yemen e Irán están a disposición de Venezuela por relaciones inquebrantables de amistad y solidaridad, y que sería un error estratégico del presidente Trump dejarse llevar a un conflicto impulsado por la fracción neoconservadora de su gobierno, dirigida hoy por el aventurero Marco Rubio, quien se asume como adalid de la lucha contra el “comunismo internacional” en el siglo XXI.  

Rodríguez Gelfenstein, quien desempeñó cargos diplomáticos en el gobierno del presidente Hugo Chávez, concluye que una invasión u ocupación militar estadunidense con contingentes superiores a una división es casi imposible en Venezuela, y argumenta que si Gaza, con 300 km² y 2,5 millones de habitantes, ha logrado resistir más de dos años frente a Israel, EU y el Occidente colectivo, Venezuela, con una superficie de casi un millón de km², una población de 30 millones de habitantes, sus riquezas y su historia, con un liderazgo consolidado y una unidad sólida entre pueblo, gobierno y Fuerza Armada que se encuentra desplegada y lista para combatir en todo el territorio nacional, y con una voluntad de luchar y vencer frente a una agresión militar estadunidense, se transformaría en una versión de Yemen ampliada y mejorada. Por lo que los decisores en Washington deberían tomar nota.

 

No a la diplomacia del micrófono

Al cierre de esta edición de Mate amargo, ayer, 3 de diciembre, el presidente venezolano Nicolás Maduro confirmó que hace 10 días sostuvo una conversación telefónica “cordial y respetuosa” con su homólogo Donald Trump, durante la cual le reiteró su rechazo a conflictos bélicos y abogó por el diálogo de Estado a Estado como vía para la paz y la diplomacia, en medio de las crecientes amenazas y el despliegue militar estadounidense cerca de las costas venezolanas.

Maduro explicó que la llamada fue iniciada desde la Casa Blanca hacia el Palacio de Miraflores, y destacó su apego a la “prudencia diplomática”, aprendida durante sus años como canciller y bajo la guía del Comandante Hugo Chávez, prefiriendo la discreción en asuntos de gran importancia. Dijo: “A mí no me gusta la diplomacia de micrófono. Cuando hay cosas importantes, en silencio tienen que ser, hasta que se den”, y declinó ofrecer más detalles. 

En el marco de una jornada de trabajo televisada, Maduro reiteró que la sociedad estadunidense está “harta de guerras eternas”, pues su historial bélico, que incluye conflictos prolongados en lugares como Vietnam, Irak, Afganistán o Libia, les ha dejado “marcas en su psicología colectiva como país”. 

 

(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones. Miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (Capítulo México)

(**) Profesor Adán Iglesias Toledo, Dibujante Gráfico Cubano, Caricaturista Editorial y Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC, la UPEC y la REDH (Capítulo Cuba). Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero. Autor de varios logotipos y campañas publicitarias, posee en su haber múltiples exposiciones individuales y colectivas, talleres e intervenciones nacionales e internacionales, y ha sido premiado más de 40 veces en su país y otros países.

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