Los niños de Chernóbil

0

Por Carlos Novoa (*)

Portada, Marina Cultelli, tinta china (**)

 

En medio de la intensa y brutal campaña diplomática desplegada por Estados Unidos contra Cuba en los últimos tiempos, una acusación se ha difundido ampliamente: la de la supuesta implicación de la isla en el envío de mercenarios a Ucrania. Esta acusación no es nueva, sino que ya fue lanzada por el gobierno norteamericano en 2023 y se retoma de acuerdo a sus intereses, siempre para justificar medidas de hostigamiento contra la isla.

En una nota publicada por la Cancillería de Cuba el 11 de octubre de este año, se niega categóricamente cualquier involucramiento de Cuba en este tipo de acciones y se aportan datos concretos sobre el accionar de las autoridades para prevenir el tráfico de personas y el mercenarismo. Así, en el período comprendido entre 2023 y 2025, se han presentado a los tribunales cubanos 9 procesos penales por el delito de mercenarismo, contra 40 imputados. En 8 casos se han celebrado juicios, de ellos, en 5 se dictó sentencia condenatoria contra 26 imputados, con penas entre 5 y 14 años de privación de libertad. Tres procesos se encuentran pendientes de que el Tribunal dicte sentencia, y un caso pendiente de señalamiento de juicio.

Sin embargo, esto no impidió que Ucrania, bajo fuertes presiones de los Estados Unidos, decidiera romper relaciones con Cuba, retirando a su personal diplomático de La Habana. A Cuba y Ucrania las unen numerosos lazos históricos, pero quizás el más hermoso y profundo de todos sea el que unió a los niños víctimas del desastre de Chernóbil y sus familiares con profesionales de la salud a miles de kilómetros de distancia. Recordar este hecho es hacer justicia a una de las más hermosas páginas internacionalistas de la Revolución Cubana y recordar los profundos vínculos entre los pueblos que no puede romper la política.

El sentido de la solidaridad

El 26 de abril de 1986, la explosión en el reactor número cuatro de la planta nuclear de Chernóbil, en la entonces Unión Soviética, liberó una nube radiactiva que contaminó vastas zonas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Las consecuencias fueron devastadoras: miles de personas murieron o desarrollaron enfermedades relacionadas con la radiación, y los niños se convirtieron en las principales víctimas.

En ese contexto, Cuba, un país con recursos limitados y sometido a un recrudecido Bloqueo económico estadounidense, tomó la decisión de brindar atención médica gratuita a los menores afectados por la catástrofe.

En 1990, por iniciativa del Comandante en Jefe Fidel Castro, comenzó el Programa de Atención a Niños de Chernóbil, con sede en el balneario de Tarará, a unos 20 kilómetros de La Habana.
El complejo, reconvertido en hospital y residencia, acogió durante más de dos décadas a más de 26.000 pacientes, en su mayoría niños, provenientes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

Los menores recibieron tratamientos especializados en oncología, dermatología, endocrinología, rehabilitación física y atención psicológica. Todo el proceso, desde los medicamentos hasta la alimentación y el alojamiento, fue totalmente gratuito, costeado por el Estado cubano.

Médicos, enfermeros y voluntarios cubanos trabajaron en Tarará durante años, ofreciendo atención integral a los pequeños pacientes. Además de los tratamientos, los niños recibían clases, actividades recreativas y apoyo emocional. El grueso del esfuerzo se dio durante el Período Especial, una de las etapas más duras de la economía cubana tras la disolución de la Unión Soviética. A pesar de la escasez de recursos, el programa nunca se detuvo.

Aunque el proyecto no siempre recibió amplia difusión mediática, fue reconocido por organizaciones internacionales como un ejemplo singular de cooperación médica.
Autoridades ucranianas y grupos sociales rindieron homenaje a Cuba en 2020, al cumplirse tres décadas del inicio del programa. El programa finalizó oficialmente en 2011, tras haber cumplido su misión principal. Sin embargo, muchos médicos cubanos continuaron ofreciendo seguimiento a algunos pacientes y colaborando con hospitales ucranianos.

 “No solo nos curaron; nos trataron como hijos”, cuenta Andriy Kovalenko, ex paciente ucraniano que pasó más de un año en Tarará. “Cuba nos enseñó lo que significa la palabra solidaridad”.

 

(*) Carlos Novoa, escritor y periodista venezolano

(**) Marina Cultelli: Es una de las artistas uruguayas contemporáneas más versátiles, integrante de la RedH y de su colectivo feminista Libertadoras. Es Licenciada en Artes Escénicas, Magister y fue Profesora en Facultad de Artes (UDELAR), donde integró órganos directivos además de dictar cursos en otras universidades latinoamericanas. Recibió premios nacionales e internacionales. Fue Asesora en Educación y Arte. Desarrolló trayectoria teatral y es autora de varias publicaciones individuales y colectivas. Realizó exposiciones de pintura y performances.

Comments are closed.