Libros prohibidos: El auge de la censura ultraconservadora en Estados Unidos

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Por Javier Gómez Sánchez (*)

Portada Marina Cultelli, oleo pastel (**)

Censurar es una práctica tan antigua como la escritura, pero sus objetivos han cambiado a lo largo de los siglos. En los Estados Unidos, la “libertad de imprenta” fue una de las principales causas que encendieron la lucha independentista de las Trece Colonias contra el dominio británico y está presente en el pensamiento de figuras como Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, defensores y creadores de la Constitución estadounidense.

Sin embargo, la censura —y la resistencia contra esta— ha acompañado a la sociedad norteamericana durante más de 200 años. Para muchos, los Estados Unidos actuales han experimentado un resurgimiento de campañas de prohibición de libros en bibliotecas y escuelas públicas.

Un creciente número de políticos republicanos, organizaciones de la sociedad civil de carácter conservador, y asociaciones de madres y padres, presentan cada vez más reclamos judiciales para presionar a los Consejos Escolares a que retiren obras literarias. Estas iniciativas de censura se han sentido fortalecidas y respaldadas por el discurso conservador oficial establecido en la Casa Blanca y el auge del movimiento MAGA durante las campañas de Donald Trump.

Los principales reclamos se enfocan en obras sobre temas raciales o LGTBIQ+, sexualidad, suicidio o drogadicción. Generalmente incluyen libros de reciente publicación, pero están llegando a afectar títulos que habían podido leerse por estudiantes durante décadas o que forman parte del patrimonio literario universal.

Para tener una idea del salto que ha experimentado el fenómeno, las peticiones presentadas ante el Tribunal Supremo durante el gobierno de Reagan en los años 80 —otro momento histórico de auge del conservadurismo en el país— consistían en una polémica lista de 11 títulos. En la actualidad, la organización de autores PEN América señala que las solicitudes incluyen más de 2500 libros, afectando bibliotecas de unas 5000 escuelas en 32 estados.

Por su parte, la American Library Association (ALA) registró un aumento de casi el 900 por ciento en solicitudes de censura al comparar las realizadas en 2003 con las de 2023.

Los estados con mayor número de solicitudes de prohibición son Kansas, Missouri, Arizona y Dakota del Norte, y principalmente Texas, donde se registra el doble que en el resto.

En el año escolar 2024-2025, PEN América registró 6870 casos de censuras efectivas de libros, que afectaron a casi 4000 títulos. Florida fue el estado con mayor número —y lo viene siendo en los últimos tres años—, con 2304 casos, luego de que el gobernador republicano Ron DeSantis promulgara en 2022 una ley que limita en las aulas obras literarias con alusiones sexuales y a temas LGBTQ. Le siguen Texas, con 1781, y Tennessee, con 1622. La organización califica el momento actual como una “prohibición desenfrenada, solo comparable a la del macartismo”.

La lista de títulos con más prohibiciones en bibliotecas escolares incluye este año a “Breathless”, de Jennifer Niven, número 1 en la lista del New York Times de autores más vendidos, por su contenido sobre el divorcio; “Sold”, de Patricia McCormick, finalista del National Book Award y Mejor Libro del Año para la National Public Radio, sobre una niña en Nepal obligada a prostituirse; “Last Night at the Telegraph Club”, de Malinda Lo, ganadora del National Book Award, cuya protagonista visita un bar de lesbianas en los años 50; y “Nineteen Minutes”, de Jodi Picoult, que también llegó a estar en el número 1 de la lista de bestsellers del New York Times y que describe el efecto devastador de un tiroteo en una escuela. Entre muchos otros títulos, llama la atención que se trata de una lista donde la gran mayoría de los autores censurados son mujeres.

Entre los libros prohibidos en 12 o más distritos escolares están escritores tan notorios como el autor de la saga “Juego de Tronos”, George R. R. Martin, con su novela “A Clash of Kings”, o la escritora canadiense Margaret Atwood, con “El cuento de la criada”, convertida también con éxito en serie televisiva.

Uno de los casos más notorios fue la prohibición en varios distritos escolares de la Florida de las novelas “Cien años de soledad” y “El amor en los tiempos del cólera”, del Premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez.

Por su parte, el escritor de novelas de terror Stephen King, autor de la célebre “El resplandor” —llevada al cine por Stanley Kubrick—, encabeza la lista de autores más censurados, con 206 reclamos de prohibición escolar presentados en todo el país.

Aunque mayormente se trata de obras literarias, las organizaciones por la libertad de acceso a la información denuncian que grupos de ultraderecha han atacado también ensayos sobre el cambio climático, las vacunas y la COVID-19.

Según denuncia Pat R. Scales, quien fuera bibliotecaria escolar en Carolina del Sur y durante años fungió como presidenta del Comité de Libertad Intelectual de la ALA, la censura no solo puede ocurrir a partir de la prohibición, sino que, cediendo a la presión, los Consejos Escolares emiten clasificaciones que obligan a las bibliotecas a ubicar los libros en estantes de difícil acceso, fuera de la vista de los estudiantes, envolver sus cubiertas o limitar la edad de lectura, lo que produce una prohibición práctica por su efecto sobre los bibliotecarios.

El auge actual de la censura recuerda periodos históricos que parecían superados. Quizás la obra literaria estadounidense más notoria en ser víctima de ella fue “La cabaña del tío Tom”, de la escritora Harriet Beecher Stowe, un fuerte alegato contra la esclavitud publicado en 1851. Los ejemplares fueron quemados en varias ciudades y la tenencia de uno por personas negras podía ser objeto de encarcelamiento.

En 1873, se aprobó la Ley Comstock, que prohibía la venta por correo de libros considerados inmorales, lo que incluía temas de sexualidad y uso de anticonceptivos. La norma federal estuvo vigente en todo el país hasta 1936.

Varias ciudades establecieron sus propias leyes de censura y listas de libros prohibidos, siendo Boston la que más títulos llegó a incluir, con autores fundamentales de la literatura estadounidense como Walt Whitman y Ernest Hemingway. El fenómeno llegó a ser tan notorio durante la década de 1920 que, paradójicamente, las editoriales de esa ciudad florecieron, ya que muchos autores comenzaron a lanzar sus libros allí esperando que la censura funcionara como efecto publicitario y fuera un atractivo para los lectores.

Durante décadas se han censurado libros en las escuelas de los estados sureños, al considerarse que no ofrecen una imagen favorable al Sur esclavista durante la Guerra Civil, mientras que los reclamos de prohibición por motivos de racismo llegaron a ser tan extremos que en 1954 incluyeron el libro infantil “La boda de los conejos”, de Garth Williams, por incluir una escena en la que un conejo blanco se casa con uno negro.

Durante la cruzada anticomunista liderada por el senador Joseph McCarthy entre finales de los 40 y principios de los 50, las bibliotecas públicas estadounidenses recibieron órdenes de retirar cientos de títulos considerados comunistas, socialistas o “antiamericanos”. En las escuelas se eliminaron implacablemente biografías de líderes sindicales, textos sobre la Unión Soviética y literatura juvenil que mostrara rebeldía o crítica social. Al mismo tiempo, se excluyeron de los catálogos obras de autores sospechosos de ser izquierdistas, incluyendo a Dashiell Hammett, un maestro de la “novela negra”; novelas como “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee, que aborda la injusticia racial y la pérdida de la inocencia a través de los ojos de dos niños en la década de 1930 y que fuera llevada al cine en 1962 recibiendo tres premios Óscar; o títulos tan insospechados como “Huckleberry Finn”, de Mark Twain, un clásico estadounidense. En muchos casos, docentes y bibliotecarios fueron investigados, despedidos o incluidos en listas de sospechosos de ser simpatizantes del comunismo por defender la presencia de estos libros.

Contrario a los anhelos de los autores de su Constitución, el fantasma de la censura está muy lejos de superarse, sino que pareciera transformarse y mantenerse muy presente en la actualidad de la nación que proclamara la libertad como su principal valor fundacional hace dos siglos atrás.

 

(*) Javier Gómez Sánchez (La Habana, 1983) Periodista, profesor e investigador. Máster en Ciencias Políticas en Estudios sobre Estados Unidos y Geopolítica Hemisférica por la Universidad de La Habana. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de las Artes de Cuba. Ha escrito numerosos artículos sobre comunicación política, guerra mediática y cultural, redes sociales e internet.  Es autor de los libros Las Flautas de Hamelin. Una batalla en internet por la mente de los cubanos (2020), La Dictadura del Algoritmo. Guerra mediática y redes sociales en Cuba (2021), Los que curan y los que envenenan. Páginas de una pandemia mediática (2023). Realizó los documentales La Dictadura del Algoritmo (2020) y El insomnio del Hombre Nuevo (2024). Profesor de Comunicación Transmedia y Documental en la Universidad de las Artes de Cuba.

(**) Marina Cultelli: Es una de las artistas uruguayas contemporáneas más versátiles, integrante de la RedH y de su colectivo feminista Libertadoras. Es Licenciada en Artes Escénicas, Magister y fue Profesora en Facultad de Artes (UDELAR), donde integró órganos directivos además de dictar cursos en otras universidades latinoamericanas. Recibió premios nacionales e internacionales. Fue Asesora en Educación y Arte. Desarrolló trayectoria teatral y es autora de varias publicaciones individuales y colectivas. Realizó exposiciones de pintura y performances.

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