Segunda temporada

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Por Juana Francisca Gómez (*)

 

Con el deseo intacto por seguir compartiendo sus narrativas, nos encontramos con las hacedoras de “Casavalle, cuenca de mujeres que se cuentan”,  un libro editado hace algún tiempo.

 

Mate Amargo – ¿Cómo recuerdan ese proceso?

 

Maryori Panizza – Nos empezamos a juntar a partir de una convocatoria del Centro Cívico Luisa Cuesta, era abierta a cualquier mujer que se quisiera presentar y nos presentamos, fue a finales del 2020.

Marisa Silva – Como te comentó Maryori, empezamos un poco a cranear eso en esa época. Vino Lilián Toledo como tallerista para guiarnos. El grupo se componía de un montón de vecinas las primeras dos o tres juntadas cuando se planteó el taller. Finalmente quedamos cinco. Nos conocíamos de acá del Centro Cívico, de alguna otra actividad en la zona, en el barrio, nos habíamos visto en algún taller. Y bueno, fuimos las que nos animamos a quedarnos y le dimos para adelante ahí.

M.P. – Lo que me motivó a juntarme fue una parte del taller literario y también la perspectiva de género. O sea, había participado en varios talleres, pero era la primera vez que tenía que escribir desde el ser mujer. Por ese lado es mi parte. Ahora no sé ¿qué te dirá Marisa?

Teresa Lima – Me dan ganas de juntarme por varias razones, una por no quedarme en mi casa sola. Soy jubilada, esto me da ánimo para seguir adelante.

M.S. – Bueno, un poco de lo de Teresa, un poco lo de Maryori, me interesa escribir, me interesa aprender, a transmitir a través de la escritura, contar lo que somos, cómo somos acá en el barrio, las mujeres de acá, las vecinas, desestigmatizarnos de alguna manera, porque también eso se refleja. Lo habrás visto, se refleja en el libro, hay un estigma sobre la población de esta zona, digamos.

M.A. – ¿Qué importancia tiene que existan grupos como ustedes en la comunidad?

M.P. – Es muy importante que existan grupos como el nuestro, que fue muy heterogéneo. El objetivo al principio era individual y después se transformó en algo colectivo. Porque no solamente grupos de nivel literario como éste sino grupos de mujeres, cualquiera, diversos que puedan juntarse para compartir sus propias historias, sus propias alegrías, sus propias dolencias, me parece que es muy importante que las mujeres se puedan unir.

M.S. – Acotando a lo que decía Maryori, hubo una charla de salud mental y este profesional Chileno, muy reconocido, hablaba de la importancia de la comunidad, de apoyarse en la comunidad, y nosotras estamos en eso. Somos vecinas que siempre participamos acá, en el SACUDE, sobre todo en el aspecto de apoyarnos entre mujeres pero también en otras áreas.

M.A. – ¿Hubo momentos difíciles en el proceso?

 M.P. – En el armado del libro hubo algunos momentos difíciles que fueron de empoderamiento. Nos ayudaron con el diseño del libro los estudiantes de FADU y ahí hubo unas idas y venidas en cómo queríamos que fuera el diseño del libro. Ellos venían con un planteo profesional. Pero logramos un consenso. Contar las historias personales en un momento se hizo difícil también porque la historia de vida de cada una, que las otras no la conocíamos. Eso nos unió un poco más. Nos hizo más fuertes para seguir con el tema del libro. En lo personal, fue muy difícil en el momento de leer el libro, la primera vez, en público.

M.S. – Sí, fue difícil, sentíamos que no nos conectábamos pero después salió. También me costó la lectura en público, en el caso de algunas compañeras el relato de sus propias vidas, de sus propias vivencias y las entrevistas y todo eso, pero ahora ya estamos mucho más duchas.

M.A. – ¿Qué pasó luego de la presentación?, ¿se les acercó alguna mujer? ¿Tuvieron algún comentario?

M.S. – Para nosotras fue apabullante la respuesta que tuvimos, porque más allá que habíamos trabajado más de un año ordenando ideas, pensando y viendo un poco como transmitir estas ideas y estas vivencias. No pensamos que el libro iba a tener una repercusión tan grande, en las organizaciones de mujeres, en los medios. Fuimos a la Udelar, a las bibliotecas, a la Cárcel de Mujeres, a la Casa de Chile. Nosotras no creímos que importaba tanto lo que teníamos para decir. Muchas mujeres y también hombres, se acercaban, muchas mujeres se sentían reflejadas. Algunas nos preguntaban cómo llegamos a escribir eso.

M.P. – La recepción del libro fue muy buena la verdad. La gente lo recibió bien al libro todas las veces que lo leímos. Hubo un señor que se acercó a decirme que quería que se lo diéramos para la hija. Quería que la hija leyera sobre todo una historia que escribí yo que se llama: “Ella es joven”. En la radio, la locutora del programa lo leyó. Una señora escribió y dijo que no sabía todas las carencias que se tenían a veces en estos lugares.

M.A. – ¿Qué desafíos tiene el colectivo?

M.S. – Poder repetir esta experiencia. Fue muy movilizador, muy enriquecedor. Lilián es una muy buena tallerista. Ahora que estamos más acostumbradas estaría bueno hacer la segunda parte porque tal vez salga algo que valga la pena. Para nosotros seguro va a valer la pena, bueno, si les agrada otros, mejor

M.P. – Nos quedó pendiente, para adelante, hacer otro libro, tener la posibilidad de escribir la segunda parte. Es algo que nos quedó ahí. La vida dirá.

-Yo no voy a escribir -dijo Teresa-. Pero les voy a contar una historia. Mi historia. Es enérgica, de hablar pausado y alegre, revive con intensidad cada recuerdo al evocarlo. Nos recibe en su confortable casa, repleta de plantas y fotografías. En la mesa nos esperan unos ricos escones de queso que ella elaboró la noche anterior para esperarnos. Así, entre sorbos de té y mordiscos de escones, entramos en un mundo nuevo. Volvimos al año mil novecientos cincuenta con el inicio de su relato.

-Llegué por primera vez a Casavalle con apenas dieciocho años, siendo voluntaria de la organización sin fines de lucro Emaús, allí descubrí con sorpresa que los niños nunca habían salido del barrio, pero a nadie le preocupaba -nos dice con un tono algo nostálgico-. Me sentí privilegiada, tuve la suerte de ser adoptada por una familia adinerada que me dio posibilidad de conocer mi ciudad y varias ciudades más.

Seguí visitando el barrio con frecuencia. Me enamoré -dice entre risas- y me llené de rebeldía, decidí romper con el pasado. Una de mis amigas me recibió, aunque su situación económica no era la mejor. Debía subsistir recolectando frutas y verduras en la feria con las que elaboramos dulces y conservas que luego vendíamos. Hace una pausa, bebemos té y comemos algunos escones, ella mira al infinito, busca apoyo en las fotografías que tiene en su pared, nos mira y continúa con su relato.

-Como el dinero no era suficiente, comencé a trabajar como empleada doméstica. Logré de a poco independizarme y mudarme a una pensión. Empecé el liceo nocturno, quería estudiar -nos dice-. Bueno, sí, mi romance continuó, hasta que me embaracé, ya que él desapareció al enterarse. Pero mi vida no cambió, no, no, quédense tranquilas, solo que mis inquietudes eran otras, yo necesitaba saber mis derechos como madre soltera, entonces consulté al profesor de derecho. Él me ayudó con eso y con mis derechos laborales, eran los años setenta. Desde ese día, nunca más acepté trabajar en negro. Mi hijo nació. En la pensión no aceptaban niños, así que me empleé con cama. Era un buen trabajo, hasta que mi hijo debió ir al control médico. Avisé para salir a media mañana, la respuesta fue más tareas para hacer, lo que impediría mi salida al médico. Yo me fui igual, primero era mi niño -dice con una leve sonrisa-. A la media noche estaba despedida. En la mañana me fui a casa de otra amiga. Ella me dijo que el gobierno daría viviendas. Moví el cielo y la tierra, como se pueden imaginar -dice en un tono entre enérgico y dulce-. Me dieron una vivienda en el pasaje 308. Fue como volver a casa -dice emocionada-, todos me querían, respetaban y me recordaban mucho. Otra pausa, sus emociones se aglomeran y las nuestras también-. ¿Se acuerdan -nos dice -que en los años ochenta se creó una ley que obligaba a todos a llevar dos apellidos? Luché para legitimar a mi hijo, tuve que realizar un juicio, que gané, como se imaginarán -dice mientras ríe con picardía-. En ese entonces trabajaba en PLEMUU (Plenario de Mujeres del Uruguay), participé en Identidades, un programa que emitía Canal Cinco. Iba representando mi lucha por el apellido de mi hijo, pero llevaba en mí a cada mujer de Casavalle. Por eso, para representarlas bien, tomé contacto con la diversidad de situaciones que enfrentaban. Siendo el denominador común a todas la falta de un espacio donde dejar a los más pequeños para salir a trabajar, y que se ubicara en la zona. Imagináte -dice abriendo los brazos-, insistí hasta que crearon “Mi Casita”, la primera casa cuna. No me detuve. Fui parte del coro Acompasar en la antigua policlínica Casavalle, hoy Centro Cívico Luisa Cuesta. Bueno, eso ya lo saben, viven acá -dice entre risas-. Participo donde sea convocada, talleres literarios, grupos de mujeres, comparsas comunitarias-. Se pasó la hora volando, nos vamos Tere, gracias por tu historia, nosotras la escribiremos por vos, porque con tus ochenta y un años sos el símbolo vivo de la fuerza y el coraje que cada mujer tiene.

Fragmento escrito por Maryori, Marita y Marisa*.

 

(*) Juana Francisca Gómez es escritora y miembro del Capítulo uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)

 

Notas:

*En el libro “Casavalle, cuenca de mujeres que se cuentan” participaron de distintas formas: Mary Albarenga, Marita Barboza, María Teresa Lima, Maryori Panizza y Marisa Silva.

 

El libro se puede encontrar en el Centro Cívico Luisa Cuesta 

https://municipiod.montevideo.gub.uy/centro-c%C3%ADvico-luisa-cuesta

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