Por Javier Gómez Sánchez (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
Un grupo de hombres jóvenes se distingue dentro de la multitud congregada en una zona céntrica de Sídney, la ciudad reconocida mundialmente por la silueta de su auditorio de ópera. Unas 8.000 personas forman un mar de banderas australianas que recorre varias avenidas hasta llegar al Victoria Park, aledaño a la principal universidad de la capital. Encabezando la marcha, el grupo se mantiene compacto, llamando la atención por su rasgo distintivo: todos van vestidos enteramente de negro. Son una mezcla de trabajadores y desempleados, con un promedio de edad que ronda los 30 años, todos blancos. Al terminar el rally, se adentrarán en las calles secundarias y cambiarán sus prendas negras por ropa común, confundiéndose en el transporte público y el tráfico de la ciudad, entregados a sus rutinas como cualquier otro habitante.
Escenas similares ocurren en manifestaciones en Melbourne, Brisbane, Adelaida y otras grandes urbes australianas. Son miembros de la National Socialist Network (NSN) y la concentración consiste en March for Australia, una convocatoria masiva realizada el pasado 31 de agosto, para protestar contra la inmigración bajo el lema End the massive-migration now (Pongan fin a la migración masiva ahora). En las pancartas este se combina con el sugestivo It’s time to put Australians first. En español: Es tiempo de poner a los australianos primero, lo que inevitablemente remite al America first del movimiento estadounidense MAGA.
Siendo convocadas por diversas organizaciones de derecha, las Marchas por Australia han ofrecido una oportunidad perfecta para los grupos neonazis y supremacistas blancos para su proyección pública. Rodeados por otros miembros, sus líderes gritan consignas antiinmigrantes a través de megáfonos, que son coreadas por la multitud, o toman el micrófono para dirigir discursos que escuchan con atención cientos de personas. Con frecuencia, los grupos van uniformados con chaquetas que llevan sobre el pecho las letras “HH” impresas en gris sobre la tela negra. Parecería el logo de una marca de ropa deportiva, pero para sus portadores las dos letras unidas tienen un significado: Heil Hitler.
Las marchas antiinmigrantes son también la ocasión para ser entrevistados por la prensa. Interpelado por una periodista sobre el contenido racista de sus mensajes, Jack Eltis, líder de la NSN, respondió sin pudor mientras caminaba al frente de su grupo por la acera de la céntrica King Street:
“Sí, somos racistas y estamos orgullosos de, como hombres blancos, quiénes somos: Nosotros construimos esta nación. Nuestros ancestros construyeron esta tierra para nosotros…”.

La colonización de Australia por los europeos inició casi tres siglos después que la del continente americano, cuando en 1770 una expedición de la marina británica dirigida por James Cook reclamó sus tierras en nombre de la Corona de ese país ante el resto de las potencias de la época. Navegantes holandeses y españoles habían avistado las costas en sus viajes entre el Índico y las islas del Pacífico, pero estaban más interesados en colonizar Indonesia y las Filipinas, respectivamente.
Lo que el líder neonazi olvidó mencionar fue que el continente estaba habitado por aborígenes que vivían allí desde hacía unos 65.000 años. En 1787 fue enviada desde Portsmouth, Inglaterra, una expedición colonizadora formada por personal militar y población penal inglesa, que desembarcó y fundó la ciudad de Sídney el 26 de enero de 1788 —considerada fiesta nacional, pero que la población originaria sobreviviente llama “Día de la Invasión”—, iniciándose un genocidio que llevó al exterminio casi completo de la población nativa. Historiadores australianos consideran que durante 140 años se realizaron matanzas sistemáticas, con al menos 270 documentadas, tras las cuales la población de las First Nations, como se nombra a los pueblos originarios —o sea, los “australians” verdaderamente “first”—, disminuyó de 1,5 millones a menos de 100.000 para inicios del siglo XX.
El resto de la población aborigen fue confinada a reservas cerradas —similares a las creadas para los indígenas americanos—, pero además sometida a una práctica sistemática de desintegración étnica, llamada por algunos estudiosos slow genocide o “genocidio lento”: los niños nacidos en una reserva eran separados de sus padres y enviados a otras, un acto de deshumanización amparado por una ley que no fue derogada hasta 1969, aunque siguió manteniéndose como práctica social durante décadas, produciendo lo que se conoce como Stolen Generations (Generaciones robadas).
El genocidio cultural se complementó prohibiendo a los niños aprender el idioma de sus padres, lo que con el tiempo fue cada vez menos necesario, pues el lenguaje iba olvidándose. Como consecuencia, se estima que actualmente solo el 10 % de la población aborigen utiliza su lengua original en la vida diaria, es capaz de hablarla o simplemente de comprenderla si la escucha.
Según el International Work Group for Indigenous Affairs (IWGIA), los descendientes de los habitantes originales de Australia eran solo el 3,8 % de la población total del país, con poco menos de 1 millón de personas, viviendo la mayoría fuera de las grandes ciudades. Tienen una esperanza de vida tres veces inferior a la de los australianos blancos y una población encarcelada 15 veces mayor que esta.
Actualmente no hay ninguna mención a los pueblos aborígenes en la Constitución de Australia. En 2023 se realizó un referendo nacional para establecer un órgano llamado “Voz de los Pueblos Aborígenes” en el Parlamento Federal, pero la mayoría de la población votó en contra. Aunque la comunidad aborigen tiene algunos exponentes excepcionales, como la corredora y medallista olímpica Cathy Freeman, en la actualidad enfrenta una situación social marcada por la persistencia de la pobreza, condiciones de vivienda precarias y desventajas para obtener salud, educación y empleo.
La National Socialist Network (NSN) —cuyo lema es Australia For The White Man (Australia para el hombre blanco)— acumula un largo historial de actividades públicas, varias de ellas invadiendo barrios y campus de universidades, llamando al segregacionismo (“Las universidades para los blancos”), mientras despliegan banderas con la swástica y realizan el saludo nazi. Estos actos son denunciados a las autoridades por ciudadanos y organizaciones estudiantiles, pero han seguido ocurriendo.
La NSN surgió en 2020 de la fusión de dos organizaciones supremacistas anteriores, Lads Society y Antipodean Resistance, y es el resultado del reciclaje y entrelazamiento de grupos de extrema derecha australianos, disueltos o existentes: United Patriots Front, Australian Defence League, Reclaim Australia, Fraser Anning’s Conservative National Party, True Blue Crew y Soldiers of Odin, entre otros.
Estas redes son mantenidas bajo vigilancia por la Australian Federal Police y otras agencias de seguridad del país, pero solo como parte de la vigilancia antiterrorista. Varios de sus miembros han sido detenidos por tenencia de armas y sus locales allanados en busca de explosivos. Sin embargo, diversas voces en la política australiana reclaman un accionar más amplio respecto a sus manifestaciones públicas y la difusión de material propagandístico nazi.
Solo en fecha tan reciente como enero de 2024 el Parlamento Federal Australiano aprobó una ley presentada el año anterior que prohíbe realizar el saludo nazi en actividades públicas, incluirlo en contenido publicitario o vender material de simbología fascista en todo el país, luego de que cinco territorios australianos lo hicieron bajo su jurisdicción a partir de 2022.
Pero varios estudiosos del fenómeno han advertido que la ley deja brechas para que siga manifestándose y limita el accionar de la policía, pues solo puede ser aplicada si el uso de los símbolos o el saludo se realizan como parte de una acción que busca intimidar a una persona en una situación concreta. O sea, en todo caso se condena el acto, pero no el culto a la ideología y los mecanismos de influencia que llevan a cometerlo. Sin embargo, como señalan las críticas de profesores de leyes de renombradas universidades australianas: “El derecho penal no solo tiene un propósito práctico sino también moral”.
La simbología, lemas y gestos, advierten los investigadores, han evolucionado y los grupos no necesitan de la swástica o el tradicional saludo. En las redes sociales estos han sido sustituidos por memes racistas y antiinmigrantes, que resultan más efectivos para difundir su mensaje y sumar seguidores.
El asunto ha llegado incluso a poner ante un dilema ético a profesionales de la prensa encargados de cubrir las manifestaciones, como la periodista Tory Sheperd, quien en su página de The Guardian cuestionó si mostrar imágenes o entrevistar a militantes neonazis les facilitaba el reclutamiento de simpatizantes.
El actual estado de opinión en la población australiana blanca en torno a la inmigración ofrece un marco propicio para aumentar la xenofobia. El discurso de odio aprovecha las preocupaciones económicas, especialmente el alza del costo de la vivienda. Los reclamos de la Marcha por Australia eran: No a las banderas extranjeras, Fin de la inmigración masiva y Remigración ahora. El término “remigración” se refiere a la deportación masiva de toda la población no blanca llegada desde el siglo XIX y es parte del vocabulario identitario de la extrema derecha australiana.
Según los últimos datos publicados por la ONU, el 30 % de la población de Australia es de origen inmigrante, con un aumento de unos 2 millones a casi 8 millones en los últimos 20 años.
A pesar de la idea más extendida, los estudios indican que la caída en la disponibilidad de viviendas económicas, junto al alza de los precios y alquileres, no provienen de la inmigración, sino de la disminución de la construcción de nuevos hogares, señalando a la mala planificación y las restricciones burocráticas como la base del problema. Defensores de la población inmigrante, como la consultora jurídica Absolute Immigration, apuntan que los inmigrantes calificados contribuyen significativamente a la economía australiana, ya que “cada uno genera un beneficio neto vitalicio de 249.000 dólares, por lo que reducir la inmigración cualificada reduciría los ingresos del gobierno y aumentaría la carga para los contribuyentes locales”. Al mismo tiempo, se citan ejemplos específicos como la falta creciente de mano de obra en el sector de la construcción que solo podrá suplirse con población joven inmigrante. Las consecuencias económicas que ha tenido la persecución de la población mexicana y latina en general en Estados Unidos deberían ser una señal convincente de cuán dependientes son los países desarrollados de la mano de obra inmigrante.
Pero a pesar de esto, los políticos de derecha mantienen el discurso antiinmigrante como un recurso electoral permanente, como es el caso de John Ruddick, miembro del Libertarian Party (Partido Libertario) y electo al Consejo Legislativo de Nueva Gales del Sur, que en su cuenta de X se identifica como “Supremacista del libre mercado. Pro Javier Milei. Escéptico del calentamiento global”, quien, haciendo un llamado a la Marcha por Australia, publicó:
“Las tres cuestiones políticas más importantes en Australia son: 1. Inmigración 2. Inmigración 3. Inmigración”.
Todo esto pone en evidencia que ese país corre el peligro de seguir el camino estadounidense.
Pero este avance no está ocurriendo sin resistencia; cada vez son más las voces en alerta que emiten un llamamiento a la claridad política y la movilización de fuerzas progresistas. La Marcha por Australia coincidió con una manifestación a favor de Palestina que reunió a miles de personas en Sídney y Brisbane.
“Construir una coalición antirracista y antifascista que pueda acabar con la política de extrema derecha”, exhortó Ebony Bennett, directora del centro de estudios sociales y políticos The Australia Institute, quien en un artículo titulado ¿Quién se levantará y hará que ser nazi sea una vergüenza otra vez?, afirmó: “La mejor manera de volver a hacer de los nazis algo vergonzoso es una manifestación pública multitudinaria que muestre que la mayoría de los australianos —de todos los ámbitos de la vida y de todos los lados de la política— rechazan la política del odio y la supremacía blanca de manera inequívoca”.
Hasta ahora, el trumpismo australiano parece decidido a seguir ganando terreno, y los aires que le llegan desde nuestro continente le brindan mayor impulso. Queda por ver si las fuerzas sociales que deben hacerle frente son capaces de organizarse y frenar el evidente avance del fascismo en el país de los canguros.
(*) Javier Gómez Sánchez (La Habana, 1983) Periodista, profesor e investigador. Máster en Ciencias Políticas en Estudios sobre Estados Unidos y Geopolítica Hemisférica por la Universidad de La Habana. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de las Artes de Cuba. Ha escrito numerosos artículos sobre comunicación política, guerra mediática y cultural, redes sociales e internet. Es autor de los libros Las Flautas de Hamelin. Una batalla en internet por la mente de los cubanos (2020), La Dictadura del Algoritmo. Guerra mediática y redes sociales en Cuba (2021), Los que curan y los que envenenan. Páginas de una pandemia mediática (2023). Realizó los documentales La Dictadura del Algoritmo (2020) y El insomnio del Hombre Nuevo (2024). Profesor de Comunicación Transmedia y Documental en la Universidad de las Artes de Cuba.
(**) Profesor Adán Iglesias Toledo, Dibujante Gráfico Cubano, Caricaturista Editorial y Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC, la UPEC y la REDH (Capitulo Cuba). Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero. Autor de varios logotipos, y campañas publicitarias, posee en su haber múltiples exposiciones individuales y colectivas, talleres e intervenciones nacionales e internacionales y ha sido premiado por más de 40 veces en su país y otros países