Por Carlos Novoa (*)
Cuadro Gloriosa Victoria de Diego Rivera 1954 (**)
En las ciudades de Estados Unidos es común que las bananas vengan con una pequeña pegatina azul de Chiquita Brands International. La imagen de la marca es una vendedora de frutas, representación estereotipada de la mujer latinoamericana, acompañada de frases motivacionales o declaraciones del país de origen del producto.
Aunque a muchos el nombre de Chiquita Brands no les diga nada, gana una nueva dimensión cuando se conoce que esta compañía es heredera de la infame United Fruit Company (UFC), empresa cuyo legado se extiende por todo el siglo XX, con un gran peso en el continente latinoamericano, hasta llegar al presente.
La UFC y su heredera, Chiquita Brands, expresan, de la forma más descarnada y nítida posible, cuál es la verdadera esencia de la gran propiedad capitalista. Y esa esencia permanece, no importa cuánto discurso corporativo, marketing y rebranding se ponga en función de lavarle la cara a una compañía. Desde su temprano surgimiento en los siglos XVI y XVII, el capitalismo se ha caracterizado por maximizar a cualquier precio las ganancias. Ningún criterio moral o político es válido cuando están en movimiento las poderosas fuerzas de acumulación del capital. Basta solo con darle un vistazo al poder y la historia de esta compañía para reafirmar esta perspectiva.
La United Fruit Company (UFC), fundada en 1899 en EE. UU., fue una de las corporaciones más poderosas del hemisferio occidental durante el siglo XX. Su negocio principal era el cultivo, transporte y comercialización del banano, pero su poder fue mucho más allá del ámbito económico: controló gobiernos, territorios y poblaciones enteras en América Latina y el Caribe. De allí surgió el término «repúblicas bananeras», que describe la subordinación de estados soberanos a los intereses de esta empresa.

Hacia 1930 la UFC controlaba aproximadamente cuatro mil kilómetros cuadrados de tierras agrícolas en Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. En Guatemala, por ejemplo, llegó a poseer el 42 por ciento de las tierras cultivables del país. En Honduras y Costa Rica la empresa se hizo dueña de enormes franjas costeras, prácticamente privatizando regiones enteras. Adicionalmente controlaba ferrocarriles, puertos y flotas marítimas. Su división de transporte marítimo, la Great White Fleet, llegó a tener más de 100 barcos refrigerados, convirtiéndose en una de las flotas privadas más grandes del mundo. Todo esto le dio una gran influencia política y económica sobre numerosos países y gobiernos, que dependían críticamente de la infraestructura de la UFC para mantener en funcionamiento sus economías.
Todo este poder se reflejó en un significativo dominio del mercado bananero mundial. Entre 1900 y 1930 la empresa llegó a controlar en torno al 80 por ciento del comercio mundial de banano. Para 1954, sus exportaciones desde diversos puntos hacia Estados Unidos comprendían unos 67 millones de racimos de bananos al año.
Para preservar sus intereses económicos, su poder e influencia, la UFC utilizó todos los medios a su alcance. Desde masacres, como la cometida en Colombia en 1928 (donde la empresa presionó fuertemente al gobierno colombiano de entonces para reprimir una huelga, lo cual acabó costando, según algunas estimaciones, hasta dos mil vidas de campesinos asesinados por el ejército) o golpes de estado, como el patrocinado en contra del gobierno del presidente democráticamente electo de Guatemala, Jacobo Arbenz en 1954. La destitución de Arbenz abrió las puertas para la cruenta guerra civil que duró décadas en el país centroamericano y, según algunas estimaciones, costó más de 200 mil vidas.
A este expediente se suman numerosos casos documentados de explotación laboral, represión de sindicatos y persecución de líderes obreros y el impacto ambiental de las acciones de la empresa, que promovió la tala indiscriminada de selva o el uso de pesticidas y químicos que dañaron y dañan a la población local, por solo citar algunos ejemplos.
En 1970, la UFC se fusionó con AMK Corporation, una compañía de la industria cárnica, para formar la United Brands Company. Este cambio fue motivado por una estrategia de diversificación para alejarse de su reputación como monopolio bananero y expandirse hacia otros productos, como carnes, refrescos, plásticos y otros sectores. En 1990, la empresa adoptó oficialmente el nombre que mantiene hasta hoy de Chiquita Brands International, Inc.
Pero Chiquita, la nueva y refrescante cara de un viejo monopolio, no ha estado exenta de escándalos y acusaciones por malas prácticas, explotación laboral y vinculación con turbios negocios como las drogas. Un viejo proverbio reza que: “Hijo de gato, caza ratón”. Los engendros del capital, se llamen como se llamen, reproducen las mismas viejas prácticas, siempre al servicio de la acumulación.
Por hacer solo un breve resumen del amplio prontuario de Chiquita, podemos mencionar, por ejemplo, que entre 1997 y 2004, la compañía admitió haber pagado alrededor de 1,7 millones de dólares a las Autodefensas Unidas de Colombia, un grupo paramilitar de extrema derecha asociado a numerosos casos de asesinatos extrajudiciales de líderes campesinos, obreros y sociales en el país. Por esto fue sancionada por un tribunal norteamericano a pagar la simbólica cifra, sobre todo frente a los mil millonarios ingresos anuales de la empresa, de 25 millones de dólares.
En 2007, la ONG francesa Peuples Solidaires acusó a COBAL, una filial de Chiquita en Costa Rica, de exponer a sus trabajadores a pesticidas altamente tóxicos y de usar una milicia privada para intimidar e ignorar reclamos sindicales. Un artículo de 2019 del medio suizo Beobachter denunció condiciones laborales graves en plantaciones de Ecuador proveedoras de Chiquita: jornadas de 12 horas, salarios de pobreza y trabajo sin contrato. En Panamá, en mayo de 2025, trabajadores bananeros iniciaron una huelga por temas como cambios en pensiones, y en junio la empresa despidió a todos sus empleados en el país. Chiquita también ha sido acusada de usar sus barcos para el tráfico de mercancías, incluyendo cocaína.
Las bananas que vende Chiquita han costado incontables vidas. El imperio de esta empresa norteamericana se ha fundado sobre la injerencia, el robo y la violencia a partes iguales. Sus más de 125 años de existencia son la confirmación de esa imagen con la cual Marx representaba el Capital: un vampiro insaciable que crece apropiándose de la sangre y el sudor de los trabajadores. Denunciar a la UFC y a Chiquita es, entonces, una forma de denunciar al capital en su expresión más brutal y descarnada.
(*) Carlos Novoa, escritor y periodista venezolano
(**) Cuadro del pintor mexicano, Diego Rivera, en respuesta a la intervención norteamericana en Guatemala. Gloriosa Victoria, 1954