Por Maribel Acosta Damas (*)
Foto de Portada Archivo Maribel Acosta (**)
Corría el año 1986. Un día de agosto se inauguraba el Cardiocentro pediátrico del Hospital William Soler en La Habana, un verdadero coloso de la atención infantil en Cuba. En aquel entonces era una periodista recién graduada que fue enviada a reportar la noticia. Sin embargo, no imaginaba que llegaría Fidel. Y entró, con su figura imponente y su impecable uniforme verde olivo. Era la primera vez que lo tenía delante de mí… Todavía recuerdo mi reacción: olvidé que era la reportera de televisión que estaba allí y empecé a recorrerlo con la mirada… sus botas gastadas, las pecas en las manos enormes, los ojos, la estatura… El asunto fue cuando llegué esa tarde a la redacción de mi noticiero televisivo. Yo aparecía en todas las imágenes, tan absorta en Fidel, que era visiblemente dudosa mi actitud periodística. Creo que ese fue uno de los primeros regaños que recibí en mi devenir como reportera…
Años después fui enviada a la provincia cubana de Camagüey para la cobertura de la celebración del 26 de julio en ese territorio… Corría el año 1989. Los acontecimientos en el antiguo Campo Socialista apuntaban a la inestabilidad del sistema socialista y el llamado Bloque del Este estaba a punto colapsar. Periodista muy joven todavía, estaba en Camagüey cuando llegó Fidel. Le acompañé en su recorrido por la provincia, e incluso, esa vez sí jugué mi papel reporteril. Lo entrevisté por primera vez y aun sin comprender bien el significado de sus palabras, estaba presente en aquel acto histórico cuando Fidel anunció: “Y si un día desapareciera la URSS, que esperemos que no ocurra jamás, Cuba seguiría defendiendo el socialismo”. Y así fue: en 1991 la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue un hecho. Comenzaba una etapa tremenda para el mundo, y para Cuba.
Yo estaba cuando cayó la Unión Soviética y me pregunté por primera vez quién era como ser político y social. Lo supe después, en tantas madrugadas y tantos días reportando sus interminables encuentros con la gente para dar ánimo y seguir adelante. Lo vi aquel 5 de agosto de 1994, que ya es un mito, cuando en medio de las piedras, de la algarabía, de la confrontación, empezó a caminar desarmado y se hizo silencio y después murmullo… ¡Ahí está Fidel!!!! Y luego cuando dijo: “No quiero un muerto…” Se subió el pantalón, se acomodó el cinto… “Aquí el único muerto lo pongo yo, y yo soy un muerto bastante grande…” Y como si fuera un enigma, la pelea se convirtió a favor, y no hubo un disparo ni un maltrato… Y después nosotros los periodistas detrás de él, en la escalera del Instituto Cubano de Radio y Televisión para entrevistarlo… Y en tantas, tantas coberturas, tantas noches/madrugadas de trabajo…
Los noventa fueron años duros… y aquel 5 de agosto de 1994 fue el parteaguas de la ratificación de soberanía del pueblo cubano. La realidad de crisis económica sin precedentes, la política oficial de Estados Unidos de utilizar una vez más el tema migratorio contra Cuba y el cerco mediático que apostaba por la caída de la Revolución condujo a que se produjeran en La Habana acciones violentas como romper vidrieras y saquear comercios, mientras otros filmaban para mostrar al mundo una muchedumbre que protestaba de manera «espontánea» contra el Gobierno.
Fue en esos años duros cuando Fidel recibió a los niños y niñas de Chernóbil para que se atendieran en Cuba…Al pie de la escalerilla del avión…
En esos años todos fuimos creciendo. Yo crecí también, y como periodista fui ganando experiencia, aprendiendo a saber mi lugar como profesional militante. Y me tocó seguir muchas veces a Fidel (como otros colegas), en Cuba y en el exterior. Fui testigo de su hermosa relación con Chávez, de su inagotable energía, de su respeto por los periodistas, de su ética inquebrantable y de su inmensa capacidad de soñar.
Recuerdo tantas y tantas jornadas de trabajo… cuando en 2004, de una caída se partió la pierna… y cuando Chávez vino a verlo y él estaba conmovido… yo estaba reportando también…
… Y luego cuando aquel 30 de julio de 2006 se supo que estaba entre la vida y la muerte… y la ciudad estaba silenciosa, estábamos atónitos… Y después cuando no volvió más y esperábamos ansiosos sus reflexiones para constatar que seguía ahí… Cada día de mi vida pienso en él, lo veo cazando huracanes, soñando enormes metas, con su optimismo inamovible, su necedad contagiosa… Y cuando después todo parece volverse difícil e inalcanzable me digo a mí misma lo que él sentenció una vez: “Aquí todos somos Comandantes en Jefe»… Entonces me empodero, me siento grande… No sé qué pasará en mi Patria, confío en mi pueblo, desconfío de los burócratas y los controladores perniciosos… Sigo defendiendo la utopía, sigo en mi lugar… y ahí estaré, peleando mi país… no tengo miedo a nada, no me conformo, no me aplano, no me lleno de dinero ni de tarecos superfluos, que en breve para nombrarlos hará falta reinventar el diccionario… no renuncio a la poesía. No me da la gana de olvidarte. ¡Felicidades, querido Fidel!
(*) Maribel Acosta Damas, Dra. en Ciencias de la Comunicación Social, Periodista cubana y docente de la Universidad de La Habana, trabaja y colabora con varios medios de su país y de otros países.