Por Carlos Pereira das Neves (*)
Una promesa, un deber, un deseo, una orden, un cometido, años, un horario.
¡Cuántas cosas se pueden cumplir!, ¡Cuántas cosas se nos exige cumplir! Y por si fuera poco, también hay que hacerlo con una sonrisa en la cara, porque ¡pobre de nosotros si en lugar de abrazar convencidos el mandato, optamos por ser malos ejemplos y al mal tiempo le ponemos mala cara!, desagradecidos de las oportunidades, de los desafíos que dios o el sistema nos provee para “hacernos más fuertes”.
La gramática también tiene algo para decirnos con este verbo transitivo, esta tarea de llevar a cabo algo y en movimiento hacia, en un transitar hacia. ¿Hacia dónde?, ¿hacia quiénes? o ¿en beneficio de quiénes?
Siempre activos, productivos, en fila y -ahora también- felices. Aunque decir “ahora” no pretende ser una puñalada trapera a quienes, desde las primeras preguntas existenciales, se han dedicado a profundizar en conceptos como la felicidad, y las emociones asociadas a ellos. Que me perdone Aldous Huxley, no quiero robarle mérito, en todo caso lo cito como profecía cumplida, cuando ya en 1932 daba a luz esa novela distópica llamada “Un mundo felíz”.

Cumplir y feliz son verbo y adjetivo que se han venido hermanando demasiado mucho, como necesidad de mantener un orden o -mejor dicho- mantener en orden el funcionamiento de un engranaje, el puesto de trabajo que nos ha sido asignado en esta gran fábrica llamada mundo, trascendiendo ampliamente la referencia al festejo con el que recordamos algún nacimiento. Y quizás acá también la gramática nos hace un guiño para decirnos que estamos pariendo una nueva época, una nueva vida, de cumplimiento a ciegas, en cuerpo y alma, en horas y en muecas. No basta con hacer lo que se supone que debemos hacer, con el cuerpo y el tiempo de nuestra vida, tenemos que hacerlo convencidos, entregando también nuestra mente y nuestro corazón.
Empezaron quitándonos la capacidad de cuestionar la tarea concreta, para luego imponernos una emoción “positiva” en el desarrollo de la misma. Una emoción “positiva” que, en realidad, funciona como doble negación: viene a negar, a ocupar totalmente el espacio para evitar el surgimiento de cualquier otra emoción; y viene a negar el carácter espontáneo, y personal, del propio ejercicio emocional, en la medida que se configura como dictamen.
Insisto en que no es un fenómeno actual, la transición del feudalismo al capitalismo, e incluso las distintas formas que el capitalismo promueve para sostenerse en el tiempo, han dejado claro los cambios en las formas de trabajo, en las relaciones laborales. Todavía se puede conversar con algún veterano, de alguna fábrica o empresa familiar de las de antes, recordar cómo en sus tiempos de vida laboral los patrones se preocupaban por brindarles a los trabajadores, beneficios materiales como una vivienda, ni más ni menos. Cuando se concebía el éxito de la producción directamente asociado al bienestar del trabajador. Mientras que, desde hace un tiempo, asistimos a una competencia impuesta de cuántas condiciones dignas de trabajo estamos dispuestos a sacrificar con tal de que nos paguen un salario cada vez más sumergido.
Es en este marco en que vuelve a nacer el emprendedurismo, ‘el pasado conquista nueva fama’ canta Silvio Rodríguez en “Llover sobre mojado”. Emprender, ya no como una opción sino como una obligación, incluso aunque ya se cuente con un trabajo, seguir dedicándole horas de nuestras vidas a la meta del éxito o a la meta de llegar a fin de mes, porque también nos convencieron que tenemos que cumplir con un estilo de vida determinado: cuentas, cuotas, actividades…nada que signifique estar tranquilo y/o quieto. Mientras vamos restándole horas al cuerpo, al goce, a los vínculos, a los cuidados, a la contemplación, a la vida.
Y es, también, en este marco en el que la felicidad se ha convertido en una orden. Un remedio mágico para cualquier mal, una pastillita discursiva que al tomarla individualice todo tipo de dolor y lo “cure” tapándolo con una capa, como un mago. La felicidad deja de ser un estado para ser un producido, un salmo que rezan todos los creyentes de la negación con tal de no bancarse sus propios pensamientos ni por un segundo, un dogma que necesita ser predicado “alternativamente”, coacheado en manuales panfletarios de psicología, en charlas TED, en reels de influencers o en una simple conversación con una amiga o familiar que no puede verte no feliz.
¿Estás mal porque te levantaste de mal humor? Hay que ser feliz. ¿No estás físicamente al 100%? Hay que ser feliz. ¿Tenés ganas de dormir una siesta? Hay que ser feliz. ¿Te pone triste ver a la entidad sionista jugar al tiro al blanco con niños hambrientos? Hay que ser feliz. Tan sencillo como eso, expresarlo, llamarlo con el pensamiento, mirar para adentro y convencerse que uno puede solo, que nadie nos conoce como nosotros mismos…bueno, nosotros y quien sea que nos esté coacheando con esa vulgar, reduccionista y sistémica forma de encarar los problemas.
Y si la biblia de la felicidad no alcanza, porque nunca nos van a doblegar, alguna otra oracioncita que incluya “salud mental” y a seguir alimentando ricos.
(*) Carlos Pereira das Neves, estudiante de la Lic. en Ciencias Históricas, escritor, columnista y co Director de Mate Amargo