Carlos Fazio (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
Mientras representantes de Israel y Hamás prosiguen en Doha, Qatar, las conversaciones de proximidad -negociaciones indirectas a través de mediadores regionales- para alcanzar un alto al fuego de 60 días en la Franja de Gaza, y el régimen colonial subimperialista de Benjamín Netanyahu practica diversas metodologías del genocidio y la limpieza étnica propias del necrocapitalismo de nuestros días, sin perder el tiempo, en un nivel paralelo casi invisible, con financiamiento inicial del Departamento de Defensa de EU, la Corporación RAND y el Boston Consulting Group (BCG) continúan afinando su plan de reconstrucción y urbanización para una “Palestina económicamente próspera”, uno de los sueños dorados de Donald Trump para la Riviera mediterránea. La primera fase del proyecto: las obras de demolición, ya se puede dar por terminada. De eso se encargaron los bombardeos de los F-35, las excavadoras D9 y la maquinaria pesada blindada suministrada por Caterpillar, HD Hyundai y JBC contratada bajo programas de Asistencia Militar Extranjera del Pentágono.
De manera complementaria, según el llamado plan Smotrich (el ministro de Finanzas israelí), Tel Aviv pretende concentrar y confinar a 600 mil gazatíes en un nuevo campo de concentración sobre los escombros de Rafah, al sur de la Franja, cínicamente bautizado “ciudad humanitaria cerrada”. Una medida que ha sido considerada no sólo como un nuevo reposicionamiento militar, sino también como una hoja de ruta para el desplazamiento forzado masivo. Como una zona de contención transitoria y reasentamiento para la expulsión forzada a Egipto o al mar. O a terceros países como Etiopía, Indonesia y Libia, según propuso la semana pasada en Washington, el director del Mossad (la inteligencia israelí), David Barnea, al enviado presidencial para Medio Oriente, Steve Witkoff, sugiriéndole que la administración Trump ofrezca “incentivos” a esos países para que acepten el traslado. Lo cual remite, inexorablemente, al Plan Madagascar, que contemplaba la deportación de un millón de judíos anualmente, durante cuatro años, a esa colonia francesa en el Océano Índico, bajo control de las SS, y cuya logística fue supervisada por uno Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto. El plan no fructificó, y en su lugar fue puesta en operación la “solución final” a través del exterminio, también coordinada por Eichmann: redadas, concentración de los detenidos en ghettos, dosificación de suministro para la deportación en trenes a los campos de exterminio, eliminación.
Como señalara de manera temprana (2006) Achille Mbembe, la ocupación colonial de Palestina exhibe el encadenamiento de poderes múltiples: disciplinar, biopolítico y necropolítico. Pero a su capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir -que remite al proceso de deshumanización del sádico comandante del campo de concentración de Cracovia-Plaszow, el austriaco Amon Göth, quien disparaba a su antojo y capricho a los presos desde el balcón de su villa, tal y como aparece en la película “Lista de Schindler”-, el régimen sionista de Israel añade una nueva sensibilidad cultural en la que eliminar al enemigo se convierte en la prolongación de un juego cruel y terrorífico: según declaró a BBC Radio 4 el cirujano británico Nick Maynard, las tropas israelíes y los mercenarios de la Fundación Humanitaria de Gaza (la organización paramilitar financiada por EU y el Mossad que sustituyó de facto a la UNRWA [la agencia de la ONU para refugiados palestinos]y convirtió la distribución de raciones de comida en una trampa mortal), disparan deliberadamente a niños en la Franja de Gaza en diferentes partes del cuerpo según el día de la semana. “Un día todas son heridas de bala abdominales, otro día en la cabeza o el cuello, y otro día en el brazo o la pierna”; un patrón de lesiones, dijo Maynard, que “es casi como si se estuviera jugando un juego”. Un entretenimiento o deporte macabros, pues. Así, a la militarización de la vida cotidiana, signada por los estados de excepción y de sitio, el castigo colectivo, la política de tierra arrasada y la inanición como arma de guerra, el derecho a matar del régimen de apartheid israelí se convierte, también, en un asunto de alta precisión.

Del nazismo al sionismo: variables sobre el genocidio
El 7 de julio el ministro de Defensa del régimen sionista, Israel Katz, propuso agrupar a la población de Gaza en una “ciudad humanitaria cerrada”, medida que evoca al “inventor” de los campos de concentración, el militar español Valeriano Weyler, durante la guerra de contrainsurgencia en Cuba (1896), y, particularmente, al general británico Herbert Kitchener en la segunda guerra contra los boers (1899); al exterminio de los Herero y los Nama en África del Sudoeste Alemana, hoy Namibia, por el general prusiano Lothar von Trotha (1904-1908), y al campo-ghetto de Theresienstadt, la “ciudad balnearia” en Bohemia utilizada como herramienta de engaño por la propaganda nazi para ocultar la naturaleza de las deportaciones; combinado con el castigo colectivo vengativo estilo nazi contra la población checa de Lídice, que fue aniquilada, y el poblado saqueado, incendiado y destruido.
La iniciativa se alinea con los objetivos de los ministros de extrema derecha Bezalel Smotrich (Finanzas) e Itamar Ben Gvir (Seguridad Nacional), socios clave de la coalición de Netanyahu, que promueven la construcción de colonias judías en enclave palestino. Según Katz, si se firma una tregua con Hamás, el nuevo gran bantustán acogería en una primera fase a unos 600 mil desplazados del sur de Gaza, y más adelante a toda la población civil estimada en dos millones de personas.
El plan fue fustigado por el jefe de la oposición israelí, Yair Lapid, quien dijo que Netanyahu deja que Smotrich y Ben Gvir se hundan en sus delirios extremistas solo para preservar su coalición. A su vez, el exprimer ministro de Israel, Ehud Olmert, declaró al periódico británico The Guardian, que si los palestinos son deportados a la planificada “ciudad humanitaria”, esta adquirirá la forma de un “campo de concentración” como engranaje para la “limpieza étnica”. Dado que en Israel cualquier comparación con los Lager nazis -los campos de concentración y exterminio en la Alemania hitleriana- se consideran prácticamente impensables, la crítica de Olmert, a quien no pueden acusar de antisemita, resulta devastadora. Dijo Olmert: “Cuando construyes un campamento donde planean ‘limpiar’ más de la mitad de Gaza, la inevitable interpretación de la estrategia es que no se trata de salvar a los palestinos. Se trata de deportarlos, expulsarlos y desecharlos”.
Según fuentes del equipo negociador palestino en Doha, la delegación israelí parece haber sido enviada por el despiadado Netanyahu con la misión de exigir la capitulación total de Hamás -incluida la desmilitarización total de la Franja de Gaza y el exilio de sus dirigentes-, como una exigencia imposible de cumplir para fingir la posibilidad de un acuerdo para ganar tiempo y culpar a los grupos de la resistencia de su fracaso.
Con su “locura de la guerra eterna” –según denunció el sábado 19 de junio la madre del cautivo Matan Zanguaker, en un mitin ante miles de manifestantes en Tel Aviv–, y aferrado a sus objetivos colonialistas y geopolíticos, Netanyahu, quien ha hecho del ejército y los servicios de seguridad los principales instrumentos de su poder político, no persigue la paz; quiere una rendición incondicional como camino a la limpieza étnica.
A su vez, aunque golpeados por el ejército de ocupación, pero con la determinación de resistir en su tierra, a cualquier precio -igual que la población civil-, los movimientos de liberación nacional palestinos, organizados en pequeñas células y armados con artefactos explosivos improvisados extraídos de decenas de miles de municiones israelíes sin detonar, continúan desarrollando tácticas guerrilleras y mediante emboscadas y acciones comando libran una verdadera guerra de la pulga contra el enemigo sionista, convirtiendo los escombros del enclave asediado en una fuente de resistencia. Sólo en lo que va de julio, 25 soldados y oficiales israelíes han muerto en combate, y según datos publicados por la prensa israelí, “la mitad de la flota de tanques Merkava 4 de Israel ha resultado dañada durante la guerra en la Franja de Gaza, y el 25 % habría quedado completamente inutilizable a causa de los combates”.
Francesca Albanese denuncia la “actuación” de Kaja Kallas
A pesar del apoyo de los medios hegemónicos occidentales, la férrea censura militar israelí no ha podido ocultar la incapacidad de sus fuerzas militares para vencer a la resistencia armada. Tras veintiún meses de una guerra de aniquilamiento ininterrumpida, con pleno dominio del aire, contra un enemigo sin fuerzas blindadas ni artillería pesada, encerrado en un área de 365 km2, sin posibilidad alguna de recibir ayuda del exterior, y que a pesar de ello sigue luchando, infligiéndole continuas bajas, Israel no logra ganar.
Sin embargo, como señaló la valiente relatora especial de la ONU, Francesca Albanese, los territorios palestinos ocupados son hoy un infierno. Los gazatíes viven bajo el terror de la aniquilación, lo que es retransmitido en tiempo real a un mundo que lo observa, en general, de manera pasiva. No obstante, Albanesa avizora un punto de inflexión: la narrativa está cambiando; se aleja del manido “derecho a la autodefensa” invocado por la potencia de ocupación y sus cómplices del Occidente colectivo, y se acerca el derecho a la autodeterminación de los palestinos, negado durante décadas por los países “democráticos”, y sistemáticamente invisibilizado, reprimido y deslegitimado.
Para los palestinos, especialmente los de Gaza, detener la ofensiva genocida de Israel es una cuestión existencial. Por eso, Albanese, autora de dos imprescindibles reportes: “Anatomía de un genocidio” (25/abr/2024) [Doc.: A/HRC/55/73], y “De una economía de ocupación a una economía de genocidio” (30/jun/2025); [Doc.: A/HRC/59/23], ambos publicados por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, acaba de proponer durante una conferencia en Bogotá, el 17 de julio, que los países miembros de la ONU deben romper los vínculos con el ente sionista.
Dijo textualmente:
“Cada Estado debe revisar y suspender inmediatamente todos sus vínculos con Israel: sus relaciones militares, estratégicas, políticas y diplomáticas, tanto en materia de importaciones como de exportaciones, y asegurarse de que su sector privado, sus aseguradoras, sus bancos, sus fondos de pensiones, sus universidades y otros proveedores de bienes y servicios de las cadenas de suministro hagan lo mismo. Tratar la ocupación como si fuera algo normal se traduce en apoyar o proporcionar ayuda o asistencia a la presencia ilegal de Israel en los territorios palestinos ocupados. Estos vínculos deben romperse con carácter urgente. Seamos claros: me refiero a romper los vínculos con Israel en su conjunto”.
Sin duda, las palabras de Albanese estaban dirigidas a sacudir a presidentes, políticos, CEOs corporativos, periodistas y un largo etcétera, presas de lo que Ilán Pappé y en la academia se define como “pánico moral”, esto es, una situación en la que una persona tiene miedo de adherirse a sus propias convicciones morales porque esto exigiría cierto coraje que podría tener consecuencias. Ese pánico moral, señala Pappé, conduce a algunos fenómenos asombrosos. En general, “transforma a personas educadas, muy articuladas y conocedoras, en completos imbéciles cuando hablan sobre Palestina”. Lo que se traduce, también, en la falta de compasión y solidaridad básica con las víctimas del genocidio expuesta por los dobles estándares mostrados por los principales medios de comunicación en Occidente, y en particular, por los periódicos más establecidos en los Estados Unidos, como The New York Times y The Washington Post.
El martes 22, la relatora de la ONU, sancionada recientemente por Estados Unidos por denunciar el genocidio israelí, criticó a la alta representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la estoniana Kaja Kallas, por la respuesta débil y tardía de los Veintisiete a la matanza de civiles palestinos por Israel en la Franja de Gaza que ha alcanzado un nivel sin precedentes por ataques y la inanición. “Ya es muy tarde, Sra. Kallas”, dijo Albanese en X, enfatizando que “solo las sanciones pueden detener a Israel. Suspender el acuerdo de la UE con Israel es imprescindible”. Conforme a Albanese, “cualquier cosa menos que eso será una mera actuación, de la que millones de europeos que lloran el genocidio en Gaza preferirían librarse”.
No obstante todo lo anterior, en medio de una guerra de desgaste prolongada, mientras Katz sueña con su orwelliana “ciudad humanitaria cerrada”, que bien podría ser bautizada “ciudad balnearia Theresienstadt II”, y avanza por otro carril el proyecto para la solución final a la cuestión palestina (como la calificó Norman Finlkelstein), que bien podría denominarse Plan Smotrich, sin esperar el cese de la carnicería de Netanyahu, la RAND Corporation y el Boston Consulting Group, con apoyo del Instituto Tony Blair y el gobierno de Bélgica, siguen adelante con el proyecto de convertir a Palestina ocupada en un “fantástico” y “maravilloso” centro turístico a orillas del Mediterráneo: la “Riviera Trump”.
(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones.
(**) Prof. Adán Iglesias Toledo, Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC. Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero.