El fascismo cotidiano

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Por Carlos Novoa (*)

Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)

 

En sus famosas Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin interpreta la imagen del “Angelus Novus” de Paul Klee como representación simbólica del pasado histórico. El horror del ángel es el horror de sucesivas épocas, cuya contemplación le permite a Benjamin afirmar que “todo documento de civilización es también un documento de barbarie”. 

Pero el horror del ángel evocado por el pensador alemán no era solo ante el pasado, sino también ante el presente. Ante la realidad de una Alemania cada vez más presa de las ilusiones del nacionalsocialismo y de su caudillo principal. ¿Cómo la nación que alumbró a Hegel, a Goethe, a Marx, cayó bajo el control de un narcisista ignorante y se dejó conducir por el camino de la barbarie y la devastación? Esta, quizás, era una de las preguntas que atormentaba a Benjamin en el camino del exilio, al cual nunca llegó. Él mismo fue una de las víctimas del fascismo en la fría frontera entre Francia y España.

Para entender a la bestia fascista, Lukács habló de un “asalto a la razón”, intentando comprender el camino que llevó al triunfo de una perspectiva irracional, racista y supremacista, donde la barbarie se justificaba bajo la forma de un deber sagrado. Arendt, por su parte, hurgó en lo que denominaba “los orígenes del totalitarismo” y para explicar cómo personas comunes pueden llegar a cometer actos terribles, indagó en lo que ella denominaba “la banalidad del mal”.

 

Puede parecer ocioso, a ocho décadas de la derrota definitiva de las hordas hitlerianas por el glorioso Ejército Rojo, reflexionar sobre el nacionalsocialismo, su emergencia y las raíces que explican su desarrollo histórico. Sin embargo, el fascismo, como expresión extrema de los valores del capitalismo en su fase imperialista, dista mucho de ser un fenómeno superado en el presente de la humanidad. Y vemos reemerger sus formas bajo ropajes aparentemente nuevos, pero las mismas esencias permanecen invariables.

Además de los anteriormente mencionados, un material que considero fundamental para entender la naturaleza del fascismo, es precisamente el que le da título a esta nota: El fascismo cotidiano, de Mijail Romm. Este documental fue estrenado en 1965 y consta de dos partes divididas en quince capítulos y un epílogo. Uno de sus mayores méritos es estar construido sobre la base de decenas de miles de materiales fílmicos y fotográficos provenientes de los archivos de la propia Alemania nazi y de materiales capturados por los soviéticos, incluyendo fotografías personales de oficiales y soldados nazis prisioneros o abatidos por las tropas soviéticas.

Este ingente material conforma un excelente cuadro que ayuda a responder, en parte, la compleja pregunta que, con excesivas libertades, atribuía hipotéticamente a Benjamin. Ver cómo un oscuro cabo de la Primera Guerra Mundial ascendió en el convulso escenario político y social de la Alemania de entreguerras, hasta llegar a convertirse en el Führer de un Reich que duraría mil años, ver cómo la gente cotidiana fue aceptando mediante la violencia o el adoctrinamiento la realidad de este régimen, aporta valiosas lecciones para el presente y, más importante aún, para el futuro.

Hitler ascendió explotando la angustia material de la clase media alemana y exacerbando su nacionalismo. Para eso primero debió convencerles de que su problema era el otro: el judío, el extranjero, el inmigrante y que la única manera de detener a ese otro estaba en la política de mano dura. Al aceptar la militarización de la vida, comenzaron a renunciar a su propia libertad. Lo segundo fue apelar al patriotismo y al patrioterismo, rescatando símbolos del pasado histórico para convertirlos en justificaciones del presente. El propio Romm, quien es el narrador del documental, afirma: “El fascismo comienza donde comienza la vanidad nacional”.

Ese imaginario, casi mágico religioso, que conectaba con la religiosidad y las tradiciones populares, fue explotado para presentar a un nuevo mesías, a un nuevo padre fundador, a un descendiente directo de Sigfrido, el mítico héroe alemán. Hitler era el proyecto de la gran burguesía alemana para estabilizar el estado y restablecer sus intereses, fuertemente dañados por la derrota de la Primera Guerra Mundial. Su elevación como caudillo fue el resultado de un proceso prácticamente inevitable, en una sociedad de junkers devenidos industriales, pero sin desprenderse de su espíritu monárquico e imperial.

Para lograr su objetivo, se usaron las herramientas del arte y la cultura. Talentosos artistas, como Leni Riefenstahl y Albert Speer, pusieron su obra al servicio de estos intereses, glorificando desde el cine y la arquitectura al nuevo régimen. Pero también científicos, juristas, políticos, se pusieron en función de desarrollar y justificar las tesis centrales, con las cuáles se construía el nuevo “espíritu alemán”. Los desfiles fueron los rituales que consagraron el mito político del nazismo, tal y como afirma Cassirer y la quema de libros fue la forma simbólica de acogotar el pensamiento crítico, domesticarlo, subordinarlo. Quien se negó a aceptar esto, fue violentamente castigado.

En su documental Romm recrea con abundante material como se verificó este proceso de adoctrinamiento en la sociedad alemana. Y cómo este proceso permitió formar las tropas de asalto que sembraron el terror por toda Europa. Los soldados nazis no solo llevaban fotos de sus seres queridos, sino que coleccionaban como souvenir prendas de sus víctimas o fotos, junto a los cuerpos que habían asesinado, junto a niños pequeños y mujeres, ultimados a quemarropa. “¿A qué punto debe llegar un hombre para conservar estas fotos como recuerdos agradables?”, se pregunta Romm y nos pregunta a nosotros también.

Y la respuesta no es cosa del pasado. En un momento de ascenso de caudillos, aupados por movimientos populares, de trabajadores y gente joven, que se sienten defraudados por el sistema y creen en las promesas de prosperidad y orden conducidas por líderes fuertes, conviene detenerse con cuidado a reflexionar. Esos migrantes que votan contra líderes que una vez en el poder los criminalizan, los violentan, los expulsan; esas mujeres que votan por líderes que luego les quitan derechos, las sexualizan, las condenan a una economía doméstica y reproductiva; los trabajadores que piensan ante todo como individuos antes que como clase y se dejan arrastrar por las promesas de individuos que no son otra cosa que representantes de las élites, ¿son acaso tan diferentes de las y los millones de individuos que, en su época, vieron en Hitler la solución de los problemas de Alemania?

¿Acaso un presidente patriotero, que explota el nacionalismo y promete hacer nuevamente grande a su país, que vota presupuestos récord para el sector militar y bombardea instalaciones nucleares de otros países injustificada e irresponsablemente está tan lejos de lo que pasó en Europa en los años treinta y cuarenta? ¿Acaso su equipo de ultraderecha, donde hay filonazis declarados, halcones y, hasta hace poco, un empresario que en sus momentos de emoción saludaba al mejor estilo “Seig Heil” están tan lejos de los Goebbels, los Goering, los Himler que sustentaron el horror y se beneficiaron de él? ¿Acaso los grandes medios que fabrican noticias y omiten verdades están tan lejos de los aparatos ideológicos del nacionalsocialismo?

Las alertas están. Como advertía Eco, no podemos esperar que el fascismo en la actualidad venga con camisas marronas, esvásticas y cánticos de adoración al Duce o al Führer. Más bien debemos estar atentos a las esencias comunes, a los fenómenos que abren la puerta a que la historia se repita. Ya hemos visto en Europa glorificar nazis y negar la historia. En Canadá el parlamento aplaudió masivamente a un fascista y en Estados Unidos recibieron como un héroe, entre vítores, al carnicero de Gaza, Netanyahu. No estamos tan lejos como creemos.

Y así como antes se quemaban libros, hoy se espectaculariza la realidad, se esconden genocidios y se bombardea al individuo de banalidad, para aletargar su capacidad de pensamiento crítico. Hace dos siglos, el genio español Francisco de Goya nos advertía que “el sueño de la razón produce monstruos”. Es preciso, como humanidad, despertar ahora, cuando aún estamos a tiempo de evitar las tinieblas que avanzan.   

 

(*) Carlos Novoa, escritor y periodista venezolano

(**) Prof. Adán Iglesias Toledo, Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC. Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero.

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