Por Tina Damas (*)
Noticias recientes de los grandes medios de información mundial dan cuenta de violencia extrema en el país antillano:
“El servicio de urgencia que atiende MSF en el corazón de la Cité Soleil es “el único establecimiento de salud que funciona en la zona luego del reciente cierre del hospital Fontaine por plazo indefinido. El hospital Fontaine fue totalmente evacuado el miércoles luego de que violentos choques entre pandillas se dieron frente a las puertas del centro médico, explicó su director. Haití, un pequeño estado insular del Caribe, es presa de la violencia armada de pandillas, que controlan el 80% de la capital, con cifras récord de criminalidad y delitos, según la ONU.
Y ante ello, las incertidumbres que genera la toma de decisiones “emergentes”: “Frente a esta crisis humanitaria, el Consejo de Seguridad de la ONU dio luz verde a inicios de octubre para una misión multinacional dirigida por Kenia para ayudar a las autoridades de policía de Haití.”
Sin embargo, poca información se detiene en un análisis introspectivo sobre Haití, sus heridas y la posición efectiva del mundo para potenciar su desarrollo. Ciertamente Haití cuenta con programas internacionales de ayuda en diferentes áreas y estrategias para intentar revertir su vulnerabilidad estructural, pero en muchos casos, desarticulados entre si y sin visión de cooperación para el desarrollo desde la perspectiva decisoria del país; y por ello, con una falencia de integralidad y de resultados puntuales e inefectivos a largo plazo.
Resaltan las cifras impresionantes de su situación actual: el país más pobre de América Latina, en 2020, la tasa de pobreza alcanzó casi el 60 %. En 2021, más de 4 millones de personas sufrían inseguridad alimentaria aguda; en 2021 con el asesinato del Presidente Jovenel Moïse se deteriora la frágil estabilidad política. Semanas después, un terremoto de 7,2 grados de magnitud causó más de 2 mil muertos y daños por valor de USD 2,000 millones en el sur de Haití. Crece la vulnerabilidad climatológica y se espera que, en los próximos años, las temperaturas aumenten, las precipitaciones disminuyan y los fenómenos climáticos extremos se vuelvan más frecuentes e intensos con un impacto mayor en sus degradados suelos, trayendo más pobreza e inseguridad alimentaria en un ya frágil contexto.
Es cierto, pero mientras los grandes medios nos construyen una imagen de infierno terrenal, poco escuchamos de compromiso internacional de los gobiernos de las grandes economías del mundo hacia el pequeño Haití; no ya como acción humanitaria sino como deuda moral e incluso legal hacia la nación que sembró justicia y en cambio ha recibido el linchamiento “silencioso” por su osadía inaugural.
Con Haití funciona la algazara del silencio: se habla sin parar de sus males pero no se habla de su origen. El pensador haitiano Michel-Rolph Trouillot ha desmontado el relato occidental en torno a Haití: “La Revolución haitiana cuestionó las premisas ontológicas y políticas de la mayoría de los autores radicales de la Ilustración. Los acontecimientos que sacudieron Saint Domingue entre 1791 y 1804 constituyeron una secuencia para la que ni siquiera la extrema izquierda política de Francia o Inglaterra tenían un marco conceptual de referencia. Eran hechos “impensables” en el marco del pensamiento occidental.”
Por ahí hay que empezar porque ese es el origen del silencio cómplice y de la también brutalidad cómplice en la narrativa de “destino manifiesto” que permite al mundo occidental sacar las manos sin un mínimo de sentido de responsabilidad. Ese fue el origen del relato de la algazara, para con él fortalecer el silencio que promueve la depredación y el abandono a Haití. Michel-Rolph Trouillot lo denunciaba sin ambages: “Con el tiempo, el silenciamiento de la revolución se fortaleció por el destino de Haití. Condenado al ostracismo por buena parte del siglo XIX, el país empeoró tanto económica como políticamente, en parte como consecuencia de este ostracismo. Conforme Haití empeoraba, la realidad de la revolución pareció cada vez más distante, una improbabilidad que tuvo lugar en un pasado incómodo y para el que nadie tenía una explicación racional. La revolución que era impensable se convirtió en un no-acontecimiento.”
Mientras que la expresión crisis humanitaria sea la que comande las acciones internacionales en Haití, en discurso cómodo de Naciones Unidas, siguen abiertas las puertas al vandalismo sobre Haití; no el de adentro que protagoniza la algazara, sino el de afuera, el que la depreda en nombre de los derechos humanos; el que la silencia en nombre del colonialismo de siempre. Porque Haití es muy incómoda.
Y como refieren sus brillantes pensadores: “El silenciamiento de la Revolución haitiana es solo un capítulo dentro de la narrativa de la dominación global. Es parte de la historia de occidente y es probable que persista (…) mientras que la historia de Occidente no sea recontada de modo que presente la perspectiva del resto del mundo.”
(*) Tina Damas, periodista, escritora y fotógrafa mexicana de la 4T