Confieso que estuve

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Por Darío Rodríguez

Me arrimé al Mate Amargo, mientras estudiaba Ciencias de la Comunicación (CC), a instancias del periodista y compañero Aníbal Paiva que ya escribía en la publicación. Corría el año 87, si no me traiciona la memoria.

En los inicios redactaba algún “suelto”, “pastillita” como forma de iniciación. Venía de la experiencia, en las postrimerías de la dictadura, del semanario Dignidad.

El Mate funcionaba (creo) en un par de apartamentos en la ciudad Vieja, en la calle Bartolomé Mitre. Recuerdo un día sábado, a un hombre alto, barba blanca, cara de niño, manos en sus bolsillos con el dedo gordo fuera, esperando parado en el hall. Me pareció inmenso. Era Raúl Sendic, quien publicaba didácticas columnas y andaba por allí. Eran épocas, -finales de los 80-, fermentales, donde el Mate Amargo era referencia, se leía en abundancia, periodistas hacían cola para participar del proyecto y tenía un destacado rol periodístico Luciana Possamay. Aquel Mate tenía una pléyade de periodistas y colaboradores por doquier, parecía una publicación diaria.

El Mate (“es para todos” decía un latiguillo), fue acompañando, a su manera, el devenir de la realidad nacional y de la izquierda en particular. Órgano oficioso del MLN en ese entonces se caracterizaba por denunciar los enjuagues de los grupos económicos, opinar sin complejos, marcar agenda y llegar a amplios sectores de la sociedad, incluyendo localidades extramuros.

Progresivamente, mientras avanzaba en los estudios, y en otros menesteres, asumía mayores responsabilidades. Las direcciones, con compañeros de la organización, fueron variadas y de perfiles distintos. Recuerdo a Piccardo, Huidobro, López Mercao, Zabalza, Bonomi, con quien interactúe más. (Siempre los anuncios de cambio generaban nerviosismo) Tuve la posibilidad de estar bajo la égida del maestro Carlos Núñez, -en la casona de Gaboto y Rodó-, fuente permanente de conocimiento. Intentábamos absorber todo. Siempre se suscitaban discusiones por, eventualmente, cambios en notas fruto de la corrección o por diferimento de un material.

Entre los hitos que pasaron por sus páginas, además de infinidad de protagonistas, se pueden marcar recolección de firmas y posterior plebiscito sobre ley de caducidad, (recuerdo nuestro caminar abatido, con Aníbal Paiva, sobre una 18 de julio desierta la noche que supimos que se ratificaba la ley de impunidad), asunción de la izquierda a través de Tabaré Vázquez, por primera vez, del gobierno de Montevideo (y sus posteriores escaramuzas), -antes la labor de la coordinadora antirazzias contra el gobierno de Sanguinetti-, la defensa de las empresas públicas, reflejo de la discusión por la reforma jubilatoria (hoy vivimos un remaké), la irrupción de CX 44, la “radio de la gente”, la feroz represión del lacallismo en el Hospital Filtro, donde ciudadanos vascos esperaban ser extraditados, el ingreso de la organización a la actividad parlamentaria. La partida de Sendic…

La década del 90, hasta el cierre, fines del 99, transcurrieron en el viejo local de Tristán Narvaja y en el local de Nueva York y Av del Libertador. En los primeros años de esa década vimos la progresión tecnológica, entre ellas la irrupción de la telefonía celular y el avance del FA. En aquellos años de furor neoliberal hacer periodismo era, además de una decisión política que daba continuidad a otros aportes, un enorme esfuerzo que, sin el apoyo de una enorme cantidad de gente hubiera sido materialmente imposible. No siempre se disponía de las mejores condiciones desde todo punto de vista, lo que era suplido con esfuerzo y sacrificio. Por esto y otras razones pasaron muchos compañeros por el Mate Amargo que participé.

En este ejercicio de la memoria uno tiene dudas, particularmente cuando nombra protagonistas, de olvidarse de algunos. El Mate de entonces dio participación a estudiantes de CC, cuando dicha carrera no “tenía buena prensa” y eso no era tan común. De esa apertura surgió, por ejemplo, un entrañable lascanense, Víctor “Pucho” Silva, con posterior vuelo académico en varios países, que se fue tempranamente, y Luis Rómboli redactor de La Diaria.

La experiencia que viví la rememoro como un acumulado de saberes (hasta tuve una denuncia por difamación e injurias, pero conté con eximio respaldo legal y acompañamiento del entonces director responsable, nada más, que…Julio Marenales); fui citado por la Junta Departamental canaria para que revelara fuentes sobre una denuncia. Incluso mandaron oficio y Fernández Huidobro, -una excelente pluma-, desde su columna, con el tema se hizo un picnic.

Las reuniones de redacción muy animadas por directores (recuerdo en eso a Zabalza) y las tertulias entre nosotros eran verdaderas escuelas. Aunque a veces se hacían poco operativas, en las reuniones de redacción se analizaba el número que había salido, se proyectaba el siguiente y se asignaban tareas; todo bastante colaborativo. Decirlo ahora suena a anacronismo, pero navegábamos entre las máquinas de escribir y alguna computadora. Así era la cosa.

Era proverbial un Julio Toyos, picoteando el teclado, cerrar a puro tac tac, la vida de los barrios, “casi un análisis de coyuntura”. Incorporamos en esta crónica los finos análisis sobre política internacional de Raül Adolfo Wadic, quien, hasta ingresar a la redacción, era el Cabeza Márquez, degustador de habanos o la incipiente aparición de ls temática de género (o ambiente) que, en oportunidades, lo introducía la pluma de Margarita Ferro. Se recuerdan las llegadas a última hora del querido Jorge Ronco Velázquez con su nota doblada en un pequeño bolsito y escuchando radio en un mediano adminiculo.

A juicio de olvidarme de compañeros y episodios, siempre vale comentar la interacción y discusiones con los correctores (Ana Paysse, Negro Maidana, -que se jactaba de haber compartido redacción y haber sido amigo de Osvaldo Soriano), Raquel Dupont-, una institución en el Mate y sobre la cual habría mil anécdotas-, Sysbel López) Siempre se suscitaban discusiones por, eventualmente, cambios en notas fruto de la corrección o por diferimento de un material. Incluido algún alejamiento.

Los cierres generaban cosas insólitas como confundir, en una nota, Atahualpa Yupanqui con Del Cioppo o que un “armador” (diseñador) -hay que reiterar que se editaba en papel- en pleno trabajo dijera, “ya vuelvo” y hoy lo siguen esperando.

Para hacerle honor a las redacciones, siempre había rituales: por ejemplo, cobrar los viernes -tras “arrancarle los pesos” a José Fernández (otro entrañable de tantas anécdotas)- y terminar en el Bar la Tortuguita varios de nosotros.

Es cierto que, en ocasiones, la presencia del Mate o sus periodistas incomodaba, pero -incluida gente del statu quo- generaba respeto.

Quiero cerrar con una anécdota que vincula a Bonomi, -quien futbolísticamente era un virtuoso, doy fe-, siendo el director y nosotros una especie de editor/secretario de redacción. Era normal que un compañero se le apersonara para plantearle la realización de una nota o entrevista y le describiera la importancia de la misma en 10/15 minutos con más o menos lenguaje barroco. A veces, el periodista sobreabundaba, una suerte de “darse dique” por el material que elaboraría. El Bicho Bonomi, con parte de su pelo cayendo sobre uno de sus ojos, escuchaba, generalmente parado y con sus manos entrelazadas y con absoluta sobriedad concluía: “hacela”.

Proverbiales eran, en Tristán Narvaja, las corridas desde la entrada al local hasta la redacción, del Negro Viñas avisando la llegada de alguien para la redacción.

Confieso que estuve esa quijotesca experiencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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