Colectivo Histórico “Las chiruzas”
En vísperas de un nuevo 10 de setiembre, fecha de la puesta en marcha del Reglamento Provisorio para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus Hacendados -mejor conocido como el Reglamento de Tierras impulsado por el proceso artiguista-, y en momentos en que el gobierno propone alimentar la contradicción pobres de campo-pobres de la ciudad, desfinanciando el Instituto Nacional de Colonización…bien viene repasar el Proyecto Político Artiguista hecho carne en uno de sus principales reglamentos.
Porque, como decían las profesoras Melba Píriz y Margarita Ferro: “Es en función de la riqueza de la experiencia artiguista como generadora de poder popular que se perfila como valioso todo intento de insistir sobre ella.”(1)
El arreglo de los campos pero no de las relaciones
La política agraria de la Corona española tendía a promover la producción agrícola y ganadera como fundamento de la propiedad. Los pobladores de Indias, pronto desbordaron los lindes asignados por las disposiciones legales para las unidades agrarias, repartidas o concedidas, gestándose rápidamente el fenómeno del latifundismo.
La dilatada posesión territorial constituía, pues, base importante en la opulencia del patriciado americano, que habrá de conducir los destinos de la Revolución, y que contribuye a dar a este singular estamento de la sociedad criolla, de mentalidad liberal, burguesa y mercantil, engañosos rasgos feudales.
El programa agrario del artiguismo, al igual que el de Bolívar, buscaba otorgar a la tierra un fundamento de interés económico (aumento de la productividad) pero también de interés social (al condicionar la permanencia del titular a la explotación de los predios en términos perentorios)
Petit Muñóz sostenía que atrás de Artigas había una “masa sedienta de justicia”, buscando recuperar los “derechos históricos” que les pertenecían más que los dados a algunos hombres mediante un pago de dinero. Lo que Lenin llamaba el “camino norteamericano” se abría paso en el país en el curso de una revolución radical. Por primera vez, miles de hombres comenzaban a comprender que la tierra no tenía por qué ser fruto del privilegio colonial, ni la prenda del caudillo ensoberbecido en su poder.
Había que fundar una nación y con ella un ciudadano. La Revolución tenía la necesidad de constituir la base social, y no bastaba con sostener las relaciones de dependencia de la colonia. El Reglamento indica una política que establecería otro sistema de relaciones del hombre con la tierra, pero a la vez cambiaría la relación de los hombres entre sí: “…la propiedad de la tierra ya no hubiera sido el fruto de la dependencia personal sino el modo jurídico correspondiente a las relaciones sociales de igualdad nacidas entre propietarios libres.”(2)
¿Botín de guerra o herramienta para la construcción de una nación?
El Reglamento fue un durísimo instrumento político y revolucionario con un claro acento social y económico, castigando a los enemigos de la revolución y acogiendo como beneficiarios a todos los patriotas: “Aquellos gauchos, indios o esclavos alzados, de bota de potro o pies descalzos a menudo sin más propiedad que sus destrozadas camisas y chiripas raídos, la lanza, el facón y el caballo confiscado, habían contribuido a la revolución con lo único que poseían, jugando sus vidas ‘por la patria’. Con ellos soportó Artigas los lances de la guerra y del Éxodo. A ellos quiso recompensar integrándolos a la tierra.”(3) Por eso dice Zubillaga que el Reglamento de 1815 “regula la propiedad dándole un carácter estrictamente social y haciéndola jugar a manera de nivelador de las desigualdades económico-sociales, todo ello subordinado al triunfo del movimiento emancipador.”(4)
Ataca los problemas de la sociedad criolla, el problema de la propiedad de la tierra y de la producción ganadera, buscando asentar a los pobres del campo para erradicar el vandalismo y el contrabando: “…el Reglamento se agitaba como un cuerpo de disposiciones sabio, realista, y perfectamente consustanciado con la realidad social y material sobre la que se aplicaba.”(5)
No buscaba confiscar todos los grandes latifundios porque la revolución no se proponía eliminar sus aliados potentados en la lucha contra el centralismo porteño y el poder portugués, ni tampoco esto era necesario para los fines que se proponía el reglamento. Tampoco se buscaba una venganza, porque inclusive a los hijos y mujeres de los “malos europeos y peores americanos” se los tendría en cuenta en los beneficios del mismo.
Con la vieja concepción hispánica del colono-soldado, aplicada en diversos planes de defensa de la frontera, estableciendo un orden de agraciados en el que se tuviera en cuenta que “los más infelices” fuesen “los más privilegiados”.
En un mundo donde la concepción dominante de la justicia era privativa de las clases terratenientes y europeizadas, aliadas al imperio de turno, el reglamento impone una justicia social que beneficia a los más infelices. Tanto en las bondades del reglamento como en la aplicación del mismo, jerarquizando actores sociales representantes del pobrerío de la campaña. Tal es el caso de Encarnación Benítez, un negro liberto, a quién le encomienda la puesta en práctica del reglamento, debiendo éste discutir y coordinar las acciones en calidad de General con el Cabildo de Montevideo.
Desandando caminos
La lucha del pueblo artiguista se enmarca en las condiciones objetivas de la formación económico-social en que está inserta. Cuando hablamos de formación económico-social, nos referimos al carácter de una sociedad, su estructura, la división en clases, las relaciones entre ellas, su régimen político, las concepciones y las ideas que existen en ellas, determinado todo esto por el modo de producción imperante.
El antagonismo entre los intereses de una clase que buscaba adquirir poder y prestigio, reproduciendo a menor escala las mismas relaciones de dominación que los imperios centrales imponían a los territorios, con un pueblo que despertaba al sentimiento de su liberación, forma parte de la dialéctica característica de todos los procesos de emancipación iberoamericana (es decir, aquellos países que estuvieron bajo dominio español y portugués). Y en nuestro territorio el enfrentamiento incluso podía referenciarse geográficamente: el mundo interior, criollo e indio, contra el mundo del puerto y el racionalismo ilustrado y mercantil. El mundo de la comunidad mestiza y “anárquica”, contra el orden estamentario del blanco, “liberal” y “civilizado”.(6)
Aquellos que combatieron al artiguismo, mucho más que a Artigas, volvieron a hacerse presente en nuestras políticas durante el Primer Colegiado Blanco. Cuando a pesar de contar con 12 mil solicitantes de tierras, el Instituto Nacional de Colonización apenas tuvo recursos para comprar 913 hectáreas en 1959, 98 hectáreas en 1960 y ya para 1961 no pudo comprar más. Luego de 9 décadas de supremacía colorada, el Partido Nacional ingresaba al gobierno para dar rienda suelta a las cartas de intenciones con el FMI y al desmantelamiento -justamente- de “lo nacional”. Hoy volvemos a tener un gobierno nacionalista después de muchísimo tiempo y sus intereses parecen no haberse movido ni medio centímetro…no hay plata para políticas de tierra, no hay plata para asentar al pueblo que quiere quedarse en el campo y trabajarlo.
Por eso tenemos que hablar de Artiguismo más que de Artigas. No solo para identificar la construcción de las políticas que se intentaron llevar a cabo, el pueblo que las propuso y las defendió, sino también quienes se opusieron, el por qué de los resultados, el por qué de algunas situaciones. Porque la historia nos demuestra que siempre vuelve a repetirse, si se dan las condiciones.
Pero, y si los intereses de los grandes dueños de las tierras vuelven a querer aplastar las ideas de nuestra revolución fundante, volverá también la necesidad de juntar a las clases sumergidas, a los que solo tienen su fuerza de trabajo (cómo si fuera poco!), a los que no tienen más cuadrilla que su propia familia, y volverá la necesidad de poner en práctica los ideales artiguistas para desplazar a los que jamás bajaran a Artigas del cuadro en su coqueta oficina.
NOTAS
1) Germen Nº1
2) Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala de Tourón. La revolución agraria Artiguista (1815-1816).
3) Ana Frega y Ariadna Islas. Nuevas miradas en torno al Artiguismo.
4) Carlos Zubillaga. Artigas y los derechos humanos.
5) Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala de Tourón. Artigas: tierra y revolución.
6) Barrán, José Pedro y Nahum, Benjamín: Bases económicas de la Revolución Artiguista