Cuando el silencio dice

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@mateamargouy

David Graña

El pasado mes de mayo nos dejó físicamente León Martinez, militante de todas las horas, luchador social y referente en su barrio de toda la vida: Paso Carrasco desde aquí saludo a su familia y te agradezco León los hermosos momentos compartidos que guardaré en la memoria de mi corazón. 

Hasta la victoria siempre

Existen muchas maneras de afrontar una pérdida: podemos ver en ella una oportunidad para florecer, tomar nuevos rumbos o simplemente crecer interiormente desde la reflexión, también podemos elegir otro camino: dejar que se nos derrumbe encima y nos sepulte en el infinito vacío que deja y parece no llenarse con nada.

¿Debemos llenar el vacío de una pérdida?

¿Es correcto pensar en la metáfora de que cada pérdida deja un hueco?

Pienso en la arquitectura de la edad media donde las paredes solían tener apenas pequeñas ventanas en inmensas y gruesas paredes bajo la errónea idea de protección ante posibles ataques al precio de crear espacios fríos y lúgubres donde las personas se condenaban a vivir sus vidas. La falsa seguridad de librarse de un hipotético ataque futuro era construir y vivir en celdas creadas por ellos mismos.

En la evolución de la arquitectura soplaron vientos de cambio, y las ventanas, esos huecos que nos llenan de luz, aire fresco y paisaje comenzaron a tener la importancia que les corresponde.

Así somos un poco las personas también, hay personas pared, frías, duras y gruesas, tan llenas de roca que no cabe nada dentro de ellas, ni siquiera el aire. Hay también personas ventana, que se abren de par en par para darle a otros luz y tamizar la tibieza del exterior.

Esto David Bronstein lo sabía bien, lo había internalizado, el llamado «campeón sin corona» siempre había elegido ante las vicisitudes de su vida ser una ventana a los otros.

Nacido en Bila Tserkva en las afueras de Kiev  en la actual Ucrania en 1924. Aprendió a jugar al ajedrez a los seis años. En una década fue uno de los mejores jugadores ucranianos, cuando era adolescente quedó segundo en el Campeonato Ucraniano de Ajedrez de 1940 detrás de Isaac Boleslavsky. La actuación le valió el título de Maestro Soviético.

Dueño de un juego original e imaginativo desbordaba creatividad. Estas particularidades lo hicieron cargar con el estigma de oponerse a la hegemonía de la escuela Soviética de Botvinnik  características como la exhaustiva preparación de aperturas, el estilo altamente dinámico en el tratamiento de las posiciones y la agresividad contrastaba con el juego de Bronstein.

Aún así supo hacerse de un lugar más que relevante en el ajedrez soviético.

Su primer éxito en un torneo de categoría internacional llegó en el Interzonal de Saltsjobaden (1948) en el que se clasificó para el Torneo de Candidatos de 1950 en Budapest, superando a Isaak Boleslavski. En este período, su juego mejoró notablemente y en 1951 disputó frente a Mijaíl Botvínnik el encuentro por el Campeonato del Mundo.

Estuvo a punto de ser campeón cuando empató frente a Mijaíl Botvínnik, el poseedor del título. De acuerdo con las reglas de la FIDE de ese momento, en caso de empate el campeón retenía el título lo que termina beneficiando a Botvínnik que retiene el título y dejando a Bronstein en la puerta de la gloria.

Esta derrota se convirtió en un fuerte trauma emocional para Bronstein,  nunca volvió a clasificar para disputar el campeonato mundial.

Todos recordamos sus gestos humanos, su buen humor y su humildad, van un par de anécdotas que lo pintan de cuerpo entero: Una vez tardó 40 minutos en realizar el primer movimiento de una partida. Cuando Boleslavski, su rival, le preguntó el motivo, Bronstein respondió: «Hasta que logré recordar dónde había dejado las llaves de mi casa no pude lograr la concentración necesaria para mover mi peón de rey».

Ese Bronstein es el mismo que le dijo a Bobby Fischer: “¿por qué lloras por una partida? A mí me obligaron a perder el Campeonato del Mundo». El sensible David Bronstein trataba de consolar a un inconsolable Bobby Fischer después de que el campeón estadounidense perdiese una partida con el ruso Borís Spasski en el torneo de Mar del Plata de 1960.

Fue el único gran maestro soviético que se negó a firmar una carta de condena de su colega disidente y «desertor» Víktor Korchnói, cuando éste decidió no volver a la URSS tras el torneo de Amsterdam de 1976.

También fue primero en inventar los relojes con tiempo adicional y el Ajedrez de Fischer, fue el primero en apreciar el juego del ajedrez rápido y el blitz y el primero en competir contra una computadora.

Sus aportes al ajedrez tanto en literatura sobre aperturas como sus maravillas dentro de las 64 casillas serán siempre recordadas como una huella indeleble -al igual que su humildad y su simpatía- porque el que vive haciendo lo que le gusta a pesar de los tropiezos está inexorablemente destinado a perdurar en la memoria colectiva.

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