Dividir para reinar

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@mateamargouy

Monarcas y dictadores entre otras cosas comparten una misma condición, en ambos existe la convicción de que se representa a la totalidad de la masa. La «representación», en estos casos no solo es unipersonal, sino también universal y unidimensional. Vale perversamente decir, «yo represento al pueblo, a todo el pueblo, porque en mi se representa y encarna su visión y su idea».

En las repúblicas democráticas teóricamente las cosas deberían de ser distintas. Debería de existir y respetarse la diversidad en la percepción de realidad, en las formas de vida, en los valores éticos, en los sentires y en las visiones de mundo.

Esto debe reflejarse en la libre expresión de esas concepciones en los campos sociales, culturales, económicos y político-ideologicos teniendo cómo eje central la libertad que se logrará solo con la plenitud y el respeto a la vida en las decisiones de las grandes mayorías contemplando también a las necesarias minorías.

Los equilibrios a la hora de aplicar políticas deben incluir diferentes visiones velando siempre por el interés general.

A la peligrosa convicción de ser patrono de los valores válidos le acompaña siempre la soberbia necesaria que permite gozar de tales convicciones.

Decíamos que, en teoría, las repúblicas deberían ser distintas a los regímenes absolutistas en sus formas de gobierno, esto incluye las dimensiones políticas, culturales, económicas y sociales. En conjeturas, los gobiernos de las repúblicas deben velar por el bienestar general de las masas y ser respetuosos de esa diversidad que en general enriquece.

El Uruguay de hoy demuestra que las teorías en ocasiones prescinden de sus enunciados o éstos se transforman en la práctica. El ejecutivo en general y el Presidente en particular ven «Un solo Uruguay», incluso cuándo finge enfrentarse con esas visiones.

En el espectro más político, se desconoce que en una primera instancia el 40% y, en una segunda instancia casi el 50% de la población eligió otra alternativa totalmente distinta a la que resultará vencedora. No abre diálogo, no escucha propuestas y en forma constante confronta y desmerece, en la convicción de que su visión es la única valedera. El gobierno no apuesta a la unidad sino a la división. Parece estar en guerra y queriendo ganar todas las batallas. Así actúa no solo el Presidente sino también buena parte de su ejecutivo y varios de sus legisladores.

Por si fuera poco, cumple además con las características de un gobierno absolutista que maneja la información y la desinformación con las mismas técnicas de psicología de masas que los gobiernos autoritarios de primera mitad del siglo XX. Sugestión, contagio, verdades a medias, mentiras, miedo, información fraccionada, demagogia falta de profundización, centralización en las figuras y colaboracionismo de parte de los medios masivos de comunicación son cosa del día a día. La técnica es la misma potenciada por nuevas herramientas y corre para los diversos temas, el manejo de la pandemia, la negligencia y el clasismo en las políticas públicas, la restricción en políticas económicas, la simulación de actos delictivos en actores de gobierno o el desprestigio a colectivos sociales y políticos que no representan su idea, en todos los casos se aplica psicología y técnicas del manejo de masas que es además de irrespetuoso, inescrupuloso y socialmente destructivo.

En lo social y lo cultural no se comprende, se desestima, se desprestigia y desaprovecha las riquezas y acervo que el Uruguay ha históricamente construido. No se acepta lo distinto y no casualmente se hace gala de un accionar divisionista autoritario al cuál se vende como asumir «responsabilidad» y «trabajar con rumbo preciso».

A meses de asumir el mismo puede afirmarse que el posicionamiento del gobierno es monárquico e irrespetuoso. El Presidente solo parece ver la realidad que vive o la que le parece a él que se vive y lo que es peor, cree que casi la uninanimidad del Uruguay se refleja en ella. El Presidente hegemoniza desafía y muestra que no es democrático ni republicano.

Además es unidireccional, falta el respeto pero lo exige.

Una puntualización más que directamente nos compete: puede afirmarse que con éxito, logra seguido que todos y todas entremos en su juego olvidando lo que sucede y analizando la realidad con sus ojos.

Y allí estamos, enfadados por el «hola chicas», las repulsiones clasistas del diario El País y la aclaración de si es calle o duna. Hedonismo narcisista y culto al cuerpo mediante (con los problemas sociales y la infelicidad que para mucha gente trae), el Presidente puede andar haciendo surf, mostrar los «tubos» de un cuerpo trabajado en gimnasio y la buena onda de las bermudas floreadas.

El problema no es con el surf, menos con los surfistas, sino con la perversidad egocéntrica, univisional, monárquica, clasista e irresponsable del Presidente y su séquito de gobernar como si todo el mundo gozará de la playa y viviera montando olas.

 

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