¿La zozobra?

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@mateamargouy

Denis Merklen
Profesor de sociología, IHEAL

En este mes de diciembre nos habita la palabra española “zozobra”. ¿Habla bien de lo que nos está pasando? La palabra no es fácil de traducir al francés. El Larousse ofrece “angustia” (angoisse). Mientras tanto, Reverso ofrece “ansiedad” (anxiété) y con menos frecuencia propone “naufragio” (chavirement), que se refiere sin embargo al origen naval de la palabra. Zozobra viene de la lengua de los hombres del mar, al igual que riesgo, cuyo origen también es español. En su origen, el riesgo se confunde con el risco, la roca que se debe evitar para no hundirse. El peligro objetivo y la ansiedad que produce están naturalmente vinculados. El Diccionario de la lengua de la Real Academia Española dice respecto a zozobra: “Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece”, y recuerda luego el origen de su significado: “estado del mar o del viento que constituye una amenaza para la navegación¨.

En el Instituto de altos estudios de América latina (IHEAL) en el que enseño, 2019 ha sido un año de confrontación con numerosos riscos, de movimientos atormentados de las aguas, de vientos que sacuden al mundo alrededor de la institución y a las sociedades sobre las que investigamos y reflexionamos y de las cuales formamos parte. Pensamos intensamente en la grave crisis económica que amenaza a la Argentina desde 2017 y que encuentra un esbozo de salida política con la elección de Alberto Fernández en octubre pasado. ¿Encontrará el nuevo gobierno el espacio necesario para sortear la emergencia financiera y luego relanzar la actividad económica y detener la ruptura que amenaza a la sociedad de los argentinos, fuertemente dividida en dos? Tenemos la esperanza de que así sea; pero desde ya debemos detenernos frente al carácter ejemplar de la salida institucional que, por el buen desarrollo de las elecciones, de la transferencia del poder, del establecimiento de la nueva legislatura, parece una hazaña colectiva si comparamos esta situación con la de otros países de América Latina. Algo similar observamos en Uruguay donde, ese mismo domingo de octubre, la izquierda del Frente Amplio perdió las elecciones que devolvieron el poder a una coalición de derechas tras 15 años de gobiernos progresistas. En el “paisito”, las instituciones resultaron intactas, lo que no es poco, incluso en este país donde tenemos la impresión, a veces equivocada, de que las aguas siempre están tranquilas. En un contexto que sorprende al resto de los latinoamericanos tanto como a los observadores internacionales, la derrota del partido de Tabaré Vázquez y José Mujica obligará a la izquierda a pensar en las causas de su caída y en las condiciones que puedan llevar a su reconstrucción. Tal vez tan urgente pensar en ello como en la resistencia al neoliberalismo anunciado por el presidente Lacalle que amenaza así al Estado social recientemente reconstruido.

Un enemigo destructor despierta reflejos emocionales y atiza una movilización que dificultan la reflexión colectiva y la elaboración política. ¿Cómo no pensar en lo que llevó a Jair Bolsonaro al poder en Brasil? ¿Cómo no ver la trágica situación por la que atraviesa Bolivia y con la que nadie puede satisfacerse? La denuncia de las atrocidades cometidas después de la caída del gobierno del MAS y de Evo Morales, transformadas inmediatamente en un golpe de estado, nos compromete y no dejan lugar para la menor reserva. Al contrario de lo que se observa en las dos orillas del Río de la Plata, en esta parte de los Andes las peores fuerzas desatadas desde Santa Cruz destruyen las instituciones y la ley, y con ellas, la democracia. ¿En esta emergencia, cómo darse el espacio de pensar qué fue aquello que, en el período 2006-2019, condujo a la situación actual? Con la misma amargura observamos la represión que cayó sobre la protesta ecuatoriana en octubre tras los acuerdos del gobierno con el Fondo Monetario Internacional y la posterior liberalización de los precios de los combustibles. Puntos de inflexión y regresiones políticas que requieren condena pero que nos obligan a la investigación, al análisis, a la reflexión si queremos salir de la perplejidad y hacer que el presente sea inteligible.

Menos sorprendente, aunque no por ello menos condenable, es la violenta represión con la que el gobierno de Sebastián Piñera respondió a la revuelta popular que está sacudiendo a Chile, suscitada por un aumento en el precio del boleto de metro. Las numerosas movilizaciones, incluida la de los estudiantes que solicitaban educación superior gratuita a Michèle Bachelet, permiten ver el agotamiento del consenso post-dictatorial que hasta ahora había dado razón a la razón neoliberal, respaldada por un crecimiento en el PBI que ocultó las enormes y exponenciales desigualdades. La movilización y las demandas polimorfas (pensemos en el movimiento feminista encabezado por la juventud) revelan el telón de fondo de una “modernización excluyente” (utilizando la fórmula con la que Alberto Barbeito y Rubén Lovuolo caracterizaron a la Argentina de Carlos Menem): permitió quizás el crecimiento del PBI que es el fruto del capitalismo liberado y desenfrenado, pero hizo imposible la construcción de una integrada sociedad de semejantes.

¿Cómo no experimentar este sentimiento de zozobra cuando vemos a los gobiernos servirse del aparato represivo del Estado para someter a las protestas sociales; cuando la violencia ilegítima del Estado se ejerce brutalmente contra sus propios ciudadanos y empuja la democracia al abismo? ¿Cómo no ver la derrota de las instituciones políticas y el triunfo de los aparatos y de la fuerza que protege a los poderosos? Parece que la democracia del siglo XXI ha encontrado los dogmas que le imponen su límite: la acumulación y el consumo.

Pero nuestra preocupación de fin de año no sólo proviene de América latina. Igualmente inquietante es la marcha de la situación política en Francia. La aparición del movimiento de los “chalecos amarillos” ha sacudido al espacio político y al gobierno francés, que también ha respondido con violencia estatal. La Unión Europea y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas han condenado el uso por parte de la policía de armas de represión prohibidas en muchos otros países (como los LBD). Tenemos miles de arrestos, decenas de mutilados, encarcelados y de leyes liberticidas aprobadas una tras otra. En este clima, el conjunto de reformas sociales emprendidas por el presidente Emmanuel Macron ha despertado una fuerte oposición social. 

Las manifestaciones contra el proyecto de reforma de las jubilaciones condensan un descontento de larga data. Sobre todo porque la profundidad de la revolución conservadora y liberal emprendida afecta a todos los pilares que estructuran la sociedad francesa. Desde el Código Laboral hasta el seguro de desempleo, desde la liberalización de la compañía ferroviaria hasta la reforma del sistema de jubilaciones, desde injusticia impositiva hasta la reforma del bachillerato y el intento de hacer que la universidad sea paga para los estudiantes no europeos, de la llamada reforma de “Parcoursup”, que devuelve a las universidades la capacidad de seleccionar a sus estudiantes rompiendo así con el principio de acceso irrestricto, al proyecto de reforma de la educación superior y la investigación, a la asfixia del servicio público, incluido los hospitales y las instituciones destinadas al cuidado de las personas mayores que muestran un sufrimiento hasta ahora desconocido para el sistema social francés. Francia se mira a través nuestro en su espejo latinoamericano para ver el destino común de los gobiernos que deciden emplear el aparato estatal para someter a los movimientos sociales. El lugar de los tecnócratas en la democracia, al menos en los casos de Chile y Francia y en el pasado de la Argentina, debería ser el tema de atención de nuestras investigaciones. 

En este contexto se produce el traslado del IHEAL a sus nuevas instalaciones del Campus Condorcet en el norte de París. Nuestra comunidad ha acogido con esperanza la finalización de un proyecto que nos brinda una infraestructura mejor y más moderna, que nos proporciona medios para dar la bienvenida a nuestros estudiantes, nuestros colegas invitados y, en última instancia, mejores condiciones de trabajo que las que disponemos en el centro de Paris. Construir un gran espacio dedicado a las ciencias sociales de escala europea es esperanzador. Sin embargo, ese proyecto arquitectónico y urbano en el que estamos empezando a vivir, el del Camps Condorcert, promueve una idea de universidad que estamos lejos de compartir. Debemos cuestionar la vida universitaria en la que participamos, en particular con respecto al lugar de la universidad en la ciudad. Esta mudanza nos aleja durablemente de la concepción francesa de la universidad en la ciudad para avanzar hacia la idea del “campus”, que es hija de otras tradiciones que se prefieren el aislamiento de quienes piensan. ¿Estamos participando en un proyecto esencialmente dirigido a la influencia internacional de las ciencias sociales o estamos construyendo una universidad que participe de la vida social, cultural y política de la sociedad francesa? ¿Con quién hablamos y a quién de dicamos nuestro trabajo? El tema de la planificación urbana es central desde el momento en que dejamos los distritos ricos de Saint-Germain-des-Prés para establecernos en el departamento más pobre en las afueras de París. ¿El Campus es un proyecto de enclave en un territorio ajeno o se trata de un esfuerzo de integración con esta fracción de las clases populares? 

Nuestra zozobra tiene su origen en la entrada de la política en la universidad. Los investigadores tenemos siempre el reflejo de cerrar la ventana para evitar el ruido y proteger el silencio propicio para nuestro trabajo y nuestras discusiones. Pero la política siempre entra al claustro, como suave rayo de luz o como agresiva tempestad. Mientras escribo estas líneas, el “asunto Sandoval” nos trastorna y abre un abismo de preguntas profundas. Mario Sandoval es un ex oficial de policía, agente activo de la dictadura militar argentina (1976-1983) acusado de haber reprimido en la aterradora Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y de ser responsable de más de 500 casos de “desaparición”. Es decir, secuestro, tortura y asesinato seguidos de la ocultación de los cuerpos, la mayoría de los cuales fueron arrojados a las aguas turbulentas del Río de la Plata. Sandoval participó luego activamente en la guerra civil colombiana en grupos paramilitares y fortalecido por esta experiencia logró ser empleado por el Elíseo, bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy. Y como si fuera poco, entre 1999 y 2005, el torturador enseñó en IHEAL, fue nuestro colega y participó en la formación de jóvenes estudiantes interesados ​​en América Latina y en el aprendizaje de las ciencias sociales. ¿Cómo fue posible? ¿De qué apoyos individuales o redes de contactos pudo beneficiarse un torturador de la dictadura argentina, establecido en Francia a mediados de la década de 1980, para enseñar en numerosas instituciones públicas y privadas? ¿Cómo explicar que pudiera estar tan cerca del centro del poder a mediados de los años 2000, cuando su identidad y su acción ya eran conocidas? Finalmente, en diciembre de 2019, Francia autorizó la extradición del oscuro ex agente y oficial de policía que permitirá a la justicia argentina establecer la verdad de los hechos que se le acusan y, si es necesario, condenarlo por sus crímenes. Mientras tanto, estamos en la más terrorífica zozobra. El caso por el cual se juzgará a Mario Sandoval y que dio lugar a su extradición, es el secuestro y la desaparición de Hernán Abriata, un estudiante de arquitectura de la Universidad de Buenos Aires.  Afortunadamente, todavía podemos confiar en la institución judicial. 

¿Entonces, zozobra o fluctuación? Después de todo, esta última palabra responde a su raíz latina “fluctuat“, presente en la devisa parisina “fluctuat nec mergitur” –zozobra pero no se hunde, que se refiere a la influencia producida por las olas, que le brinda tanto a “fluctuar” como a “zozobrar” su contenido metafórico de variar en sus posiciones, dudar e incluso pasar de una alternativa a otra. El Centro Nacional de Recursos Textuales y Léxicos de Francia cita un Tratado de Sociología de 1968 que en su página 144 dice que “los carácteres de la experiencia moral fluctúan tanto en función de las sociedades globales, los grupos, las clases sociales, que de acuerdo con las manifestaciones de la sociabilidad”. Por lo tanto, no es sorprendente que los investigadores y académicos fluctúen para no hundirse o zozobrar frente a las tormentas que los sacuden. Y qué alegría cuando los vemos movilizarse o incluso agitarse ante el peligro. Porque también está con nosotros toda la fuerza de las movilizaciones colectivas y de las instituciones que resisten las tentaciones conservadoras. Tal vez sea hora de recordar que la historia no es inevitable y que el futuro no es un destino que nos debería contar el profeta o el tecnócrata para imponérnoslo con mayor facilidad.

© IHEAL-CREDA 2019 – Publicado el 20 de diciembre de 2019 –  

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