Reseña
El 1º de marzo de 1985 asumía la Presidencia, luego de trece años de dictadura militar, Julio
María Sanguinetti. Un abogado que en 1963 empezaba su carrera política ejerciendo como
Diputado por Montevideo, reelecto en 1966, Ministro de Industria en el 69’ y Ministro de Educación
en el 72’. Es decir, miembro activo, con responsabilidades de decisión en las circunstancias y en
el Partido que condujo el proceso hacia el Golpe de Estado, ejecutado por su correligionario y
Jefe, Juan María Bordaberry.
Sanguinetti, como ven, no era un recién llegado a la política. Mucho menos lo es hoy en día,
aunque se lo presente como una opción de “cambio”. Conocedor de las dificultades estructurales
del país, direccionó sus políticas a la captación de inversiones extranjeras, sobre todo en tierras.
Fomentó, a su vez, el crecimiento de las exportaciones a costa del aumento de salarios; rescató
bancos fundidos; postergó las deudas de empresarios rurales, estirando su agonía y alimentando
la concentración de la propiedad de la tierra, que rápida y mayoritariamente pasaron a manos de
los inversores extranjeros.
Sendic era consciente del deterioro de los términos de intercambio a favor del capital financiero y
en detrimento del capital productivo, y que “unos pocos miles de depositantes cobraban más que
todos los asalariados juntos”. El endeudamiento bancario constante del sector agropecuario, la
baja de su productividad, los márgenes de ganancia achicándose, la manipulación de los precios
internacionales…iban conformando y expandiendo el horizonte de los perjudicados. Algunos
coyunturales a partir de la década del 60’, vueltos crónicos habiendo pasado 25 años, a quiénes
se podía y debía sumar en la construcción de un proceso contra hegemónico o -por lo menos- que
empezara a revertir la inminente desaparición del aparato productivo nacional.
¿Estrategia? ¡Si, clarísimo! Pero realismo por sobre todo. Un desahogo al internismo y al purismo,
en la comprensión de una complejización en las relaciones sociales de producción.
El momento histórico requería elevar la mirada y empezar las conversaciones, buscando
tercamente los notorios puntos de encuentro entre las clases afectadas. El tiempo confirmaría lo
oportuno del planteo, el capricho se transformó en el principal argumento que cohesiona hasta
hoy en día a la herramienta política más importante que el pueblo uruguayo ha sabido construir.
Alianzas policlasistas y alianzas polipartidistas
Por Raúl “Bebe” Sendic, 2 de setiembre de 1987
Frente grande: ¿de qué nos espantamos?
Cada vez que uno evoca la unidad del Obelisco y cosas así llama a construir un frente grande que vaya más allá del Frente Amplio, aparece la confusión entre polipartidismo y policlasismo y se tropieza con objeciones como esta: “No estamos dispuestos a cambiar un frente clasista por uno policlasista”.
Creo que con las declaraciones de Seregni a Carlos María Gutiérrez publicadas recientemente en Brecha (21 de agosto), muchos de estos escrúpulos deben trasladarse al seno mismo del FA. Dice el general Seregni: “Necesitamos imperiosamente el concurso no sólo de las masas trabajadoras, de los intelectuales, de los estudiantes; necesitamos también el concurso de los empresarios del campo y la ciudad, de los empresarios que son auténticamente nacionales. No quiero hacer teoría fácil, pero el Uruguay no ha transitado aún la etapa de la revolución democrático-burguesa”. Y cuando el periodista le cuestiona la existencia de una burguesía nacional no dependiente, añade: “Tenemos que despertarla y tiene que haberla. Personalmente, creo que la hay. Su magnitud no la conozco, porque no la hemos incentivado lo suficiente. Es un juego que se retroalimenta en la medida en que las propuestas del Frente sean viables y contemplen los intereses de todas las capas sociales. El Frente, como fuerza política, es policlasista. Tenemos que asumir esa realidad”. Todo esto porque “la lucha ahora es por romper las cadenas de la dependencia. Para realizar la sociedad que queremos, lo primero es reasumir la plenitud de nuestra soberanía, lo que nos lleva a una primera definición, o sea al antimperialismo. Para alcanzar esos objetivos, necesitamos el concurso de los empresarios progresistas, que los hay”.
Sin embargo, de estos conceptos, el mismo presidente del Partido Encuentro Progresista-Frente Amplio prioriza una alianza con los trabajadores que aún votan a los partidos tradicionales. Pero no dice cuáles serían los mecanismos para provocar la fusión de esos sectores con el frente de izquierda.
¿Entonar cantos de sirena o tender puentes?
Si un trabajador, digamos del interior del país, tiene un rechazo hacia el Frente Amplio, puede hacerse una propaganda sobre él y se obtendrá un lento avance en ese sector. Tan lento que el porcentaje de votos del FA en el interior no varió entre 1971 y 1984 (en ambas elecciones alrededor del 10 por ciento del total de votos) e, incluso, en algunos departamentos retrocedió.
Se diría que la estrategia para obtener ingresos masivos, no es hoy diferente de la que se ensayó con éxito cuando la creación del propio FA. Entonces había un FideL y un conjunto de partidos y de fracciones desprendidas de los partidos tradicionales que en total no sobrepasan el 5 por ciento del electorado.
Fue con el abandono de aquel frente para fusionarse con las otras organizaciones en el FA, lo que trajo, ya en 1971, ese salto de la izquierda que llegó al 20 por ciento del electorado. O sea, que se creó un nuevo instrumento, dejando de lado al FideL, y con él se tendió un puente transitable a aquellas fracciones desprendidas de los partidos tradicionales. No se les exigió pasar por las horcas caudinas del ingreso a un Frente que hasta entonces había estado combatiendo. Y el resultado fue que cruzaron este puente creado para ellos que se llamó Frente Amplio. El cual fue mucho más que la suma aritmética de las fuerzas políticas que lo integraron.
Buena parte del pueblo no encuadrado en esas organizaciones vio en ese instrumento una alternativa y se añadió a él.
Visión estática y visión dinámica de los frentes
¿Se puede decir que este Frente polipartidista fue en su composición más policlasista que los partidos de izquierda anteriores por el ingreso de los contingentes de los partidos tradicionales? Evidentemente no, los trabajadores están distribuidos equitativamente entre los primeros y los segundos.
¿Se puede decir que los dirigentes políticos que se le agregaron por estos sucesivos desprendimientos de los partidos tradicionales (Rodríguez Camusso, Alba Roballo, Erro, Michelini) le dieron una tónica policlasista al frente de izquierda? No, al cabo de un tiempo de su tránsito por el Frente no vemos diferencias sustanciales entre ellos y los dirigentes de la izquierda tradicional. Pero en todo caso, no hay que ver a estos dirigentes, y sobre todo a esta masa venida de esos partidos, como algo estático, congelado en el tiempo, sino como algo dinámico. El camino cambia a los caminantes.
Estas alianzas polipartidistas se levantan como puentes, pero el proceso de las fuerzas que ingresan no culmina al atravesarlo sino que comienza allí.
Luego, como en el Frente Sandinista y tantos otros, algunos quedarán al costado del camino, pero el grueso seguirá adelante en continua evolución hacia un auténtico frente de liberación nacional.
Los mil vericuetos de una reforma constitucional
La recolección de firmas por el referéndum obligó a tender un transitorio puente de emergencia que unió en esta empresa a sectores bastante alejados del panorama político nacional. Lo mismo pudiera pasar con el proyecto de reforma constitucional sobre el que parece haber un principio de acuerdo en el FA. Para que eso no sea una alianza transitoria que termine con la aprobación de unos artículos en la Constitución (como la del referéndum puede terminar con la derogación de la Ley de Caducidad), habría que llenarla de contenido programático.
Por eso no somos partidarios de una reforma simplemente en las formas de la Constitución (eliminación de la Ley de Lemas, etc.) sino de agregarle normas de tipo social: limitación de los latifundios, no pago de la deuda externa contraída por la dictadura, estatización de la banca, presupuesto de enseñanza y salud que vuelva al porcentaje histórico, etc. Así, el que se compromete para una reforma, se compromete también por un programa social mínimo para paliar la pobreza.
Las reformas propuestas por un sector (al parecer mayoritario) del FA no contienen cambios sociales de este tipo: son sólo formales. Pero se las podrá llenar de contenido si se hiciera un programa de gobierno progresista por un acuerdo de las fuerzas que la impulsan.
Así, por ejemplo, se abate el número de votos para levantar los abusivos vetos del Ejecutivo. ¿Pero cuáles proyectos de leyes se impulsarían una vez zanjada esta traba que ha impedido llevar adelante tantas iniciativas a favor del pueblo, como la reciente de aumento a los jubilados?
Se habla de un bloque parlamentario que respalde un gabinete ministerial, pero ¿a qué programa se compromete ese Ministerio?
O sea que la reforma puede o no ser un puente de algo más que transitorio según se le añada o no un programa de cambios sociales.
En este proyecto se ha incluido también el “voto cruzado”: se puede votar simultáneamente la lista al Parlamento de un lema y la fórmula presidencial de otro. Esta propuesta ha desconcertado aún a algunos políticos veteranos; tomaron una posición inicial en contra de la misma y después se inclinaron a favor. Es que aumenta la capacidad de maniobra del votante. Por ejemplo, los votos frenteamplistas podrían definir el pleito por la presidencia dentro del Partido Nacional. A su vez, al proclamar candidatos para ella cada una de las grandes fuerzas deberá optar, entre los postulantes, por aquellos capaces de captar votos de otras fuerzas.
Todo esto juega a favor del progreso, juega en contra del hambre creciente de un sector de nuestro pueblo, juega contra los acaparadores de la tierra y otras riquezas, si a las reformas formales se le añade un compromiso de usarlas para llevar adelante un programa de cambios sociales común, acordadas por las fuerzas que las impulsan. Un programa común que sea el prolegómeno de un frente grande que aparezca como alternativa de poder.
Si no se llega a esto, las reformas formales aún podrían jugar a favor del fascismo que ya está resurgiendo también como alternativa.