@mateamargouy
Por EconomíaPolítica.uy
Hoy la población económicamente activa femenina (en Uruguay 47%) es casi igual a la masculina. Sin duda son estos los cambios estructurales más importantes de los últimos tiempos, ello impacta directamente en la organización de trabajadores. ¿Qué factores lo hicieron posible? Es lo que trataremos de presentar en este artículo, así como las preguntas que se nos plantean hacia el futuro de la fuerza de trabajo de las mujeres mercantilizada.
Un ejército de mujeres
Sin siquiera darnos cuenta, el desarrollo capitalista y patriarcal había relegado a las mujeres a tal punto, que sin conciencia de ello fueron convirtiéndose en un gigantesco ejercito de reserva a la espera de satisfacer las demandas del capital. La existencia constante de la sobrepoblación trabajadora es característica del sistema, si no ¿de dónde van a sacar trabajadores cuando se expanden? La diferencia es que esta vez se expandió tanto, que no le alcanzó con los hombres y echó mano a las mujeres, proceso que de una u otra manera se dio a nivel mundial, rescatando a esta parte de la población con la potencialidad productiva que contenía. Así se fue dando el descomunal desarrollo de las fuerzas productivas y los grados superlativos de expansión del capital, en estas épocas mal llamadas de globalización y que preferimos llamar de transnacionalización de las economías.
Las mujeres entraron masivamente y de diversa manera, al circuito capitalista en este siglo. No simplemente sustituyendo hombres, si no tomando un papel propio en el ciclo productivo del capital, o sea de la distribución, la producción, el intercambio y el consumo. Eran ese contingente disponible, que, al decir de Marx, pertenece al capital de un modo tan absoluto como el que se cría y mantiene a costa suyo. Ejército que las mujeres no abandonan hoy demostrándose en todo momento índices de desempleo mayor, presionando a la baja del valor o precio de la fuerza de trabajo (salario).
La mercantilización directa de la fuerza de trabajo de las mujeres no se dio solamente a través de la dependencia directa tras formas salariales monetarias. En nuestro continente puede llegar a superar el 50% de las ocupadas esas masas de mujeres que se incorporan a los mercados “informales” con bienes de producción propia o comercialización de ajenos, dónde la expoliación de valor se sucede más indirectamente a través de mecanismos de conformación de precios. A ellas se suman las trabajadoras con formas salariales a destajo, bajo grados de explotación superiores a la fábrica de otrora, en ocasiones poniendo desde sus casas hasta el medio de producción necesario, como por ejemplo las máquinas de coser e insumos que resultan en bienes pagados por piezas. De hecho, una expansión brutal sobre viejas y nuevas ramas de la producción que de distinta manera subordinan a estas masas incorporadas a las formas mercantiles con su potencialidad productiva. Es que, si la mitad de la población no hubiera estado ahí, subsumida en roles domésticos, no hubiera sido posible la expansión capitalista trasnacional al nivel actual. Pero una vez que la capitalización directa se da masivamente, los contingentes excedentes de la población de mujeres van perdiendo singularidad ante iguales contingentes de hombres.
El desarrollo de la Productividad del trabajo y el consumo.
Por una parte y como decíamos, la existencia de ese ejercito de reserva de mujeres. De otra parte, las necesidades del capital y la posibilidad de absorber estas muy diferentes trabajadoras, desde el lado de la producción y comercialización de mercancías. Es que el avance incontrolado de las fuerzas productivas, la aplicación de nueva tecnología, trajo consigo la posibilidad de intervenir en la producción con diferente destreza. Ya no parece la fuerza física, desarrollada diferenciadamente por la propia división social del trabajo1, ser un mérito primordial en cualquier sector de la producción y los servicios
Al mismo tiempo, el desarrollo tecnológico en electrodomésticos y otros bienes del hogar, implicó un sustancial incremento en la productividad del trabajo doméstico, en momentos que los roles no han cambiado aun sustancialmente, siendo, las mujeres, quienes se encargan mayormente de las labores en el hogar.
Finalmente, el proceso de incorporación de la mujer al trabajo socialmente reconocido, o sea cuando fue mercantilizando su fuerza de trabajo, se dio además por su propia necesidad de consumo, determinada por la misma producción de lo que le es ajeno (como producción y realización de plusvalía); o por necesidad de superar la pobreza en términos absolutos, y por tanto como necesidad material para (de) la reproducción de la fuerza de trabajo en sí misma. Es que el fenómeno de la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo se dio en países desarrollados y en países subdesarrollados, en todo el mundo.
Sujeto de los cambios
De hecho, pudiera parecer paradójico hablar de nuevos grados de libertad a la vez que mencionamos la incorporación de la mitad de la población, de la mujer, con su fuerza de trabajo al mercado. Parecería entonces contradictorio tal planteo cuando en definitiva describimos el desarrollo de un proceso nuevo de explotación más social y directa. Tal vez lo sea, pero así funciona. Se trata de grados de libertad en tanto que ser social o más socializado, grados de libertad en la incorporación al trabajo, en tanto que mayor independencia doméstica, que implica que ocurra al mismo tiempo una mayor dependencia social en términos del capital. Grados de libertad en términos de desarrollo social, pues implican también su contrario: el desarrollo de clase en sí a clase para sí de la otra mitad de la población mundial.
Es que ese enorme ejercito de reserva, dado por la fuerza de trabajo femenina, que hoy el capital comercializa masivamente en estos lados y otros del mundo, tiene características que pueden hacerla más atractiva en varios rubros que la fuerza de trabajo masculina, y que va mucho más allá de su condición biológica, relacionándose directamente con su comportamiento social. Está descrito y observado que las mujeres tienen hoy menor organicidad social que los hombres, y en caso de tenerla, mantienen menos representatividad de sí mismas y consecuentemente menos fuerza en sus demandas sociales. Más no parece ser una situación perdurable en tendencia, y los cambios se están sucediendo aceleradamente.
Hoy la mujer es objeto de los cambios, siendo violentada desde todo punto de vista (físico, psíquico, social, económico), pero objetivamente ya se está transformando en sujeto de los mismos. El empoderamiento, en primera instancia, es social.
1 Ver Isabel Largìa y Jhon Dumoulin “Hacia una ciencia de la liberación de la mujer” (1976)