Competitividad, Divino Tesoro

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@mateamargouy

Por EconomiaPolitica.uy

La competitividad parece ser un término de moda en este mundo mercantil1. Hasta el plan de gobierno de Lacalle Pou, habla de competitividad, que, aunque reconocemos cierto análisis de mayor sustento que el de los “autoconvocados”, tampoco va mucho más allá, sumando una serie de contradicciones a lo largo de todo el texto “Un gobierno para evolucionar” dónde presenta las líneas programáticas del sector. Es que el concepto de competitividad, como tantos otros en economía política, es diverso. O sea, existen muchos conceptos de competitividad, no solo el de las elites de poder económico.

Sobre el tema de la competitividad tratará el presente artículo, y si bien no referirá a todo el plan de “Todos” (valga la redundancia), comentará algunos aspectos relacionados al tema en cuestión. Un “Todos” que ya de pique y en su propio nombre, deja fuera al 52% de la población, o sea, a “Todas”, pero esto solo mencionarlo como antesala de marzo, pues será tema de otros artículos.

LA COMPETITIVIDAD

Lo que pudiera ser un acuerdo bastante generalizado sobre el concepto de Competitividad, es que refiere a la productividad y por tanto al desarrollo humano de un país. Lo dicho, más allá de la prevalencia de la conceptualización de Competitividad por simples costos de producción (en el mejor de los casos), o asociaciones a uno de ellos (los más comunes son el tipo de cambio y/o los salarios y/o impuestos), suponiendo similares los comportamientos microeconómicos (en una empresa), con los macroeconómicos, según trataremos a título seguido.

Si la competitividad está asociada al concepto de productividad, tenemos aquí una segunda discusión: ¿Qué es productividad? Aunque parezca chiste, la honestidad intelectual obliga a afirmar que también el concepto de productividad no es el mismo para todas las corrientes económica. En última instancia este concepto se vincula a la teoría del valor.

Simplificando un poco las cosas para un lector no académico, y dejando claro que nuestra definición es una de tantas, digamos que la productividad del trabajo, es la forma más o menos dinámica en que se entrelazan la fuerza de trabajo y los medios de producción en el proceso productivo global, en este caso de un país. A muy groso modo, se mide por la cantidad de horas de trabajo utilizadas para producir los bienes y servicios, pero además se tiene en cuenta las diferentes calidades de trabajo que puedan intervenir en uno u otro proceso productivo, ya sea de la espera de la producción material (ejemplo construcción de viviendas, la producción y comercialización de productos agropecuarios, industriales, etc.) o inmaterial (ejemplo salud pública, arte, educación, etc.). Pero obviamente, que sobre todo en la esfera de la producción material (industria, agro, etc.) la productividad estará fuertemente vinculada, al trabajo pretérito, o sea, al que encierran los equipos, instrumentos y maquinaria. ¡Vaya si es complejo el concepto de productividad!!!! Cosa que bien sabe el trabajador al cual se le exige elevarla todos los días de su vida.

Al mismo tiempo la productividad puede ser de diferente tipo. Si la asociamos al concepto de plusvalía se combinaría directamente con las formas de obtención de plusvalía relativa y extraordinaria, o sea, con aquellas formas que aumentan el grado de explotación tras la incorporación de nueva tecnología aumentando la productividad del trabajo. Si la combinamos con su duración temporal, podríamos acudir al concepto cepalino de productividad espuria o auténtica. La espuria se basa en la tenencia de recursos naturales en abundancia y la mayor explotación en términos absolutos del trabajo humano. La auténtica, adiciona contenido tecnológico y calificación de la fuerza de trabajo, entendida además hoy, como amigable con el medio ambiente.

De allí que como el concepto de competitividad se basa en el de productividad expresara el economista chileno Fernando Fajnzylber: “la competitividad que se logra sobre la combinación de una renta geográfica o de recursos naturales y a expensas de remuneraciones laborales (…) se trata de una competitividad espuria y efímera”2. Y continúa Luciano Crisafull “Este tipo de competitividad dista de la denominada “competitividad auténtica”, la cual se genera a través de la incorporación de progreso técnico en el proceso productivo (innovación) junto con incrementos masivos en la calificación de la mano de obra.”3

Hay varias formas de medirla, desde nuestro punto de vista, ninguna llega a marcar el todo, pero no hay que enojarse con el indicador, que en definitiva no es más que un número, hay que saber que mide, y de esa manera, en que puede o no ilustrar nuestro análisis. Porque los indicadores, son simples instrumentos del análisis económico y jamás viceversa. Por ejemplo, el índice de competitividad global4 utiliza 12 variables para su conformación, con un puntaje del 1 al 7 en cada una de ellas. Estas son: Instituciones, Infraestructura, Ambiente Macroeconómico, Salud y Educación Primaria, Educación Superior y Entrenamiento, Eficiencia en Mercado de Bienes, Eficiencia en Mercado de Trabajo, Desarrollo del Mercado Financiero, Preparación Tecnológica, Tamaño de Mercado, Sofisticación de Negocios, e Innovación. Obviamente, cada uno de estos indicadores tiene una fuerte valoración ideológica como todo en economía, pero, así y todo, con el simple listado, podemos observar que, hasta la economía institucionalista, o postkeynesiana, o postneoliberal, incorpora una multiplicidad de categorías al análisis de la competitividad, muy lejos de un simple resumen de costos.

LA COMPETITIVIDAD CON MINÚSCULA

El neoliberalismo económico vive y lucha. Para ellos es lo mismo una empresa que un país, pero no porque tengan mirada miope, sino porque para ellos lo único que importa de un país son sus empresarios, burgueses como decíamos antes, hoy prácticamente trasnacionalizados. Para una empresa en competencia lo único que importan son los costos, pero además de corto plazo, y el papel del Estado debe apuntar a eso. Así los lineamientos políticos de “Todos” plantean que… “lo que el país está necesitando es un “shock de competitividad”. Tenemos que concretar en un plazo razonablemente breve un conjunto de cambios que, por diferentes vías, reduzcan los altísimos costos que hoy tiene producir en Uruguay”5. Y a partir de allí, igual que los autoconvocados plantean la necesidad de disminuir los costos del Estado, refiriéndose en primer lugar a los trabajadores públicos y a su aumento en estos años, pero eso si…. sin tocar salud, educación y seguridad, incongruencia total porque es allí donde han aumentado mayormente en estos años., sumando a ello, la disminución de cargos de confianza (con lo que acordamos) pero sin decir que ese ahorro es insignificante.

Al mismo tiempo hablan de costos refiriéndose a los impuestos y la carga que ellos representan, o sea quieren bajar los impuestos y bajar el déficit fiscal al mismo tiempo, sin supuestamente, disminuir los gastos sociales. Cómo que las cuentas no dan, no hay quien lo crea. En definitiva, un concepto de Competitividad por costos, los empresarios en esta ecuación no ponen nada, es fácil deducir quién lo haría. Cómo decíamos antes, lejos pero muy lejos del concepto cepalino de competitividad auténtica, e inclusive del concepto del Foro Económico Mundial, que al menos tiene en cuenta la salud y la educación de la población, así como la innovación tecnológica.

1 En tanto que mercantil, en salvaje competencia, que obliga a renovarse productivamente casi a diario a riesgo de quedar obsoletos.

2 Citado en Luciano Crisafulli “Competitividad Espuria versus Competitividad Auténtica y el Gasto en I&D” IERAL de Fundación Mediterránea2019 (consultado en www.ieralpyme.org 27/2/2019)

3 Idem anterior

4 Según el Foro Económico Mundial, para 2017-18 y en un grupo de 137 países, donde se encuentran muchos del mundo desarrollado, Uruguay ocupó el lugar 77 con 4.15 de puntuación, por encima de Brasil y Argentina por ejemplo.

5 Un gobierno para evolucionar pág. 44

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