Por Lilián Galán- Fernanda Cousillas
En estos últimos días varios hechos han puesto a la educación y su situación actual arriba de la mesa:la etapa presupuestal, los cambios de autoridades y la lista podría seguir… Todos los análisis que se hacen reflejan diferentes aspectos a analizar, el currículum, el formato por asignaturas, la crisis de la educación media, entre otros.
Sin intentar agotar el tema nos proponemos enfocarnos en la cuestión de la educación pero esta vez desde el rol político que cumple en el Estado. Partiendo de la premisa de que la educación es profundamente política, en cuanto se encarga de la formación del ciudadano y por ende ha ido cambiando a lo largo de la Historia.
Adaptándonos a las necesidades del mercado internacional. Parte 1
La responsabilidad de la formación del ciudadano significa ni más ni menos que un conjunto de valores, saberes, competencias que harán que la persona se vaya adaptando a la sociedad en la cual está inserta y, dependiendo del paradigma al que nos afiliemos, ésta puede traer consigo también un componente de transformación de la realidad. Por tanto los cambios en los modelos educativos han respondido siempre al modelo de Estado, modelo socio-económico, productivo y político.
En 1874 José Pedro Varela presento su obra “La Educación del Pueblo”, nombre por demás significativo por cuanto veníamos señalando. En el marco de la primera globalización el país debía “modernizarse” para poder insertarse en el mercado mundial como productor de materias primas. De ahí el rol de la educación primaria pública estatal, fundamental en el marco de unificación/homogeneización del Estado, con una mano de obra adaptada a la temprana industria en la ciudad y asentada en el trabajo rural en una campaña que marcaba cada vez más la propiedad privada expulsando del medio a miles de sus pobladores.
No es nuestra intención reseñar la historia de la educación uruguaya, ilustramos brevemente procesos de transformación de pautas económicas y culturales que son buena parte del basamento sobre el que se forjó un concepto de educación que anduvo mucho camino en nuestro país.
Adaptándonos a las necesidades del mercado internacional. Parte 2
Cuando hoy se menciona la década de los 90 y se analiza la “Reforma Rama” como la gran reforma del país, se hacen análisis en cuanto a la currícula o lo que significó el “estilo” avasallador de quien intentó su implementación en la educación pública. Esto es importante señalarlo porque en realidad no pasó más allá de la educación media pública, que es quien forma a los hijos de los trabajadores.
Independientemente de improntas personales, en el fondo lo que estaba en juego era un cambio fundamental en el modelo capitalista, o lo que se conoce como segunda globalización. En el proceso de acumulación el sector dinámico era el capital financiero que pautaba el ritmo de acumulación de su propia riqueza. Los ciclos de reproducción capitalista se caracterizaron por la rentabilidad inmediata y el corto plazo, acorde al modelo productivo basado en un nuevo paradigma tecnoeconómico centrado en la importancia del conocimiento; en esta perspectiva la educación adquiere un valor estratégico como difusora del mismo.
El sistema educativo actuaba colaborativamente en el sistema productivo que necesitaba un trabajador con buena formación general que le permitiera adaptarse a las nuevas tecnologías a lo largo de su vida productiva. Así es como se daba esa dualidad entre trabajo intelectual y trabajo manual; también a nivel internacional reproduce la misma lógica: investigación científica y tecnológica para el primer mundo, el “adiestramiento” en el uso de las tecnológicas para el resto. La competencia a nivel internacional como medio para brindar las condiciones favorables para la ganancia capitalista.
Así la educación es concebida como una actividad de mera transmisión del stock de conocimientos y saberes que calificarán para la actividad individual competitiva en la esfera económica, básicamente en el mercado de trabajo. Un mercado de trabajo más restringido en el que solo los “mejores” o los más “preparados” conseguirían tener éxito.
Este planteo es peligroso en cuanto a la concepción del conocimiento como eje de las nuevas formas de organización socio-económicas, así se otorga a la educación un papel primordial en tanto “productora” y “distribuidora” de conocimientos. Pero el conocimiento no es poder per se, su poder radica, entre otras cosas, en la apropiación del mismo cuando es tratado como mera mercancía.
La fragmentación social que se dio tras la crisis de la década de 2000 producto de las políticas neoliberales marginó a gran parte de la población del país de todos sus derechos, también del derecho al conocimiento. La educación mercantilizada produjo ruptura: educación para pobres en educación pública con magro presupuesto, y educación privada para quienes pudieran acceder a ella y por tanto garantizarse el acceso a la educación terciaria.
Pensar la propuesta educativa en clave de inclusión
La clave no es entonces el acceso a la mercancía conocimiento sino el derecho humano al conocimiento que la educación obligatoria y gratuita debe hacer posible.
Esta concepción mercantilista se quebró con la llegada al gobierno del Frente Amplio. El cliente deja paso al ciudadano sujeto de derechos y el Estado cobra protagonismo como asignador de recursos.
El modelo incluyente suplanta al modelo excluyente. Así se fueron dando un conjunto de políticas que tienen como objetivo primordial hacer que los derechos de las personas se plasmen en la realidad y no sean solo letra muerta en la ley.
Aumentó considerablemente la matrícula en educación media con una población que no llegaba en las décadas anteriores producto de esa fragmentación social que mencionábamos antes. Estamos hablando de personas que deben superar un déficit acumulado de carencias, que a menudo hasta han heredado de sus padres o sus abuelos.
La educación debe hacerse cargo de un conjunto de problemas que no son estrictamente su competencia, pero integrar significa brindarle a esos alumnos las herramientas necesarias para hacer posible su permanencia en el sistema, no para que estén simplemente matriculados, si no porque nuestro proyecto de país es y debe ser con ellos. Es necesaria la interrelación de los saberes a través de la multidisciplinariedad para la atención a esa población vulnerable y a su entorno.
Una sociedad fragmentada solo puede ser combatida con acciones que tiendan a la convivencia y el rol de la educación en ese sentido es esencial. No se trata solo de mayor asignación presupuestal.
Si queremos un país desarrollado tenemos que pensar en un Estado con mayor presencia en la economía como garantía de los más débiles, un país donde toda su población disfrute de condiciones dignas de vida, incluyendo los derechos sociales, económicos y culturales, concebidos en forma amplia. Y eso solo es posible cuando miramos a las personas como seres humanos y no como consumidores, sectores de mercado o fuerza de trabajo.
Debemos seguir apostando a la conjunción del esfuerzo y la voluntad política para estar a la altura.